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El capricho de un Dios

Montenegro, Richard

Cuando la risa del cielo toca al río, este crece y anega la selva reclamando lo que por derecho le pertenece. La orilla del río se difumina y  desplaza convirtiendo la selva en campo de juegos para los seres acuáticos. Los caribes saltan y arrancan los frutos de los arboles gigantes. El río ahora es el agua grande.

La tonina retoza entre los arboles mientras los hombres navegan en silencio escuchando la antigua historia que ella les contaba a sus antepasados. 

El río recuerda cuando solo estaban él, el cielo al que trataba de tu a tu, y los Dioses que revoloteaban sobre sus aguas y que no se ocupaban de la tierra porque esta no existía.

Los Dioses vivían en Palacios nubosos observando el reflejo de estos en el impetuoso Río. Su tiempo lo invertían en refriegas en donde se arrojaban rayos y truenos y entre el fragor de sus luchas nacían los cocuyos danzantes que pasaban a habitar el cielo.

 Al más pequeño de los Dioses, ese que nació  un poco después de la Eternidad, no le permitían luchar, porque no era tan ágil manejando el rayo y solo tenía dos brazos  y una sola faz, así que para no aburrirse él se deslizaba entre las nubes  y trataba de domar los ariscos vientos  para  cambiarles el nombre, algo que a los vientos no les gustaba en lo mas mínimo. A veces el se deslizaba en las potentes e imprevisibles corrientes  del Río mientras la tonina le mostraba las diversas piruetas que ella manejaba a la perfección. Con su risa turbulenta ella también  le mostraba los diversos secretos que el Río guardaba y que a veces ni este mismo conocía.

Una vez él más pequeño de los Dioses, a pesar de los ruegos y advertencias de la tonina, osó tratar de domeñar, cabalgando, al raudo Río, encabritándose este de manera tal que llegó a desplegar sus alas para  volar.  Retorciéndose y caracoleando entre los fuertes vientos, que no desaprovecharon la oportunidad de desquitarse de tan traviesa divinidad  golpeándole por donde podían. Él más pequeño de los Dioses casi se queda  haciéndole compañía eterna a los cocuyos danzantes. El quedo magullado y con varios rasguños en su divina presencia producidos por la golpiza de los vientos y las escamas y garras del  Río. Tuvo mucha suerte de no recibir una mordida y él se convirtió, muy a su pesar, en el hazmerreír de los Dioses mayores. Él más pequeño de los dioses decidió no revolotear sobre las aguas por lo menos hasta que el enojo del Río amainara, que le veía desde el fondo con sus verdosos y oscuros ojos.

Luego de esta  correría celeste el mas pequeño de los Dioses se durmió y  tuvo algo que  los Dioses nunca habían tenido: Un sueño. Vióse  nadando hasta el fondo del  poderoso Río. Encontrándose con un material blando y fresco al tacto, agarró un poco y subió al Cielo donde se durmió. Luego tuvo un sueño dentro un sueño, donde él mostraba un poder realmente único que ni el mas viejo de los Dioses había desplegado sobre el mundo. Despertó de ambos sueños y asomándose a través de las nubes, se preguntó si existía tan raro material. Silbó la llamada de su predilecto compañero de juegos:  la Tonina. Surgiendo ella, tan blanca como una nube al mediodía para escuchar su pedido. Él mas pequeño de los Dioses  le pidió que llegara a lo mas profundo del impetuoso Río sin orillas para saber si existía tal portento, ya que  debido a su ultima incursión si el trataba de acercarse al Río lo mas probable era que terminara haciéndole compañía a los cocuyos por toda la eternidad. La Tonina accedió a su pedido a regañadientes, a debido a que no sabía como reaccionaría el Río ante una búsqueda tan diligente,  sumergiéndose en búsqueda de un capricho divino cada vez mas profundo con cada aleteo de su cola ante la oculta mirada del Río. Buscó en los sitios usuales y preguntó a diversos transeúntes como la anguila eléctrica, la de centelleante sonrisa, pero no pudieron decirle nada importante y a la larga  tampoco pudo hallar nada.

La Tonina emergió y llamó a su compañero de juegos. El salió de su nuboso palacio con gran expectativa, expectativa que se convirtió en desilusión al escuchar el mensaje de su amiga. Él tomó su tabla y salió a deslizarse entre los vientos para despejar su cabeza y para domesticar alguno de esos vientos que le habían golpeado. Ellos ahora saborearían la desilusión de un Dios. Al llegar a su palacio el sopor  se apodero de él  viviendo de nuevo el extraño  sueño de descubrimiento de tal portento. Se despertó exaltado y nuevamente llamó a su compañero de juegos. La tonina emergió de nuevo y escuchó otra vez el pedido de su amigo. Ella le dijo que esa búsqueda era vana y que era mejor que se dedicara a domesticar vientos. Pero el mas pequeño de los dioses insistió y suplico de tal forma, que la tonina accedió de nuevo a realizar esa extraña búsqueda. Se internó en el Río mientras ella sentía como los ojos de este se posaban sobre ella.

En su búsqueda afanosa encontró entre las algas al Cangrejo rojo, le preguntó por tan rara substancia y este le respondió casi en un susurro, no sin antes ver en todas direcciones, que  la desconocía pero que quizás el Caracol sabía de ella. También le dijo que tuviera cuidado porque el Río les había ordenado a muchos de sus hijos que la espiaran. La Tonina con mucha precaución salió en busca del caracol sintiendo como los ojos del Río la seguían. Después de mucho nadar sintió de manera abrupta como un enjambre de ojos se posó en ella para después escuchar como un aleteo frenético surgió de la oscuridad. Las fauces llenas de brillantes dientes de los caribes se abalanzaban sobre ella y haciendo cabriolas en el agua ella escapó de esa mandíbula multitudinaria; pero los caribes seguían tras ella así que se vio obligada a nadar con mas fuerza. A lo lejos pudo ver con dificultad unas familiares corazas que flotaban durmiendo con placidez. Al llegar golpeó cada coraza durmiente que con mucha molestia abrieron sus verticales ojos y con furia desplegaron  sus mandíbulas. Así los caimanes diezmaron el enjambre de caribes con poderosas dentelladas.  

La tonina pudo escapar de este ataque pero no sin heridas algunos colmillos habían desgarrado su piel. La tonina siguió con su búsqueda dejando finos hilos carmesí que hacían caprichosa formas bajo el agua antes de desaparecer. La tonina   después de mucho nadar pudo hallar  al caracol en su típica y acompasada caminata. Con cansancio le preguntó por el capricho del más pequeño de los Dioses y él, con típica parsimonia, le dijo que lo podría  hallar en cierta gruta mas allá del bosque de algas verdiazules; pero que llegar hasta esa rara substancia no sería fácil, que ella tendría que perder algo para poder ganar. Ella dudó por instantes, pero ella siempre cumplía sus promesas así que se encaminó hacia la gruta. Al llegar hasta ella, vió que  su entrada era algo estrecha, pero eso era lo de menos. La estrecha entrada era la boca de un monstruo con  cuatro mandíbulas. Tuvo miedo pero no se amilanó, entró en la boca del monstruo con gran rapidez gruta esquivando con gran dificultad las enormes mandíbulas, rozando las paredes de la garganta del leviatan con su blanca piel hasta que encontró lo que buscaba: el capricho de un Dios. Tomó un poco con su trompa,  y con mucho cuidado procuró salir del vientre de este monstruo. Ya conocía el camino  pero de improviso el túnel se comenzó a llenar de filosos dientes de cuarzo, ella nadaba  sorteando con agilidad esos cortantes obstáculos hasta que cercana a la salida de las entrañas de este monstruo sintió como su aleta dorsal era atrapada por unos dientes de cuarzo mientras las paredes comenzaban a acercarse. Recordó lo dicho por el caracol: para ganar algo tenía que perder, nadó con fuerza hasta que con dolor sintió como su aleta se desprendía de su espalda. Débil y cansado emergió a la superficie del impetuoso Río sin orilla que veía al cielo. Silbó llamando al más pequeño de los Dioses mostrándole  la substancia en su trompa como prueba. El domador de vientos tomó la extraña substancia entre sus manos, vio las heridas de la tonina tomó un poco de la substancia y se la untó en el cuerpo. El domador de vientos se cortó con las  astillas de los dientes de cuarzo mezclándose  la sangre del Dios y de la tonina. Las heridas de la tonina sanaron  pero ahora ella tenía el color del capricho de un Dios y  ya   no tenía aleta dorsal.

El Primer Soñador le dió como recompensa la posibilidad de compartir su sueño. Luego llamó a los demás Dioses y todos los Palacios nubosos se amontonaron en uno y de ese grandioso remolino de poder  salieron muchos brazos ha hundirse al impetuoso Río que se estremecía de dolor. Sacando a la Tierra para que el Cielo la viese por primera vez y desde ese momento el impetuoso Río comenzó a tener orilla y sus hijos se desperdigaron en las cuatro direcciones. La Tierra toda era arcilla que se llenó de pequeños y grandes ríos.

El Primer Soñador, le contó a sus Hermanos, a estos les llegaron sueños y comenzaron a moldear el barro para hacerlos realidad. Hicieron Montañas, Llanuras y Mesetas. También los Dioses  comenzaron a moldear seres diversos que pasaban a habitar el cielo, las aguas y la tierra. La tonina le susurró una hermosa canción y el Soñador primigenio tomó un poco de arcilla y modeló a un una estatuilla  semejante a él con dos brazos y una sola faz donde se unieron la sangre de un dios con la de su compañero de juegos. La tonina le dijo al mas pequeño de los dioses que debía hacer otra estatuilla porque ellos siendo dos serían uno a pesar de ser diferentes tal como son el rayo y el trueno que siendo dos son uno. Pero las estatuillas no tomaron vida, el soñador quedó perplejo y la tonina le dijo que la llave de la vida era la risa. Así que sonriendo él le hizo cosquillas a las estatuillas de barro y por primera vez, en el mundo, una sonrisa nació en el rostro de la mujer  y luego en el rostro del hombre, que llenaron con su risa el espacio virgen, y poco después ellos también comenzaron a soñar.

La semilla del mundo era el secreto mejor guardado por el río, por eso la tonina es del color de la arcilla humeda y no tiene aleta en el lomo, y la mujer y el hombre pueden soñar y sonreír como los Dioses. La tonina es uno de los ancestros de los hombres y es el mensajero de los Dioses. Cuando un hombre  muere su espíritu se transforma en tonina y nadando por el río asciende hasta el cielo donde su risa es pesada para ver si pesa menos  que el suspiro de los vientos y si es así ese hombre jugará con los dioses por toda la eternidad.

Esta es la canción que la tonina les ha contado a nuestros ancestros desde que el gran río tiene orilla y esa es la canción que los hombres le cantan a sus hijos antes de entrar en el mundo de los sueños, esa ventana al hogar de los Dioses.

 

 

Richard Montenegro. Escritor y promotor cultural, nacido en Valencia, la de Venezuela.

Perteneció a la redacción de las revistas Nostromo,   Ojos de perro azul y formó parte de la plantilla de la legendaria revista universitaria de cultura Zona Tórrida de la Universidad de Carabobo. Es colaborador habitual  del blog del Grupo Li Po: http://grupolipo.blogspot.com/ .

Es autor del libro 13 fábulas y otros relatos publicado, por la editorial El Perro y la Rana, en 2007 y 2008 y coautor de la Antología terrorista del Grupo Li Po publicada por la misma editorial en el 2008. Sus crónicas y relatos han aparecido en las siguientes publicaciones periódicas venezolanas: El semanario Tiempo Universitario de la Universidad de Carabobo, la revista “Letra Inversa” del diario Notitarde y en El Venezolano, Diario de Guayana.