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El genio de las SS

by PacoMan

Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas

que por aquellas que permanecen desatendidas

Santa Teresa de Jesús[1]

Dedico esta rentrée a:

 Don José Antonio Cordobés Montes por insistir,

don Bernabé Naharro por insistir aún más y

doña Maribel Ruano Encinas por insistir lo no va más.

 

 





Mucho se ha mentido y especulado sobre lo ocurrido en el búnker de la Cancillería el 30 de abril de 1945, dos días después de que Mussolini fuera ejecutado y colgado por los partisanos. Lo único cierto es que el victorioso Ejército Rojo no encontró a Adolf Hitler, de cincuenta y seis años recién cumplidos y mal llevados. Unos dicen que se escapó y siguió vivo en tierras de provisión fascistas: la Argentina peronista, la España franquista o la Portugal salazarista. Algunos más osados, puros selenitas, lo sitúan en la Luna. En cualquier caso Hitler habría dedicado el resto de sus días a preparar el advenimiento del IV Reich. Los otros dicen que se suicidó junto a Eva Braun y que el Ejército Rojo hizo una bonita barbacoa con sus cadáveres a las puertas del búnker. Si poca credibilidad merecen los unos, menos los otros. ¿Quién iba a renunciar a una «bonita» y propagandística foto del cuerpo muerto de Hitler? Como ejemplo ilustrativo, deléitense con el documento que certifica la muerte del Duce:

De izquierda a derecha, se pueden observar los cuerpos sin vida del político comunista reconvertido a fascista Nicola Bombacci, del Duce Benito Mussolini, de su fiel amante Clara Petacci, del ministro Alessandro Pavolini y del reconocido político fascista Achille Starace siendo exhibidos en la Piazzale Loreto (Milán) en el año 1945.

La verdad es felina schrödingeriana, pues es indudable que Hitler no está vivo, pero es cierto que Hitler no está muerto. Ya lo pudo haber dicho Julio Cesar[2]: «La verdad siempre resplandece al final, cuando ya se ha ido todo el mundo». Ya ha transcurrido el suficiente tiempo reparador para poder descubrir el cúmulo de acontecimientos que se desencadenaron en el búnker de la Cancillería. Suele ocurrir que la verdad es esquiva, por lo que hay que perseguirla, y es remolona, por lo que hay que empujarla. De todos es conocida la existencia de varias expediciones nazis organizadas para conseguir reliquias, poderosas reliquias que inclinaran la balanza del lado de la esvástica. Pero menos conocida es la visita de Heinrich Himmler, nada menos que el Reichsführer de las sádicas Schutzstaffel (las SS). Es decir que el «líder de las SS en el Imperio» acudió a Montserrat (Barcelona, España) el 23 de octubre de 1940 acompañado de Karl Wolf, su jefe de Estado Mayor, y su correspondiente séquito. Pero ya es menos sabido que su visita se centró exclusivamente en las criptas bajo el monasterio benedictino que se ubica en el macizo kárstico catalán. En estas criptas supuestamente[3] se encontró la virgen de la Santa Cova, más conocida por «la Moreneta», ya que virgen y niño son negros como la obsidiana. Himmler y sus adláteres encontraron lo que vinieron buscando y ese mismo día volaron a Berlín para ofrendarlo al Führer.

Himmler le entregó a Hitler nada menos que un jarrón con sello de plomo y el nombre de Yahvé (יהוה) impreso. Impresión realizada por las propias manos de Sulaymán, también conocido como Salomón, hijo del mítico rey de los israelitas, David. Razón por la cual no se le dio ninguna publicidad al regalo de las SS a su Führer, más que nada por no generar habladurías digamos que… impropias. Se da la feliz circunstancia de que dentro del jarrón y encerrado desde el 910 antes de Cristo se encontraba un ifrit[4]. Es decir, un genio, como el que coprotagoniza el cuento Aladino y la lámpara maravillosa[5].

En contra de la opinión generalizada, basada en las películas de Disney, los ifrit sólo conceden un único deseo o plegaria a su libertador. Una dádiva que sólo se puede aplicar a la persona que lo libera, a una única persona, y no se puede desear por ninguna otra. Es decir, no se pueden delegar. También excede la capacidad del genio conceder deseos genéricos o universalistas como: «Que Alemania gane la guerra» o «Que mueran todos los judíos del mundo» o «Que desaparezcan todos los humanos de América». Esa es la razón por la que Adolf Hitler no hizo uso de su regalo hasta la mañana del 30 de Abril de 1945.

Adolf dispuso de cuatro años y medio para pensar su deseo, pero no fue hasta el último momento, cuando el hundimiento del III Reich era inminente, cuando tomó el paquete final de decisiones: casarse con Eva, suicidarla y decidir su anhelo atendido, eso sí, no necesariamente en ese orden.

El Ducado de Prusia, la región más disciplinada y militarista del III Reich nazi, sería la mejor plataforma para una construcción acelerada del II Reich. Es decir, Adolf exigiría al ifrit que lo trasladase al pasado. Como de historia tampoco andaba excesivamente bien, y creía más en sus deseos que en los libros de historia (dictados, a su entender, por los intereses del sionismo mundial), trazó un plan de acción. Según sus cálculos, llegar a Königsberg en 1610 le permitiría medrar rápidamente en la corte de los Hohenzollern gracias a sus dones naturales y el gran botín en oro y piedras preciosas que le habían «regalado gentilmente» miles de judíos anónimos durante el programa Endlösung der Judenfrage («La solución final»). Era fundamental estar más que bien posicionado para cuando Jorge Guillermo I de Brandeburgo heredara el Margraviato de Brandeburgo y el Ducado de Prusia. Jorge Guillermo fue un rey pusilánime que con su equidistancia entre católicos y protestantes retrasó, en la opinión de Hitler, la hegemonía de la nación alemana y, por ende, la de la raza aria. El Führer del futuro III Reich haría el último gran servicio a la patria: obligaría a Guillermo a tomar partido por los protestantes y poner la primera piedra del II Reich, adelantándolo casi dos siglos y medio. Un plan infalible como la Unternehmen Barbarossa.

Conocido el talante del Führer y el carácter de los genios de la lámpara es fácil imaginarse cómo fue esa fantástica conversación: tenemos a Hitler disfrazado de rico burgués prusiano de principios del siglo XVII acarreando una abultada saca con el botín que le garantizaba un próspero porvenir. Con un gesto melodramático rompe el sello de plomo del jarrón y el genio escapa de su confinamiento de más de veinticuatro siglos.

—Te he liberado de tu cautiverio. Exijo que cumplas mi petición. Quiero que me traslades a la capital del Ducado de Prusia en los estertores del reinado de Juan Segismundo I de Brandeburgo, tal y como voy vestido y con los bártulos que acarreo.

—Tienes que ser más exacto, ¿sabes? Esto de viajar en el tiempo… Deja que mire, sí, espera… déjame ver, estamos en 1945. Vale. Venga: ¿qué año?

—¡1610! —exclamó Adolf, a punto de perder los papeles, de igual modo que había perdido la guerra. Ciertamente el traqueteo de varios винтовка Мосина (Mosin-Nagant) dentro del búnker tampoco ayudaba mucho, todo hay que decirlo.

—¿Y el mes?

—El que quieras, maldito bastardo, cumple mis órdenes —escupió sin ningún tipo de modales el líder de la raza aria.

—Al instante, mein Führer, atiendo tu plegaria. Suerte en Königsberg el 1 de septiembre de 1610… no te aburras mucho.

—¿Por qué te ríes, bastardo de un camello con una cerda? —Y esas fueron y serán las últimas palabras que se escucharon y escucharán de Adolf Hitler. Instantáneamente desapareció del mundo de los vivos y de los muertos.

Hitler no está muerto, ni está vivo. No está en este plano de existencia, ni en ningún otro plano. Algunos optimistas podrían decir que se encuentra junto al gato de Schrödinger esperando a que la naturaleza tome una decisión. Pero no es cierto, ya que el espacio que ocupa el gato es un espacio ex ante, un espacio obligatoriamente necesario para poder definir el suceso aleatorio con todos los estados de la naturaleza posibles y con sus respectivas probabilidades de acaecer. De todos esos estados, uno y sólo uno será real, independientemente de sus posibilidades. Es decir, ex post sólo un estado habrá sucedido y los demás no habrán existido nunca. Pese a ello se requiere conocer los posibles estados alternativos del suceso aleatorio y sus probabilidades para poder tomar decisiones ex ante y para hablar con propiedad de un acontecimiento aleatorio. Sí, es complicado, es lo que tiene la estadística.

Pero Hitler no está en el espacio ex ante, no está con el gato de Schrödinger. Simplemente no está, desapareció para no volver jamás. Ni siquiera es un genio aprisionado en una botella con un tapón de plomo con el nombre de Yahvé, Alá o Dios impreso. Uno podría creer que está muerto, pero para morir hay que tener un cuerpo físico en un espacio físico donde deje de funcionar. Hitler no murió en ningún momento, por lo tanto sigue vivo en el lugar al que lo llevó su deseo atendido.

Lector, a partir de este punto abandona toda esperanza de mantener tu comprensión y cordura. Puedes parar aquí y mantener ambas o seguir sin garantía alguna. Recuerda que:

La verdad te hará libre, nunca se dijo que te haría feliz.

La culpa es del Sol.

Más concretamente, del tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol. En particular 365,242189 días[6] (365 días 5 horas 48 minutos y 45,10 segundos). Esto no es nuevo y hasta los millennials saben que esas cinco horas y pico cada año hacen que, cada tres años, el siguiente sea bisiesto y, por lo tanto, tenga un día más[7]. Eso ya lo sabía Julio Cesar y por eso su calendario, el Juliano, así lo contemplaba. Pero ¿qué pasa con esos 11 minutos y 15 segundos de menos? Poca cosa al principio, pero con el paso de los años la fecha del calendario y la fecha de las efemérides astronómicas (estaciones tan útiles para la siembra) se iban distanciando. Año a año el calendario se adelantaba en 0,0078 días. Pasados unos siglos la cuestión empezó a tener efectos en la agricultura. Y eso no es bueno para los que mandan. Como por aquellas épocas los que mandaban eran los curas, el Papa Gregorio XIII decidió enmendarlo y poner la fecha en hora con el Sol. El 24 de febrero de 1582 en la bula Inter Gravissimas decretó:

1.- El año nuevo se trasladaría del tradicional 24 de marzo al 1 de enero.

2.- Para eliminar los futuros adelantos en el calendario, se requería eliminar algunos años bisiestos. Como todos los años finales del siglo son bisiestos (por ejemplo el 2000 fue el último año del siglo XX y el 2100 lo será del siglo XXI), se decidió que ninguno volvería a serlo, pese a ser divisibles entre cuatro. Salvo para aquellos años que, siendo final de siglo, sean divisibles entre 400. Así, desde su puesta en marcha los únicos años fin de siglo que han sido bisiestos han sido 1600 y 2000, como lo serán también el 2400, 2800 y sucesivos.[8]

3.- Para eliminar el adelanto acumulado en el calendario hasta ese momento, se fijó que el jueves 4 de octubre de 1582 sería inmediatamente seguido del viernes 15 de octubre de 1582.

El calendario gregoriano eliminó once días. Once días que jamás existieron, con todas sus horas y sus segundos. Momentos que no pueden perderse como lágrimas en la lluvia, porque nunca existieron. No están, no son, ni serán.

No todos los países aplicaron el cambio del calendario juliano al gregoriano al mismo tiempo. Los más católicos, en el primer momento, y los demás poco a poco. En particular, Prusia lo hizo en 1610, así al 22 de agosto le siguió el 2 de septiembre.

Adolf Hitler está en el 1 de septiembre de 1610 del Ducado de Prusia, en unos de los días que nunca existieron. Allá está y allí se quedará, disfrazado de burgués del siglo XVII gritando sin que nadie lo oiga, ni ahora, ni nunca. Lo sé bien, de vez en cuando le echo un ojo y me enorgullezco de haber atendido su plegaria.

 

[1]
Dedicatoria tomada prestada de la novela de Truman Capote Plegarias atendidas (1986, Answered Prayers).

[2]
    Curioso que aparezca Julio Cesar aquí, con el importante papel que jugará en el final de esta historia.

[3]
    Más adelante (más concretamente en la siguiente nota a pie de página) se apuntará el origen de su hallazgo.

[4]
    ¿Cómo llegó un jarrón mágico a las criptas de Montserrat en Cataluña? No es fácil de explicar, ni tampoco es este el lugar para ello. Pero tiene que ver con templarios «destemplados» en el combate de alguna de las muchas Cruzadas que, huyendo, acaban por tierras de la actual Etiopía y por casualidades de la vida encuentran el Reino mítico del Pestre Juan. Tras recuperar irremediablemente la fe y el valor, vuelven a Europa a dar las buenas nuevas. Recalan por el resto de sus días en el monasterio de Monsterrat con los «regalos» obtenidos en África. Realmente lo que hallaron eran judíos negros cristianizados descendientes de Menelik I, hijo del Rey Salomón y la Reina de Saba. David le regaló a su hijo algunos ifrit, (convenientemente encerrados en sus jarrones) que este se llevó con él cuando colonizó aquellas tierras africanas. Estos templarios se «habían hecho obsequiar» con un ifrit y una talla de la virgen y el niño, lógicamente ambos negros, como los habitantes de Etiopía de aquel momento y de hoy día.

[5]
    Para contextualizar y hacer más fácil la comprensión del resto del texto, lo razonable sería comentar la referencia bibliográfica. Citaría que es uno de los cuentos de Las mil y una noches, pero que no es uno de los originales árabes que conforman esta obra, sino un añadido fruto de la pluma de Antoine Galland. Pero dado el paupérrimo (y decreciente) nivel cultural de los lectores es más recomendable hacer referencia a la película animada de Disney Aladdin (1992, de Ron Clements y John Musker), con la certeza de que se contextualizará mucho mejor.

[6]
    Un día es el tiempo que tarda la tierra en girar sobre sí misma. Arbitrariamente, el día se ha dividido en 24 horas, pero eso es irrelevante para su duración y nada cambiaría si el día se dividiese en 50 horas, excepto que estas nuevas horas tendrían una menor duración.

[7]
    Los años bisiestos son aquellos divisibles entre cuatro. El mes de febrero de los años bisiestos es de 29 días, frente a los 28 días de los años ordinarios.

[8]
    Por cierto, este procedimiento no es exacto así: 400 años solares representan 146.906,88 días, pero para el calendario gregoriano representan 146.907 días. Es decir, cada 400 años el calendario gregoriano se adelanta 0,12 días. No es mucho, pero en poco menos de 3.334 años habremos adelantado un día.