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División robótica

Manzanaro Arana, Ricardo

"Tengo que corregir el estimulador" pensó Soto, nada más despertarse, tras comprobar que pasaban dos minutos de la hora establecida, y que, por tanto, los estímulos emitidos no habían sido suficientes. Ya le había ocurrido dos veces antes lo mismo. No dependía de estar pasando una época de estrés. Hoy mismo esperaba una jornada más o menos cotidiana. No concurría ninguna circunstancia que pudiera mantenerle en tensión, a la hora de acudir a su puesto de trabajo. "Tal vez, a medida que se usa, hay que ir incrementando la potencia" aventuró Soto, que llevaba poco tiempo con el dispositivo. Por ahora, había cumplido adecuadamente con su labor, en especial combatiendo la somnolencia en horas de trabajo.

Soto procedió con rapidez en su rutina de la mañana: baño de ultrasonidos, pasarse una toalla húmeda, reposición de las pastillas de higiene bucal y contra el olor corporal y, posteriormente, vestirse. El desayuno fue un poco más relajado. Siempre procuraba que no fuera más tragar que alimentarse. Al terminar, consultó su reloj y vio que faltaba un minuto para la llegada del encargado de la limpieza. Así que, a pesar de levantarse dos minutos más tarde, había tardado lo mismo que todos los días. Cincuenta segundos después escuchó el timbre de la puerta. Soto ya estaba al lado, y abrió de inmediato.

Solo se escuchó el saludo del recién llegado, que pasó al interior. No intercambiaron más palabras. El robot procedió como estaba estipulado en su plan, el cual le obligaba a actuar al límite de sus prestaciones. Al igual que muchos, Soto le había establecido el máximo de tareas posibles para la hora de servicio contratado.

Al comprobar el robot que el cliente estaba aún en el domicilio, siguió con la rutina indicada para ese supuesto, comenzando con la plancha de la ropa. Una vez que el cliente ya se hubiera marchado, procedería a la limpieza de las estancias de la vivienda.

Cuando a Soto sólo le faltaba peinarse, para ya salir del domicilio, recibió una llamada en el implante. Aquello significaba que comunicaban con él por algún asunto urgente. Soto tocó el mini-dispositivo disimulado en una zona del pabellón auricular, y se dispuso a escuchar.

"Soto, no vayas a la comisaría. Ha habido un asesinato cerca de donde vives, hace unos pocos minutos."

Una vez escuchado el mensaje, Soto presionó de nuevo, esta vez dos veces, el dispositivo situado en la oreja, lo cual significaba "de acuerdo".

Un cuarto de hora después, Soto enseñaba su acreditación como policía. De todas formas, el agente encargado de organizar el dispositivo le reconoció enseguida.

― ¿Usted no es el que se encarga de los robots? ― preguntó el otro, buscando confirmación, y, tras el asentimiento de Soto, continuó ― Ah, perfecto.

― ¿Tiene aspecto de haber sido un robot? ― preguntó Soto, que estaba acostumbrado a agentes que enseguida apreciaban "claros indicios" de que el delito había sido causado por robots, cuando luego, con una rápida inspección, se descartaba sin ninguna duda.

―Yo creo que si ― afirmó ―, porque me parece que le han informado mal. No son dos personas asesinadas ― y con la mano derecha señaló una zona acordonada, donde reposaba un bulto de dimensiones humanas, cubierto con un plástico, y al lado otro cuerpo, esta vez descubierto, y despedazado. Era un robot.

― Buf, menudo estropicio ― exclamó Soto ― ¿Alguien pudo ver cuántos robots fueron los atacantes?

— Es que ahí está lo más alucinante. Fue sólo uno ― le reveló el otro.

Soto expresó estupefacción en su rostro, mientras susurraba un “¿Eeeehhh?”. Hasta ahora, siempre que se había enfrentado a un caso de agresión a un robot, habían sido al menos dos, y casi siempre tres o cuatro los atacantes. Todos los modelos de robots de las distintas marcas, presentaban semejantes prestaciones de potencia y resistencia. Salvo que el robot al que atacaban estuviera en deplorable estado, este repelería el ataque con todas sus fuerzas. Y, por ello, una agresión de un robot a otro era muy probable que acabara en tablas, y con ambos contendientes seriamente dañados. Entonces los ataques se solían cometer por varios a la vez. Pero, en este caso, había sido un único robot, que le había dejado al agredido como a un puzle.

De repente, Soto se dio cuenta que se había centrado en el robot, y no le había hecho caso a la persona asesinada. Expresó ese pensamiento verbalmente: “vamos a centrarnos en el muerto, que es lo que importa”, tras lo cual pidió que levantaran la manta que cubría el cadáver. Al revés que el robot, el finado no estaba especialmente afectado en su aspecto general. Pero destacaba que la cabeza se encontraba en una postura anormal, imposible de lograr por parte de una persona viva. El resto del cuerpo no parecía haber sufrido ataques. Se deducía que el robot agresor tenía una programación avanzada. Había sido capaz de matar a su objetivo, con un potente golpe en la testa, en el punto ideal y con la dirección perfecta para seccionar cordones nerviosos.

Se enfrentaba a un robot con prestaciones nunca vistas por su zona.

Veinte minutos después, Soto entraba en la comisaría por una puerta diferente de la del acceso general. Circulando por los pasillos, saludó a varias personas, llegando al fin a un despacho, que lucía en el exterior una placa con el lema "División de delitos robóticos".

El interior acogía tres despachos con un pasillo común. El primero era el del aprendiz, Julio Galdós, que estaba dentro, delante del ordenador. Al verle, éste saludó a Soto. Y las otras dos estancias correspondían a los de Soto y su compañero, Alfonso Ortíz,  que se encontraba de baja, tras haber sufrido varios episodios de angina de pecho, unos meses antes.

Galdós y Soto llevaron a cabo la habitual reunión de principio de jornada. Este le explicó lo sucedido unos minutos antes.

― Jobar, había leído dos artículos sobre esto en los últimos días ― respondió Galdós, mientras Soto susurraba "¿Ah si?" ― Te lo iba a comentar. Pero no pensaba que iba a llegar aquí tan rápido.

― Pues estamos aviados como se generalice el uso de estos nuevos robots para atacar a otros menos potentes.

―Y el problema es que yo creo que no podemos hacer nada más ― se lamentó Soto ―. Solo seguir reclamando más dotaciones para cazarlos.

Mientras Soto susurraba "no creo que haya novedades", comenzó a revisar diversas páginas que fue mostrando el ordenador, muchas de las cuales exhibían membrete oficial, y a las que pudo acceder previo tecleo de clave o identificación ocular o de huella dactilar. Así comprobó que no se había concedido todavía la petición de fondos, para incrementar el número de patrullas dedicadas a cazar robots no registrados. Ya era mucho que habían conseguido que se contratara a algunas personas para reforzar las revisiones. Durante las mismas, sin decirles nada a los dueños, se les colocaba un chip, que certificaba que eran robots legales y no trucados. Pero seguía habiendo sólo tres patrullas para identificar a robots sin chip, y por tanto, sospechosos de usarse para fines no adecuados. Estos tres vehículos tenían que recorrer las calles de todos los municipios de la comunidad. Y esa cifra era claramente insuficiente para lograr capturar un porcentaje importante de esos robots ilegales.

Un minuto después, Soto liquidó el tema con un "nada, seguimos igual", tras comprobar la ausencia de novedades en el documento referido a dicho trámite.

Seguidamente, Soto susurró: "bueno, comencemos". Pero entonces su rostro adoptó una expresión de estar dándose cuenta de algo, y seguidamente le preguntó a Galdós:

minutos antes.

― Ah que se me olvidó ayer...¿Que tal tu madre?

― Buf... súper-bien...pero súper súper-bien

― Ah genial. Lleva tres o cuatro días ¿no?

― Cinco días ya. Y muy bien. La tarifa del robot es bastante alta, pero vale la pena. Es súper-suave. No le causa dolor y a la vez avanza con cada sesión. En estos días ha mejorado mucho. Con un poco de suerte, en 7-10 días ya puede tener bien la articulación

― Genial ― comentó Soto ―. Ya te dije que en poco tiempo dos conocidos, que tienen familiares con artrosis, me dijeron que con ese nuevo modelo les había ido de fábula

― Y ¿cada cuanto van a casa? ― preguntó Galdós.

― Cada dos días. Y muy bien. Es caro, pero vale la pena. Y además, ahora tienen otro sistema, más barato,  Si quieres, no vienen a casa, sino que tu te desplazas a la consulta ― "¿Ah, si?" susurró Soto ― Han puesto una consulta enorme en la calle Alcalá, con unos veinte robots. Entonces, reservas hora, vas allí, un encargado le introduce la pauta específica al robot, y te hace la rehabilitación ― mientras Soto volvió a susurrar "jobar" ―. Es la nueva tendencia. Claro, así te sale mucho más barato, aunque tengas que pagar el taxi. Nos dijeron que su intención, si va bien el nuevo sistema, era poner consultas de rehabilitación como esa en cada barrio, con cuatro o cinco robots. Ya veremos..

― Bueno. Vamos a lo nuestro ― dijo Soto, para finalizar aquel tema de conversación

E iniciaron el rutinario repaso de incidentes y delitos, acontecidos y cometidos en el día anterior, que resultaba casi idéntico, día tras día. Una jornada había más delitos x, a la siguiente menos de esos, y más de z. Pero globalmente se parecían mucho.

― Ha habido dos robos en pabellones industriales ― comenzó a informar Galdós ― Han usado el mismo modelo, pero seguro que no son los mismos, porque ocurrieron casi a la misma hora. Se están encargando los municipales. Ya nos informarán.

― Vale ― susurró Soto, mientras copiaba y pegaba datos de los delitos en su agenda personal ―.

― Ha habido otro atraco a una vivienda. Pero lo peculiar es que ha sido al lado del Retiro ― informó Galdós

― ¿Eeeehh?  - exclamó Soto

Hacía muchísimo tiempo que no sucedía un delito en la zona centro de Madrid. Una legión de robots vigilantes, circulando por la zona, detectaba hasta el movimiento de una hormiga, impidiendo los delitos en aquel lujoso barrio. O los que manejaban a los robots ladrones tenían una destreza increíble, o dichos autómatas poseían alguna propiedad nueva, que facilitaba la comisión del delito. Soto apuntó ese como "caso fijo" para ir a investigarlo. El atraco había sido en la casa de un coleccionista, y se habían llevado algunas obras valiosas.

Galdós continuó enumerando, y aportando algunos datos sobre los mismos, la lista de delitos cometidos en las pasadas horas, y con sospecha de participación de robots.

― Una paliza de tres o cuatro robots a un grupo de diez aproximadamente. Son de una banda de delincuentes habituales, por lo que es muy probable que sea un ajuste de cuentas.

― Tenemos conocimiento de nueve ataques a comercios

Los dos comentaron acerca de la cada vez mayor frecuencia de casos de ataques a comercios. Las tiendas del centro de las ciudades o las de productos caros, ya poseían escaparates y puertas resistentes a ataques robóticos. Pero la mayoría de los propietarios de comercios no podían hacer frente al desembolso que suponía ese equipamiento. Y los delincuentes cada vez usaban más los robots en sus atracos. La solución, hasta cierto punto, sería incrementar la plantilla de la sección de vigilantes, dentro de la división de robo-policías, para que pudieran hacer rondas por aquellos barrios. Pero por ahora el presupuesto no llegaba. Galdós le dijo a Soto que había oído que los comerciantes de una ciudad habían pedido un crédito para adquirir varios robots vigilantes, para que patrullasen la zona

― Estamos sufriendo un mayor número de delitos, pero nuestra plantilla de policías o de robots está fija ― comentó Soto ― Y tendríamos que ofrecer alguna solución, aunque sea parcial.

― Pero este problema lo tendrán en todas partes ― dijo Galdós

― Eso de que también lo padecen otros, no me sirve. Yo tengo una enfermedad y tengo que conseguir que se cure. No me sirve decir que hay miles de enfermos

Galdós calló un momento y expresó gesto de estar pensando en algo.

―Y los robots que usamos durante la jornada laboral ¿no se podrían reprogramar y que por la noche hicieran labor de vigilante callejero?

Soto emitió un sonido, sin abrir la boca, que se podría traducir por un "¿Eeehh?

― Si, los robots que usamos para investigación y para misiones concretas, luego, al acabar la jornada, se les podría destinar a patrullar calles. No se si se les puede meter dos programaciones diferentes. Entonces, así harían ronda nocturna, y con eso podríamos evitar, o al menos reducir, los asaltos a tiendas a esas horas. Y se transmitiría el mensaje a los delincuentes de que hay vigilancia en ese barrio, aunque luego durante el día no se les vea.

― Puede ser una buena idea. No se nos había ocurrido ― comentó Soto ―. Voy a preguntar al servicio técnico a ver si es posible ― anotó un texto en un papel.

Tras ese comentario, Galdós continuó resumiéndole a Soto las principales incidencias referidas a robots.

―Tenemos otro robot, de la marca "RUR", que se ha averiado y que ha producido desperfectos en una vivienda, en un chalet y en otro aledaño.

Soto iba a exclamar, expresando su hartazgo por la elevada frecuencia de averías que presentaba el nuevo modelo de aquella marca. Pero, en ese momento, Soto escuchó una nueva llamada en el dispositivo auricular. Tras escuchar, explicó a Galdós la causa de la urgencia.

― Un robot ha atacado a uno de sus propietarios, dejándole en estado grave.

― No jodas ― susurró Galdós

― No me han dado muchos detalles,  porque todavía no han podido investigar casi nada. La esposa estaba en otra parte de la vivienda, y al oír unos gritos del marido, ha corrido hasta allí y ha visto cómo le estaba atacando el robot. Este se ha dado cuenta de la presencia de la otra persona, e inmediatamente ha parado de pegar, y se ha escapado de la casa

― Y ¿cómo está el herido? ― se interesó Galdós

― Bastante mal ― respondió Soto ―. Le han catalogado como grave, pero no parece que esté en riesgo su vida

―No había oído nunca un caso así. ¿Se sabe que modelo era?

Soto le reveló el dato.

― Pero si esa es una buena marca ― comentó Galdós a continuación.

― Eso es lo alucinante ― respondió Soto.

Ambos estaban muy extrañados, ya que se trataba de un modelo de robot de calidad reconocida. Era muy usado entre personas de alto nivel adquisitivo, con prestaciones muy superiores a la media, y, asimismo, escasas averías y normalmente de poca importancia. Los modelos de robots baratos, o adquiridos en chiringuitos de ínfima confianza, o comprados online a casas desconocidas, solían tener muchas averías, pero las consecuencias no pasaban normalmente del no funcionamiento del autómata, algún desperfecto doméstico, o en el coche y, como mucho causaba leves lesiones en algún usuario. Pero no era por el ataque del robot, sino como consecuencia de un desperfecto causado por aquella acción.

En ese momento se escuchó un aviso urgente por la radio del coche, y que lógicamente alertó a los dos.

― Aviso a las patrullas de la zona ― tras lo cual se detalló las áreas afectadas ―. Ha sucedido un incidente grave con un robot. Ha atacado a su propietario y luego ha huido ―. Se difundieron los datos del peligroso autómata y del domicilio donde se produjo la agresión.

A continuación en la radio se oyeron varios comentarios de policías que trabajaban por la zona mencionada, solicitando más detalles. Entre ellos, llamó la atención una de las intervenciones, en la que un policía preguntaba si podía ordenar a su robot que detuviera al autómata agresor, en caso de localizarlo. El que hablaba desde centralita advirtió al otro de que se trataba de un modelo de alta gama, y que no iba a ser fácil detenerlo si continuaba con su “actitud” agresiva, por la potencia y las prestaciones que atesoraba.

Además el otro advirtió:

― Nos han dicho desde Jefatura que intentemos detenerlo sin provocarle excesivos daños, porque luego se desea examinarlo a fondo, para intentar descubrir la causa de tan anómalo comportamiento.

Poco después, la radio volvió a referirse al caso.

― Se ha descubierto que el robot que atacó a su dueño, y luego huyó, sustrajo varias joyas y un par de relojes de lujo que estaban en el domicilio. No sabemos si habrá robado algo más. Pero eso está confirmado.

Una hora después, mientras terminaba de tomar datos en uno de los comercios que habían sido atacados por robots, Soto recibió una llamada interna. Tardó diez minutos en llegar a la zona acordonada por la policía, un callejón. En el interior reposaba el robot sospechoso del ataque a su dueño. No estaba especialmente dañado .

Tras un minuto hablando con uno de los policías allí presentes, empezó a conformar una teoría de lo que había podido pasar. Casualmente, se estaba desarrollando una acción contra el tráfico de drogas neurógenas en aquel barrio. Y por la zona se distribuían varios coches de policía y algunos agentes. Tal vez, los delincuentes, pasando por aquí en su huida, al ver el panorama, se asustaron, y se deshicieron del robot, lanzándolo a aquel callejón.

En ese momento, vieron como se acercaban un policía y otra persona no uniformada. Soto se enteró que éste era el gerente para España de la compañía Home-Rob, la que había fabricado el robot. Tras un saludo breve, el experto se acercó al autómata yacente. No tardó ni medio minuto en examinarlo, tras lo cual regresó a donde estaban los otros, afirmando sin atisbo de duda:

― Ese robot no es nuestro. Es una falsificación.

― ¿Qué…? ― exclamó Soto, expresando sorpresa en su rostro

―Es el segundo caso del que tenemos conocimiento ― informó, tras lo cual volvió a repetir ― Es una falsificación de un modelo nuestro. Son ladrones que utilizan sustitutos de robots, para robar en domicilios. Copian modelos de robots muy estándar. Nos dicen que la mayoría se fabrican en China, India y países de alrededor. Son copias muy buenas, en cuanto a parecido con el robot original. Entonces, mientras este hace algún recado, lo atrapan y lo sustituyen por el doble. Este va al domicilio y se comporta correctamente, hasta que se queda solo y arrampla con todo lo que puede. En algún caso, lo que hace es facilitar que los delincuentes accedan a la vivienda, y estos son los que roban.

―Y ¿hay alguna manera de descubrir que ese robot no es el original, el que fabrican ustedes? ― preguntó Soto

― Estábamos pensando en estrategias en el sentido contrario, como incluir en su estructura interna algún tipo de elemento identificador, que sea imposible de falsificar. Pero se trata de un proyecto, como mínimo, a medio plazo. Y además, ― el individuo suspiró ― comprenderá que si se difunde que nuestros robots tienen dobles, que les pueden sustituir y hacer putadas a los clientes, no vamos a vender ningún robot, aunque ofrezcamos dos por uno.

Finalmente, se ordenó el levantamiento y posterior traslado del robot a la comisaría donde trabajaba Soto, para un minucioso examen en los próximos días.

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La jornada discurría rutinaria, hasta cerca de las seis de la tarde, momento en el cual Soto recibió una llamada. Debía acudir a una comisaría de Alcalá. Había presentado una denuncia el dueño de una empresa de alimentación. Había recibido un pedido importante de robots para su fábrica de elaboración de platos preparados. Al llegar el envío, descubrió que ninguno de ellos funcionaba.

Soto y un policía se desplazaron junto con el denunciante a la sede de la empresa. Al poco de comenzar a revisar las unidades del pedido, Soto se detuvo y se giró hacia el empresario y el policía “Estos robots no son del modelo y la marca que figura en el pedido”. Y luego les mostró a los otros dos los datos en los que se basaba para afirmar tras inesperada conclusión.  Lo primero que tuvieron que hacer Soto y el policía fue atender al empresario, que empezó a respirar ruidosamente y sus manos a temblar, mientras decía “no puede ser, no puede ser”, y “que me arruino”. Lograron sedarle y le pasaron a una habitación hasta que menguase algo su angustia. A continuación, los dos penetraron en el área donde estaban los robots. El policía comenzó a exclamar, cagándose en la empresa de robótica que había cometido semejante chapuza de equivocar el pedido, pero Soto le interrumpió, afirmando categóricamente:

― Eso no es un error o chapuza. Es un atraco. Esos robots no son un único modelo, sino varios. Y son antiguos y de diferentes años de fabricación. Incluso algunos están muy deteriorados. A este le han robado el pedido, habría que determinar en qué punto, y le han metido los otros para que nadie sospeche, hasta llegar a su destino.

Un rato después, el empresario, ya un poco más tranquilo, el policía y Soto fueron a la comisaría, para tramitar la denuncia. Pero al llegar alli, el lugar estaba atestado de gente, que iba de un lado a otro, gritaba, llamaba a otras comisarías… Consiguieron enterarse de que había ocurrido.

― Un grupo numeroso de robots ha asaltado tres bancos y luego han entrado a sedes de varias departamentos del gobierno de aquí y han hecho una auténtica escabechina, destrozándolo todo.

― ¿Se sabe que modelo eran? - preguntó Soto, de manera rutinaria

Cuando lo reveló, Soto, y los otros dos exclamaron de diferentes formas la impresión que les había ocasionado el saberlo. Era el mismo modelo de robots que el que había contratado el empresario. Unos minutos después la probabilidad de que los asaltantes fueran los autómatas sustraídos era casi del 100%.

La tensión en la comisaría era extrema. Varias personas manejaban y dirigían a los robots policía que circulaban por la zona, para que cesasen en sus misiones y se moviesen, según las órdenes, en busca de los robots ladrones. Se organizaron patrullas de urgencia, unas para reforzar la investigación en los lugares asaltados y otras para circular por la zona, atentos a cualquier indicio o a lo que les informaran desde Central. Y se mandaron decenas de mensajes de alerta a comisarías de la Comunidad y a los mandos del Gobierno central.

Soto y el policía ayudaron al otro a que tramitase la denuncia, y le facilitaron el contacto con una sección del departamento de Robótica, encargada de gestionar necesidades de autómatas originadas por delitos.

       Mientras tanto, se contactó con todos los propietarios de robots de ese tipo, para alertarles de que sucedía, y convencerles de que les colocarán un chip, con el fin de tenerlos controlados. Afortunadamente, no hubo nadie que se opuso, y en unas pocas horas los policías de calle podían ver en su pantalla de trabajo los indicativos relativos a la posición de todos los robots legales, para que pudieran saber si ese autómata que estaban viendo era de los fichados o no.  

       Pero, a pesar de aquella movilización, las malas noticias fueron llegando a la comisaría en la siguientes horas y días, y, por extensión, a Soto y Galdós.

       “Han asaltado una fábrica de armas en Alcorcón”, “Robo en tres joyerías de Alcalá, muy probablemente usando robots”, “Un policía muerto y otro herido grave cuando intentaban identificar a unos individuos sospechosos al ir con robots no registrados”. “Ha habido una explosión en la fábrica que tiene “Robo-Serv” en Barcelona. No se han registrado heridos, pero las instalaciones han quedado destrozadas. Cientos de robots de diferentes modelos han resultado gravemente dañados”

Cuatro días después, Galdós recibió una llamada mientras estaba desayunando. Le comunicaron una grave noticia. Se presentó en la comisaría donde estaban las instalaciones de la división de delitos robóticos, su lugar de trabajo. Cientos de personas intentando saber qué pasaba y varios coches policiales le dificultaron el acceso. Cuando por fin llegó, nada más ver la situación, expresó el susto en su semblante. Las instalaciones estaban destrozadas, y en algunas zonas se había visto afectada la fachada del edificio. En el caos de policías, bomberos, sanitarios, y camillas, pudo enterarse de que varios robots kamikazes, cargados de explosivos, se habían lanzado contra el edificio o entrado en las instalaciones, estallando instantes después. A Galdós no le hizo falta acercarse mucho para descubrir que una de las zonas con derrumbes era en la que trabajaba. Se aproximaba rápido ahí, cuando le detuvieron dos policías, los cuales, tras oirle, le condujeron a una zona con multitud de personal sanitario atendiendo. Allí levantaron una sábana que cubría un bulto, y le pidieron que identificase al fallecido. Era Soto.

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En el bar estaba puesta la televisión. En ese momento comenzó a emitirse el telediario. Galdós, que estaba echando una ojeada a unos comics de segunda mano comprados en un mercadillo, prestó atención a lo que se anunció.

― Noticia importante. El gobierno español, tras el fracaso de las negociaciones en la pasada cumbre,  no esperará a que se decidan en la Unión Europea y ha optado por actuar ya. El gobierno prohíbe el uso de robots, de cualquier tipo de robot, y para cualquier función. Únicamente se permitirá para funciones concretas en Sanidad y Defensa, con una normativa muy estricta, que se concretará en unos días. El gobierno considera que debido a los graves casos ocurridos en las últimas semanas, en que los robots se han empleado para cometer delitos y atentados, es necesario impedir inmediatamente que robots programados o manipulados sigan ocasionando muertes, delitos y graves destrozos. Todos los propietarios de robots deberán entregarlos en las delegaciones de gobierno de cada comunidad en un plazo máximo de un mes. Dichos robots quedarán en depósito, a cargo del Gobierno, hasta que se redacte una nueva legislación, que asegure que los autómatas no van a ser utilizados para fines delictivos. Pasado el plazo, cualquier robot que se vea por cualquier lugar será directa e inmediatamente destruido. Se van a habilitar en distintas sedes gubernamentales, autonómicas y municipales oficinas de información acerca del depósito de robots, donde responderán a cualquier duda. El gobierno declara que es su intención no es prohibir el uso de robots, pero que son necesarios controles y legislaciones para impedir que se repitan los graves sucesos de estos días.

Afortunadamente, Galdós, que ya se había enterado de que el gobierno iba a tomar esa decisión, no tenía que hacer nada con respecto a la entrega de robots. Sus jefes fueron muy amables y, tras unos días horribles, con la pena por la muerte de Soto, y teniendo que ayudar a los policías en sus investigaciones y a los funcionarios en recoger datos de robots y clientes, le dispensaron ya del trabajo, y le dieron la baja. Pocos días después, le concedieron seis meses, con opción a llegar hasta un año.

Respecto al ataque a la comisaría en el que falleció Soto, se identificó a los responsables, una banda de delincuentes y mafiosos bastante importante, con muchas ramificaciones en Europa del Este y Rusia. Se consiguió detener a varios, e incautarse de robots, botines, armas y propiedades inmobiliarias, pero se sabía que ese era sólo uno de los tentáculos de la banda. La Interpol fue alertada, y, hasta ese momento, nada más.

Galdós no sabía aún qué iba a hacer en el futuro. Había pensado en formarse, y acudir a cursos de perfeccionamiento sobre robots, pero luego pensó que todavía no estaba nada claro acerca de qué iba a pasar con la legislación, y que se decidía al final. De primeras, el asunto de la delincuencia con robots distaba mucho de estar resuelto, ya que se continuaban cometiendo delitos. No se había podido detener a todos los que tenían robots ilegales, y estos seguían usándolos. Y ahora, sin oposición de los legales, a ver quien les paraba. No dejaba de haber noticias acerca de ataques, robos o asesinatos realizados por robots. Cada vez menos, pero continuaban. Se iba a tardar mucho en lograr el objetivo, y siempre surgirían problemas, pero se estaba en el buen camino para conseguir que los robots se usasen solo para fines beneficiosos.

En la televisión ya informaban de otros asuntos. Y Galdós decidió entonces marcharse del bar. Intentó llamar la atención del camarero, que estaba al otro lado de una larga barra. Pero en ese momento entraron tres personas, que debían ser amigos del encargado del bar, porque le saludaron con mucha familiaridad. Pudo oír la conversación entre ellos.

― Y, por fin ¿Te han puesto ya la prótesis? ― preguntó el camarero a uno de los recién llegados

― Siii, hace ya casi un mes...mira ― se remangó el brazo derecho y mostró una extremidad con el codo cubierto por una especie de funda. Era una de las nuevas prótesis que se habían empezado a colocar en personas con limitaciones en una o varias articulaciones, por artrosis o reuma, secuelas de fracturas, miopatías… Según había oído comentar a otros, iban muy bien y conseguían que quien las portaba tuviera una movilidad semejante a la de un sano

― Y ¿qué tal te va?

― Genial...genial, no te puedes imaginar que bien la muevo ahora. Ya de principio me iba de fábula. Pero es que hace unos días un compañero del curro, con el que me encontré, me puso en contacto con un mecánico, que ha trabajado en varias empresas que fabrican prótesis de este tipo, pero que ahora va por libre. Y el tío me la modificó y le añadió unos dispositivos para mejorarla y que tuviera más potencia. Y no veas que pasada, que bien me va. Con la prótesis ya hacía muy bien el curro que antes ya no podía, pero con lo que me puso este, cargo con el doble de peso que lo que podía mi brazo cuando estaba bien - los otros comentaron la revelación con expresiones como “genial” o “súper-bien”, tras lo cual el otro añadió, cerrando el puño ―. Y además, si me vuelven a venir los hijos de puta del barrio de al lado a molestarme, ahora me podré defender, y no solo eso, sino que les voy a machacar. Y si me tocan mucho las pelotas, voy yo allí y les aplasto.

Mientras los amigos aplaudían y exclamaban “Así, muy bien”, el camarero se apercibió de la seña que le estaba haciendo Galdós desde el otro lado de la barra. Tras abonar la consumición, Galdós salió del bar.