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Díptico

Baradit, Jorge

La doliente, la María, la santa María. Aquello comenzó a moverse casi de inmediato en su vientre, mi padre huyó despavorido y dijo en el pueblo que Satanás estaba en ella, o mejor, que dios la había poseído. María vomitaba flores hediondas. El pueblo decidía a gritos si matarla a golpes o levantarla en andas. El feto se abrió paso a dentelladas a través de su vientre y se alimentó de ella, “esta es mi sangre”. Las matronas acudieron y le cosieron el cuero del estómago con cordeles, doblaron clavos y  la quemaron con fierros calientes. Le cosieron la vagina con alambres para que no trajera más de estas cosas obscenas a la vista del Señor. Tapiaron la puerta pero dejaron la entrada trasera abierta para que hiciera sus necesidades y José pudiera saciarse sin temores. Le cortaron las piernas  para que no huyera, le amputaron los brazos para que no se defendiera y le clavaron una corona de flores de madera en las sienes con puntas de cobre. Le dieron martillazos en los dientes para que no contara la verdad y le cosieron la boca. La montaron amarrada sobre una caja. La amenazaron de hórrida muerte si decía algo. La pasean por todos los poblados y cantan “Ave María, llena eres de gracia”. Las monedas las acumulan en su estómago. No, ella no podría haberse dejado hacer por mi padre, otra cosa fue la que ocurrió. Ahora han pasado los años, muchos años y entendí lo que hay que hacer.

A una le puse el cañón de la pistola en la vagina y disparé, a otra le abrí el estómago y la rellené con tierra de hoja llena de semillas de geranios y escarabajos, le cerré la herida con alambre. A la hermana le corté los pezones con una tijera, le abrí el cráneo y la violé por el agujero abriéndome paso por su tejido blando. Eyaculé sobre sus memorias. A otra le metí un gato vivo en la vagina y le dejé la cabeza afuera, cosida; le corté las piernas, la hice caminar sobre las manos con esa improbable cabeza maullando en el tope y subí un video a youtube. Le metí un fierro al rojo por el ano, le corté el perineo con una tijera de sastre, le quemé los ojos para que no mirara a nadie más. A su prima le eché parafina en el pelo, la encendí y la vi correr aullando por la calle golpeándose contra los muros. Las coso con agujas de saco unas a otras, tengo el sótano lleno de juguetes hechos con sus partes, algunas siguen vivas. Me encanta abrir los relojes para ver como funcionan. Tengo un par de trofeos, no son más que eso: muebles, adornos, alfombras, utensilios, mascotas. Lo tengo claro, las mujeres son la manera en que Dios castiga a quienes pecan en vidas anteriores. Soy un santo con cuchillo, un cruzado con ametralladora, un defensor de la fe, alguien con los cojones suficientes para hacerles pagar por lo que hicieron. Estoy seguro de eso. Los violadores somos el brazo armado del Señor.