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El ascensor

Gallardo, Ainhoa

Eva ya estaba de siete meses, y las revisiones eran más periódicas. Ese día tenía una cita rutinaria para saber cómo iba su embarazo. Tomó el ascensor en la clínica para evitar subir por las interminables escaleras, hasta la séptima planta.

Las puertas del elevador se cerraron y ella marcó el número digital con su índice. Sin embargo, tras unos segundos, el ascensor se quedó inmóvil. No subía, pero tampoco bajaba. Ella comenzó a agobiarse, y a pulsar todos los botones con el fin de hallar la salida.

Notaba que cuanto más se estresaba, más le faltaba el aire y la claustrofobia cada vez se hacía más insoportable. Esa angustia fue traspasada a su bebé, que daba sendas patadas inquieto en su vientre. Eva gritó y pulsó el botón de emergencia con la esperanza de que vinieran pronto a rescatarla. Los minutos parecían horas y el calor era infernal.

Se quitó la chaqueta, se remangó el jersey de premamá y se sentó en el suelo de aquel lugar. Colocó la mano sobre su panza tratando de tranquilizarse, y gestionar bien el oxígeno que le quedaba en ese receptáculo.

Eva cerró los ojos, quedándose traspuesta. Creyó estar soñando que se encontraba en una camilla. La luz de los focos blancos le cegaba y únicamente podía escuchar el llanto de su bebé, mientras unos brazos largos y grisáceos lo sostenían.

Ella quiso alcanzar al pequeño, pero al parecer las piernas no le respondían para incorporarse de esa camilla. Su visión fue interrumpida cuando abrió los ojos y se percató de que habían venido a su rescate en el ascensor.

—¿Se encuentra bien, señora?

—Sí, gracias —respondió mientras le ayudaban a levantarse.

En el preciso momento en que se puso en pie, enseguida se dio cuenta de que algo no andaba bien. Se palpó el vientre, y ya no tenía la barriga que anteriormente hubiere tenido. Se levantó el jersey, atónita, para ver que no había ni rastro de su embarazo. Tan sólo había una cicatriz apenas imperceptible, una marca blanca en forma de línea vertical que cruzaba su abdomen.

Salió del ascensor acompañada por los dos bomberos que habían participado en su liberación; y pronto se percató de que aquel hospital, no era exactamente el mismo por el que hubiere entrado unas horas antes.

—¿Dónde está mi bebé? ¿Dónde estoy yo ahora?

—¿Qué bebé? ¿Se había quedado encerrada con un niño? —preguntó uno de ellos.

—Estamos en el hospital de San Juan señora, ¿está segura de que se encuentra bien? No había ningún bebé ahí dentro.

—¡Me están mintiendo, me han quitado a mi bebé! —Eva corrió dando voces por toda la planta del hospital.

Los de seguridad la alcanzaron y le rogaron que se marchase de allí o llamarían a las autoridades. Eva pidió que efectivamente llamasen a la policía, porque mantenía firmemente que antes de entrar a ese ascensor estaba embarazada de siete meses, además de la misteriosa cicatriz de su abdomen y de que ha sido trasladada a otro hospital similar, pero distinto del que se encontraba.  Estaba inquieta, lloraba impotente al ver que nadie la creía y la tomaban por una loca. Ella usaba su móvil para poder llamar a su marido, pero parecía no tener señal.

La policía tardó poco en llegar al hospital. Uno de los agentes se acercó a Eva. 

—Es aquella mujer, le hemos dado un sedante porque estaba muy nerviosa. Ha estado un par de horas encerrada en el ascensor y… —Explicaba uno de los enfermeros al agente.

—Muéstreme su documentación, por favor —dijo pidiéndoselo a Eva.

—No, no me entienden. ¡Me han robado a mi bebé mientras estaba ahí encerrada! No puedo explicar cómo pero, mire esta cicatriz —respondió mostrándosela al agente, a la par que sacaba su documento de identidad del bolso.

—Eso no parece una cicatriz, puede que sea una marca de nacimiento, es una simple línea… —cogió el documento de identidad de Eva —Señora Gutiérrez, ¿de dónde es usted? ¿De dónde ha sacado este documento?

Eva arrugó el rostro.

—¿Cómo que de dónde lo he sacado? ¡Soy de aquí, y es mi documento!

—Aquí pone que reside en Madrid. Madrid no existe, señora.

—¿Qué? ¿Y acaso no estoy en Madrid? ¿Cómo que no existe?

—Estamos en Merit, señora Gutiérrez… Si es que ese es su verdadero nombre. Su documentación, a pesar de ser falsa está muy bien elaborada, pero sabe que falsificar documentos es un delito. Acompáñenos a comisaría, por favor.

—¿Documentación falsa? ¿Me están tomando el pelo? ¡¿Y dónde está mi bebé?!

—Vamos —dijo el otro agente tomándola del brazo.

—¡No! ¡No pienso ir a ninguna parte hasta que me digan dónde está mi hijo!

Eva comenzó a correr buscando la salida del hospital. Los dos agentes la persiguieron por toda la planta dándole el alto. Pero ella hizo caso omiso y continuó corriendo tanto como sus piernas se lo permitían.

Eva consiguió salir de allí y continuó corriendo por las calles, dándose cuenta de que había edificios que antes no existían, de que los nombres de las calles y avenidas eran diferentes, era como estar en su ciudad, pero a la vez estar en otra. Se escondió en un callejón tras unos cubos de basura. Parecía haber burlado a esos agentes mientras doblaba las esquinas. Su respiración era agitada y entrecortada. Volvió a sacar su teléfono móvil para contactar con su marido, pero seguía sin señal.

Las lágrimas resbalaban por su rostro. No tenía ni idea de lo que pasaba ni de dónde estaba, ni mucho menos, qué había pasado con su hijo. Llegó a pensar en que seguía soñando esa pesadilla, en que seguía encerrada en el ascensor, pero todo era tan real como el dolor que sentía en su pecho.

A pesar de encontrarse en la desconocida ciudad de Merit, ella trató de llegar a su casa para encontrarse con su esposo. Continuó por aquellas calles que, a pesar de tener otro nombre, se asemejaban mucho a las que ya conocía. A pesar de encontrarse distintos establecimientos y edificios. 

Alcanzó a llegar a lo que creía que era su hogar. El número y la fachada se mantenían intactos, sólo cambiaba el color de la puerta del portal, que antes era negro y ahora era blanco.

Trató de usar su llave pero ésta no abría la cerradura. Llamó a los diferentes pisos mediante el portero automático hasta que alguien abrió. Ascendió los escalones de dos en dos hasta llegar a la puerta de su casa. Allí sucedió lo mismo, su llave no abría. Golpeó la puerta insistentemente.

—¡Adam! ¡Adam, abre por favor!

Se escucharon unas pisadas tras la puerta, y la puerta se abrió.

—¿Qué ocurre?

—¡Oh, Adam, gracias a Dios! —exclamó Eva dándole un abrazo.

Adam le apartó de inmediato.

—¿Quién es usted?... ¿Nos conocemos? —preguntó.

—¿Quién es? —Se escuchó una voz femenina de fondo.

—¿Cómo… cómo que quien soy? ¡Soy tu mujer! ¿Qué cojones está pasando?

—Disculpe, pero no la he visto en mi vida. Haga el favor de marcharse.

Otra mujer apareció por el fondo, detrás de Adam, curioseando justo antes de que él le cerrase la puerta a Eva en las narices.

—¡No, por favor! ¡Adam!

Eva rompió a llorar, mientras escuchaba cómo discutían Adam y al parecer, su nueva esposa, por culpa de su intromisión.

Sin lugar a dónde ir, sin tener nada ni a nadie, ni siquiera su propia identidad; Eva lo había perdido todo.

Subió al ático y con suerte, la puerta que llevaba a la azotea se encontraba abierta. Se quedó en ese pasillo, se sentó en silencio. Por más que llorase no iba a resolver el enigma de todo lo que le estaba sucediendo, y si salía ahí fuera, quizás se topase con los agentes que le estaban buscando. De modo que se tumbó, se puso la mano en el vientre y notó que el cansancio le vencía.  Cerró sus ojos y nuevamente, cayó dormida.

Ya no podía distinguir la realidad de los sueños. En su sueño, se encontraba tumbada en una camilla. Esta vez pudo incorporarse de ella y caminar. Se encontraba en una habitación con aparatos tecnológicos que jamás había visto, de corte futurista. Cogió uno de los instrumentos que allí se hallaban, parecidos a unas largas pinzas metálicas con las que ella creyó que le habían sacado al bebé. Salió de la habitación cuidadosamente con las pinzas en la mano. Éstas tenían un botón que activaban un mecanismo eléctrico, que producía un chispazo azulado entre ambas pinzas. Lo iba a usar para defenderse de quien fuese que la tuviese allí retenida.

Salió al exterior a través de la puerta metálica, y ante su sorpresa, vio por los enormes ventanales la inmensidad del espacio. La sala estaba llena de máquinas y grandes ordenadores.

 

Un ser muy alto, de más de dos metros, delgado, de piel grisácea, cabello largo y plateado, y unos ojos profundamente negros vio a Eva en la sala de ordenadores y llamó a los demás.

Eva gritó y le atacó con las pinzas. El ser la cogió fuertemente del brazo para evitar que continuase o huyese. 

Vinieron más de esos seres y la rodearon, sentándola en una silla de la cual emergieron unas luces rojas, que ataban sus muñecas y sus tobillos.

—Tranquilízate, Eva —dijo uno de esos seres en tono sosegado, sin siquiera mover los labios.

Parecía ser una hembra por sus facciones femeninas, y sus senos algo más abultados que el del resto de aquellos seres; todos vestían un mono blanco ajustado.

—¿Qué sois, dónde estoy, y dónde está mi hijo? ¿Es esto un sueño? ¡Soltadme!

—No podemos soltarte hasta que te calmes. Te explicaremos todo. Tu hijo está bien.

—¿Dónde está?

La alienígena se acercó a uno de los monitores de los enormes ordenadores, y le mostró imágenes a Eva mientras le explicaba.

—Lamentamos lo que te ha ocurrido. Creíamos que lo olvidarías, pero el amor de una madre hacia su hijo es un recuerdo complicado de eliminar. Necesitábamos a tu hijo para crear un nuevo mundo. Él será el primer habitante. No sólo existe el mundo de donde crees que provienes, existen muchos más. Como ya habrás comprobado, has sido destinada a otro mundo paralelo al que ya conocías. No podíamos dejarte en el de tu origen porque, allí tenías a personas que sabían que estabas embarazada. En este no, por lo tanto, era más fácil que nadie pudiese creerte.

En las imágenes aparecían los diversos mundos paralelos y realidades alternativas, que le mostraban aquellos seres interplanetarios. Se veía a sí misma llevando distintas vidas, en diferentes realidades y planetas.

—¡Llevadme con él!

—No podemos. Él no puede recordar nada que lo ate a su anterior mundo. Todo ha sido así siempre, y así seguirá siendo. ¿Recuerdas acaso a tus verdaderos padres? Sólo a los que te adoptaron, ¿verdad?

Eva rompió a llorar.

—¿A mis padres también les hicisteis esto?... ¿Y qué hay de Adam, dónde está mi Adam?

—Todo en tu mundo sigue siendo igual. Sólo tú has desaparecido con el bebé. Él jamás podrá encontraros. Al final rehará su vida. Estará bien.

—¿Por qué cojones me hacéis esto?

—Necesitamos que te olvides de todo. La otra vez despertaste demasiado rápido y no pudimos borrar tu memoria. Esta vez lo haremos, y te proporcionaremos los documentos para que vivas en esta nueva realidad. 

—¡No!

Los aliens soltaron a Eva para dirigirla hacia otra máquina y así eliminar sus recuerdos.

—¡Soltadme! —exclamó dándole una patada a uno de ellos.

Corrió por toda la nave hasta volver a la habitación de la camilla. Allí atrancó la puerta y comenzó a tocar todos los botones de los ordenadores. Finalmente, despertó.

Esta vez estaba en otra camilla, pero en lugar de en una nave, en el hospital de San Juan. Estaban transportándola por un pasillo. Miró a su izquierda y había una enfermera, y a su derecha un agente de policía custodiándola. Echó una mirada fugaz al arma que el agente llevaba colgada en la vaina de su cintura. En un movimiento rápido agarró la pistola y de un salto salió se la camilla. Apuntó al agente y a la enfermera.

—¿Dónde me estáis llevando? ¡Que alguien me explique qué coño está pasando aquí!

En un pestañear, la enferma y el agente se transformaron en algo inmundo. Una aberración de la naturaleza sacada de las peores pesadillas de la psique humana. Un monstruo gigante con una boca colosal e interminable fila de dientes. Las criaturas rugieron emitiendo un sonido desgarrador, y sacaron una kilométrica lengua verdosa que despedía un fuerte olor nauseabundo. Sus cabezas eran largas y planas, similares a las de un reptil, pero sin ojos. Su piel era escamosa, negra, y caminaban a dos patas.

Eva gritó asustada y disparó el arma contra uno de esos monstruos, pero falló al tratar de alcanzar al otro. Les dio la espalda corriendo para escapar de esa tenebrosa visión. Los seres la persiguieron sin descanso. Ella se encerró en uno de los boxes y puso camillas, goteros y todo el material médico que se encontraba en dicha sala para taponar la puerta y evitar que entrasen. Sabía que quizás estaba cavando su propia tumba. Lloró histéricamente.

Al otro de la puerta los reptiles monstruosos la habían encontrado. Estaban golpeando con virulencia hasta que todo el material y mobiliario que Eva había colocado voló por los aires, incluida la puerta.

Allí estaba ella, acurrucada en el suelo enterrando su rostro entre sus rodillas. Alzó la vista ante su destino; llevándose la sorpresa de que se trataba nuevamente de dos agentes de policía.

—Señora Gutiérrez; queda detenida por asesinato a una enfermera. Suelte el arma y levante las manos.

Eva obedeció y el agente le colocó las esposas. Meses después, Eva estaba encerrada en aislamiento, en un instituto de salud mental.

A pesar de toda la medicación que tomaba; jamás nadie le convenció de que sus pesadillas y visiones, así como haber venido de otro mundo paralelo y haber perdido al hijo que llevaba en su vientre, fuesen inciertas. Para ella no había ninguna otra verdad. A día de hoy, sigue soñando una y otra vez con aquellas criaturas que le atormentaron. Había intentado quitarse la vida en diversas ocasiones ante el descuido de sus cuidadores; pero lo único que consiguió fue que le llevasen a esa habitación; aislada, solitaria, encerrada con sus miedos por siempre.