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Dioses y lagartos

El turco Nahndol


Magno llegó a la cima de la montaña. Desde esa altura, lograba ver la vasta extensión del mundo, un infinito tapiz ocre. Se preguntó si en realidad era redondo, como algunos locos decían.


Ya se asomaban en el horizonte las dos lunas.


Comenzó a escarbar en el hielo. El viejo chamán del clan de los verdes, lo había cautivado desde niño, con sus viejas leyendas. “Existió alguna vez un paraíso, uno no muy lejos de aquí” – decía todas las noches junto a las lámparas de aceite. “En ese edén, el lagarto andaba a sus anchas. Un lugar lleno de agua, cristalina y verde como tus ojos, Magno. Bosques enormes, húmedos y fríos, con árboles más altos que una ballena trompuda. En ese paraíso de ensueño las hormigas rayadas, la lluvia negra y los vientos de fuego nocturno, no existían”.


Magno se imaginó viviendo allí con su amada Barsine. Enterrando en aquellos campos fértiles sus propios huevos. Compartiendo una enorme choza, construida justo al lado de un manantial azul y transparente.


Lástima que un paraje así, se hubiera perdido en el abismo del tiempo. Ahora, era solo una vieja leyenda. Un cuento para divertir a los más jóvenes, antes de irse a dormir.


Pero el pequeño lagarto verde, el favorito del chamán como todos decían, era distinto a los demás niños. Todos se burlaban de su extraña costumbre, de perder el tiempo mirando por la ventana de su choza. Siempre soñando con convertirse en un aventurero, un viajero audaz capaz de encontrara de nuevo el camino perdido al paraíso.


Continuó hurgando arrodillado. En ese sitio en el que nadie había estado antes, en ese rincón secreto oculto por imponentes masas de piedra, se encontraba la clave para liberar a su raza del sufrimiento. El objeto sagrado que desaparecería de una vez y por todas, los males que atormentaban a su pueblo desde la creación. Ni los feroces y vociferantes líderes, altos y fornidos, ni los grandes chamanes, se habían atrevido a llegar hasta allí. Magno estuvo subiendo durante incontables amaneceres y atardeceres, más allá de las nubes.


La piel escamada del joven explorador se congelaba. A pesar de sus gruesos guantes fabricados con cuero de rumiante anfibio, sus seis dedos eran ya trozos insensibles de hielo. De pronto, sintió algo. Un objeto escondido bajo la tierra desde tiempos inmemoriales, tal vez antes de la creación misma. ¡La llave!


Se decepcionó un poco, al ver que solo se trataba de una vasija plateada. El material no le era familiar, pero se notaba a primera vista que era una especia de vaso metálico. Incluso tenía una pequeña asa a un costado. Un objeto tan cotidiano como ese y a la vez tan peculiar ¿de dónde provenía?


Tal vez había sido abandonado por los dioses, antes de volver al cielo.


Se reavivó su ánimo. Continuó escarbando en el barro congelado, ahora con más tesón. Aun a riesgo de perder la vida, en medio del frío invernal que lo rodeaba. Esa era la única parte del planeta, donde el viento congelaba todo a su paso y sin piedad.


De nuevo, la sensación imprecisa de que se había topado con algo. Más allá de sus muñecas, había perdido todo sentido del tacto. Una rara piedra surgió del subsuelo. Era negra, con grabados ininteligibles para él. Tenía forma rectangular y aplanada, una pequeña tabla de roca. Sus dos caras, estaban hechas de materiales diferentes. Una era de vidrio. La otra parecía cuero húmedo y liso, como curado y trabajado por los artesanos de los clanes del sur.


“¡Esta sí debe ser la Llave!” - pensó Magno. Sus ojos brillaban como dos antorchas y su mente era un volcán en erupción. Junto al pequeño monolito enterrado, hizo otros hallazgos de menor importancia. Lo guardó todo en la hermosa bolsa que Barsine había tejido para él. Se la había obsequiado la noche en que ella, le había presentado su amor. La llevaba siempre consigo.


La sociedad de los lagartos verdes, tenía costumbres muy simples en cuanto al cortejo. Era la hembra la encargada de tomar la iniciativa. Una vez que había escogido a un macho, debía hacerle un regalo significativo en una especie de celebración. Si él lo aceptaba, el compromiso quedaba sellado ante los dioses y frente a todos los miembros del clan.


El afortunado aventurero comenzó a descender.


Muchos días después, una vez completado el regreso a casa, el lagarto de ojos verdes se encontraba en la cueva del chamán. Dedicaron jornadas completas al estudio de la roca mágica. La Llave, era el regalo que los dioses habían dejado, junto con la promesa de que algún día volverían.


Los rezos de la creación, cantos ancestrales, hablaban de la llegada y la partida de los dioses. Eran deidades solitarias que vagaban por el universo, en busca de una raza a la cual agraciar con el don del raciocinio. Los supremos seres celestiales, habían llegado primero a las lunas del planeta, desde allí observaron por siete días las planicies del mundo. Luego, descendieron para encontrar a los lagartos verdes. A su juicio, los lagartos eran merecedores del magnífico regalo que ellos traían. Una vez obtuvieran el don de la sabiduría, los dioses ya no estarían solos en el cosmos. No obstante, los lagartos eran lentos en aprender el idioma y las costumbres de los dioses. Estos, pronto se aburrieron de esperar resultados y decidieron dejar el planeta. Antes de irse, prometieron a la raza de reptiles que regresarían a erradicar la infelicidad y a entregarles un nuevo regalo, el agua de la vida eterna. Para ello, dejarían escondida una llave con la que podrían llamarlos. Cuando la especie del lagarto verde fuera lo suficientemente sabia, sabría donde buscar la llave.


Había que mostrar el hallazgo a los líderes de los distintos clanes. El chamán comenzó a incinerar un puñado de exóticas hojas, muy difíciles de encontrar en el árido mundo de Magno. Del humo emanaba un olor dulce y penetrante, parecía adormecer a todos en el recinto. Solo los más dignos habían sido recibos en la gruta. Se pusieron de rodillas y oraron mientras Magno, tomaba la Llave entre sus manos.


Traicionado por los nervios, tropezó y el presente celestial cayó golpeando varias veces contra el suelo. La cara de vidrio quedó mirando al cielo, cayada por unos segundos. Antes de que todos recuperaran el aliento, una imagen se reveló dentro de ella y la Llave habló.


“Mi nombre es Hajji Mehmet. Soy el cartógrafo estelar y último miembro con vida de la expedición GENESIS F. Nuestra misión, era encontrar un lugar idóneo para ser colonizado por la raza humana. Nuestro propio planeta, la Tierra, está languideciendo lentamente en lo profundo del espacio. Muy lejos de este sistema solar. Los científicos estudiaron las estrellas por años, pescando galaxias en donde fuera posible comenzar de nuevo. Entre los posibles candidatos, estaba este mundo, lo etiquetaron con el número de serie 2-51. Es el segundo planeta que orbita el sol del sistema cincuentaiuno.


Dentro de los setentaicinco sistemas solares encontrados, solo siete planetas parecían ofrecer las condiciones óptimas para ser colonizados. Se envió una misión GENESIS a cada uno de estos mundos. La primera en partir fue la misión GENESIS A. Al llegar a su destino descubrieron que existían altas concentraciones monóxido y metano bajo el subsuelo del planeta. Todos los tripulantes murieron, no sin antes enviar la información a la Tierra.


Nuestra expedición partió tres años después, siendo la penúltima de la serie GENESIS.  


Al entrar en la órbita de 2-51, una lluvia de meteoritos alcanzó nuestra nave. Los daños ocasionaron que colisionáramos contra la superficie de una de las lunas del planeta. La más pequeña y más cercana. Gran parte del equipo pereció en el accidente. Los que sobrevivimos, tomamos lo que pudimos y completamos el trayecto en cápsulas individuales, diseñadas para realizar viajes cortos.


Partimos ciento veinte tripulantes de la Tierra, ahora quedo solo yo. Las condiciones de esta atmósfera y este clima, son muy adversas. Sin embargo, estoy seguro que los humanos podemos adaptarnos y acondicionar el medio ambiente. Es posible terraformar. Lamentablemente nos salvamos muy pocos y sin todos los módulos y recursos de la GENESIS F, es imposible lograr con éxito el proceso de adaptación.


Todos mis compañeros han muerto. Ha sido una agonía verlos caer uno por uno. Pero nunca perdieron la fe en 2-51. Yo tampoco lo haré.


Los científicos que lograron completar el viaje, transportaron en sus cápsulas material genético. Decidieron utilizarlo para experimentar, con dos de las especies nativas con más potencial evolutivo. Una, es una clase de lagarto verde, que hemos logrado incluso domesticar. Son nuestros compañeros, su conducta es muy parecida a la de un perro o un gato. Son muy dóciles. A veces, parecieran tener sentimientos. Al menos, eso aseguran algunos en el equipo. La otra especie, es un rumiante acuático parecido a un manatí de la Tierra, también muy avanzado. Yo personalmente, creo que esta última es la especie que tiene más posibilidades de completar con éxito su evolución. Aunque no soy científico, veo que los lagartos responden con más lentitud a las pruebas de nivel avanzado, que continúo realizando.


Nuestra esperanza es que alguna de estas especies, logre alcanzar el nivel necesario para realizar viajes espaciales y algún día, consiga llegar a la Tierra. Para ello, hemos dejado toda la información necesaria en numerosos archivos. Esperamos que puedan informar a la humanidad sobre el éxito de la vida en 2-51. Que guíen a nuestra raza a este mundo y puedan garantizar su supervivencia. Siempre estuvimos claros, en que antes pueden pasar cientos de años. Pero, no hay prisa. La vida es como un juego de póker, no se termina hasta la última mano. Todavía faltan por jugarse muchas partidas, se los puedo asegurar.


Este comentario creo que es más bien filosófico, no le presten mucha atención.


Si alguien está viendo este mensaje, es porque nuestro plan tuvo éxito o porque alguna otra expedición arribó al planeta. Lo segundo es improbable. Al no tener contacto con la GENESIS F, seguramente se optó por cancelar el estudio de este sistema. Era una de las reglas: expedición perdida, destino cancelado. Espero haber tenido un lindo funeral simbólico en mi ciudad natal.


Según mis cálculos, una tormenta de meteoritos se acerca nuevamente al planeta. Una mucho más terrible, que la que nos encontramos al llegar, hace cuarenta años.


Enterraré todo el material que pueda, en la cordillera que bordea las llanuras de la zona meridional de esta región. De esta forma estará un poco más seguro. Deben saber que alrededor de este mensaje, están sepultadas otras tablas como esta. En ellas, están todos los datos e información que requieren para poder viajar a las estrellas y a la Tierra. Les gustará, es un lugar hermoso, un paraíso en comparación con 2-51. Lamentablemente, es un paraíso condenado.


Hay también información sobre agricultura, minería, ciencia, cultura, música, escritura, astronomía y todo lo que puedan necesitar para enriquecer su civilización.


Esta, es solo la primera parte de los mensajes que les dejo.”


Era obvio que aquel ser de luz, hablaba en el antiguo lenguaje de los dioses. Algunas palabras tenían sentido para los lagartos verdes. Se reunió entonces, a los chamanes más viejos, los que conocían el olvidado lenguaje. Los líderes de los clanes y el grupo de ancianos, estuvieron reunidos por semanas. Encerrados en el más hermético claustro, interpretando el mensaje de los dioses.


Una vez traducido, se tomó la primera decisión. Nadie a parte de aquel reducido grupo, debía saber jamás sobre la existencia de la Llave. Los viejos chamanes, fueron lanzados al volcán más profundo y lejano, de aquellas tierras.


No se volvió a saber de Magno. Algunos decían que había enloquecido, al descubrir que las antiguas leyendas eran simples historias, imaginadas por los ancestros de los clanes. Otros decían, nunca había regresado de su absurda aventura, en busca de la Llave.


Barsine murió de una enfermedad poco común, en la misma época.


A partir de aquellos días, un grupo selecto de clanes comenzó a prosperar repentinamente y sin explicación. Todos estaban tan maravillados, que ya nadie recordaba las viejas leyendas sobre dioses y llaves.