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Granjeros espaciales

Cano Farragute

 

En la pantalla aparecieron las características del Sujeto Experimental Ciento Quince. Parecía el más apto para reproducirse, pues a juzgar por los parámetros estándar de la especie, sus genes serían escogidos por la naturaleza si la ciencia no intervenía, así que una aceleración del proceso a través de los métodos de selección artificial ayudaría a progresar a la especie.

- El embarazo de estas criaturas dura demasiado tiempo, Doctor Flavis –comentó el Señor Rubri, pasándose la mano por aquellos rizos rojos que gobernaban su cabeza-. Me temo que la alimentación nos sale más cara que mantenerlos a largo plazo.

El científico rubio que había a su lado era un anciano ducho en materia alienígena. Desde pequeño había sentido una gran pasión por los animales, pero en lugar de optar por la rama de la veterinaria, prefería trabajar entre los granjeros, donde podía controlar la natalidad de todo ser descubierto y mantener la especie.

Flavis pasó sus temblorosas manos por la pantalla digital, donde sólo aparecían alguarismos con información de cada sujeto experimental.

- Deberemos dosificar su comercio, de momento, y la expansión de la especie será sólo cuestión de paciencia –expresó el doctor. Señaló la pantalla-. Añadan a la celda del Ciento Quince a las hembras marcadas desde la Trescientos Treintaitrés hasta la Trescientos Cincuenta, con la salvedad de la Trescientos Cuarentaiocho, pues según estos datos –seleccionó un punto de información de aquella pantalla táctil-, padece una enfermedad venérea.

- La Sujeto Experimental Trescientos Treintaicinco no parece óptima para la reproducción –apuntó Rubri, con una mueca de disgusto, tras ojear su grado de salud.

- Cuando reciba los análisis más detallados, ya descartaremos los sujetos experimentales que no nos sirvan o deban pasar una cuarentena.

El Señor Rubri, firme ante el doctor, asintió. Una luz parpadeó en el brazal del empresario.

- ¿Qué ocurre? –quiso saber el Señor Rubri, pulsando el botón que había junto a aquella lucecita roja.

- Señor Rubri –le llegó una voz-; hemos tenido un altercado en la jaula número cuarenta.

- ¿Qué tipo de altercado? –curioseó el empresario, echando una mirada a Flavis.

- El Sujeto Experimental Setentaiuno ha herido de gravedad al Quinientos Diez. Ambos son machos.

Los ojos de Flavis mostraron curiosidad.

- Creí que eran dóciles –expresó el doctor, sorprendido-. ¿Podemos saber la causa? –preguntó al interlocutor que se comunicaba a través del dispositivo del Señor Rubri.

- Parece ser que ha sido la lucha por una hembra, Doctor Flavis.

Rubri asintió, mirando al doctor.

- ¿Inició la pelea el Quinientos Diez?

- No, señor –respondió el otro tipo.

- Pues entonces, llévenlo al matadero, pero fustiguen al Setentaiuno, para que sirva de ejemplo al resto de machos de la jaula.

- Así se hará, señor.

La comunicación a través del dispositivo finalizó.

- Espero haber tomado la decisión correcta –comentó Rubri, rascándose la cabeza.

- La pérdida de un solo sujeto experimental carece de importancia en estos momentos. Mientras no sean hembras, la investigación nos durará unos años –trató de tranquilizarlo el doctor Flavis-. Ha sido  sabio por su parte –matizó-. Tal cual está el desequilibrio de sexos, por cada macho podríamos mantener unas quince hembras.

- ¿Cree que están listos para copular entre los de la camada número cuatro y la uno? –indagó Rubri, cambiando de tema.

- Podemos poner a un macho de la uno y a una hembra de la cuatro en la misma jaula, y comprobar la compatibilidad.

- Dé usted mismo las órdenes, doctor Flavis –respondió el Señor Rubri-. He de ver a mi esposa. Mi hijo espera probar un nuevo plato, así que cogeré un par de ejemplares.

- Es su negocio –concedió Flavis.

- Buenas tardes.

- Adiós –se despidió el doctor.

 

*   *   *

 

<<Qué curioso –se dijo Flavis, que habiendo abandonado el laboratorio, se hallaba estudiando la comunicación del Sujeto Experimental Un Millón Ochocientos Mil Cuatrocientos Diez, de la camada uno, frente a la hembra número Doce de la camada cuatro-. No se hacen daño, y sin embargo, la hembra está llorando>>.

A juzgar por la posición de aquellos animales, estaban sentados, el uno frente al otro, y se comunicaban. Aunque Flavis no podía entender nada, claro, ya que aquellos gorjeos primitivos parecían componer algún tipo de lenguaje cuyas frases eran tan largas que quizás aquella conversación duraría días.

 

*   *   *

 

Mientras tanto, un grupo de jóvenes científicos observaban a los ejemplares de la jaula número cuarenta.

El Sujeto Experimental Setentaiuno, grande y mucho más fuerte y feroz que el resto de los machos, se apareaba con la hembra que había defendido el Sujeto Experimental Quinientos Diez, pero ésta luchaba por liberarse del victorioso Setentaiuno, en lugar de disfrutar de su placer. Las demás hembras se acurrucaban al final de la jaula, llorando. Los otros dos machos protegían a sendas hembras, junto a ellos; pero el resto se arremolinaban entre sí.

Los jóvenes tomaron apuntes.

Cuando el apareamiento hubo concluido, la hembra quedó en el suelo, como exhausta. El macho rugió. Entonces, la apertura superior de la jaula se accionó y llovió comida, suministrada por el profesor que instruía a los jóvenes.

- Si no obtienen recompensa, no seguirán haciéndolo. –Explicó a los alumnos. Con una vara electrizante, impedía a los dos machos pasivos acercarse a la comida-. Tienen que comprender que han de ganarse los alimentos y las hembras.

Los sujetos experimentales hembra tomaron aquellos alimentos sintéticos, aunque nadie se atrevía a acercarse al Setentaiuno. Tampoco podían compartir con los machos pasivos, ya que ningún alumno enkéfalo se oponía a las inconcusas decisiones de su impenitente profesor, quien también atizaba a las hembras más generosas con aquellos dos machos.

 

*   *   *

 

Sujeto Experimental Un Millón Ochocientos Mil Cuatrocientos Diez, de la camada uno, contemplaba a la hembra Doce de la camada cuatro.

- ¿De dónde eres? –quiso saber el macho.

- África –respondió la mujer de piel oscura, entre balbuceos de miedo y tristeza-. ¿Y usted?

- Yo soy alemán –contestó él, tratando de mantener la calma y la compostura-, pero trabajaba en América.

- Mi esposo era americano –balbució ella-. Y mi hijo también…

- Su hijo estará bien, señorita…

- ¡¿Que estará bien?! –estalló Doce-. Yo soy una respetada arquitecta que ha ayudado a redificar Francia después de la Cuarta Guerra Mundial, y estos monstruos me han convertido en una yegua de cría…, y mi hijo será alimento de estos alienígenas una vez crezca. –La mujer estalló en un horrísono llanto.

Un enkéfal los observaba desde su privilegiada posición, fuera de los rediles que eran las celdas para humanos. La criatura era macho, según habían aprendido a diferenciar. A pesar de su superior inteligencia, los enkéfalos seguían dándoles miedo por su aspecto: eran bulbos cubiertos de pelo, con un par de extremidades que se bifurcaban (debían ser dedos), y ojos estampados en la zona carnosa, apenas cubierta por uniformes que se deducía que serían de los científicos. Flotaban en el aire, ayudados por una máquina a suspensión que llevaban incorporados en el extremo trasero de su ovoide figura.

- Y yo trabajaba en una hamburguesería –se encogió de hombros Un Millón Ochocientos Mil Cuatrocientos Diez, que quería amenizar aquella situación a base de conversaciones, por muy insustanciales que fuesen-. Estas criaturas que nos esclavizan no ven la diferencia.

- Pues es más que evidente.

- Entre un cerdo y nosotros, para ellos, el contraste es anodino, si es que son capaces de percibirlo. Verás –comentó, acercándose a ella. La mujer lo rehuyó, debido a la desnudez de sus cuerpos, que creaba reticencia al tacto-. Está bien, como quieras –dijo, alzando las manos en señal de inocencia. Deteniéndose, cubrió sus partes para no incomodar a la chica-. Su inteligencia está tan por encima de nosotros que el que seas arquitecta o hagas hamburguesas, les da igual. Apostaría a que nos han puesto juntos porque eres negra y yo ario. Tampoco entienden de racismos: quieren conocer nuestra compatibilidad. –La mujer torció el gesto, lleno de dudas. El hombre, sentado, dejó que su nuca tocase la pared, alzando la vista hacia aquel doctor rubio-. Desean ver un hijo nuestro.

Doce, aterrorizada, se alejó algo más de Un Millón Ochocientos Mil Cuatrocientos Diez, sutil. No podía aceptarlo, pero ya era un hecho: habían sido abdicados a aquellos alienígenas.

 

 

*   *   *

 

El Señor Rubri disfrutaba al ver sonreír a su hijo. Su mansión, estaba llena ampulosos detalles que serían imperceptibles para el ojo humano, y probablemente habría pasado por una primitiva e inconexa hacienda, pero la economía de la disposición y extensión espacial de sus hogares era también producto de una sofisticada evolución, mezcla de la naturaleza y la ciencia.

- ¿Qué te parece esta nueva especie? –quiso saber, palmeándose el vientre tras el festín.

- Están bien, papá –dijo el pequeño-. Pero prefiero el pescado.

- También hay que comer carne –sonrió el Señor Rubri.

Las conversaciones entre los enkéfalos eran, en realidad, de un par de sílabas como mucho. Su elaboradísimo lenguaje, derivado de un sinfín de cuerdas vocales respecto al ser humano, les permitía emitir un importante discurso en tan solo un segundo. Su abecedario, lleno de millones de sonidos, poseía entonaciones de una sola sílaba que componían frases enteras. El avance de la especie era mayor que el de ninguna otra conocida, ya que no se perdían en conversaciones banales más allá de un par de segundos. Las discusiones acababan pronto y, con una fluidez tal para el diálogo y la comprensión hasta grados de empatía insospechados, el concepto de la guerra entre ellos era impensable, así que el Universo, consciente o no de ello, estaba rendido a su inminente dominio.

- Cariño –le llegó la voz de la Señora Rosus. El enkéfalo se giró, y aquella enkéfala de cabellos negros le sonrió-: ¿mañana puedes traer otro más? –Comentó, mostrando el plato donde un humano despellejado y cocido yacía entre un montón de verduras-. Quiero invitar a la Señora Venetus, que vendrá con su esposo. Tienen un hijo de la edad de nuestro Viridis, y su empresa de transporte interplanetario podría hacer buenos negocios con la nueva granja.

- Sí, mi amor –dijo él-. Siempre pensando en los negocios. A veces me pregunto por qué no los llevas tú misma. Nos iría mejor. –Se le notaba cansado. La conquista de un planeta tan pequeño como la Tierra lo había conducido a un quebradero mental para economizar el espacio, y cada celda, de apenas cuatro metros de ancho por cuatro de largo, ya empezaba a contener una docena de aquellos seres.

- Tranquilo… tranquilo… -pronunció con voz sosegada, acercándose al Señor Rubri y besándolo-. Este planeta aún es virgen; una factoría gigante.

Aquella invasión podría convertirse en el magnicidio de toda la especie humana, pero sus conquistadores lo consideraban un avance, una nueva fuente de alimento y economía. Eran una analogía de la perspicua crueldad de la que la humanidad había sido dueña tantos años, vilipendiando a hombres y mujeres, hasta convertirlos en zaheridas caricaturas de valor económico y científico.

 

*   *   *

 

La hegemonía humana había tocado su fin; la celda cuarenta era la viva prueba de ello, un nido de terror. Setentaiuno mandaba, y ya era el último macho.

- Yo soy vuestro señor –se señaló, acercándose a Cinco Mil Millones Seiscientos Once Mil Veintitrés, una mujer asiática, agarrándola por la muñeca-. Si alguna se me opone, la enviarán al matadero junto a esos dos que eran vuestros esposos.

Las esposas de los dos últimos varones que había en la celda rompieron a llorar. Setentaiuno sonrió, apretando contra él a Cinco Mil Millones Seiscientos Once Mil Veintitrés.

Era un esclavo, pero daba igual cuán destruida estuviese la humanidad: siempre habría alguien que sacaría provecho aun en tiempos funestos. Setentaiuno, un violador convicto, ahora tenía la misma dignidad que un entregado hombre de paz, y su pasatiempo favorito se había convertido en una recompensa que casi podía considerar su profesión. Había descubierto que cuantas más mujeres fuesen embarazadas, más le llevarían, y cada día diferentes. Si rechazaba a las feas, éstas eran llevadas a otra celda o al matadero, descartadas por la ciencia de los enkéfalos como sujetos experimentales invalidados para la procreación.

Quizás aquella locura de esclavitud sería la forma de condonar los cientos y miles de años de abuso a los seres vivos que la humanidad había considerado como inferiores a ellos, hasta deificarse por encima de los principios éticos que habían erigido sus antepasados.

El racismo y el sexismo se habían acabado, llegando a una denigración promiscua y sin distinción.

Setentaiuno se había convertido en un semental para sus captores. Su conocimiento jamás le llevaría a reconocer que, en un pasado que apenas abarcaba unas semanas, la especie humana se entronizó hasta el punto en que la diferencia de un objeto a un animal era nula, y todas las mujeres de aquella jaula podían considerarse simples objetos usados por los enkéfalos, que premiaban a su violador.

 

*   *   *

 

El Señor Rubri y el Doctor Flavis se hallaban reunidos, sobrevolando el Atlántico.

- Es curioso –comentó Rubri- ¿para qué cree que se desplazarán estos seres en esos primitivos ingenios?

Flavis observó el barco, desde su privilegiada posición en la aeronave que se deslizaba sobre el océano.

- Es un misterio –admitió Flavis-. Pero ya lo averiguaré.

- ¿Cómo ha dicho que llaman a ese aparato? –quiso saber el hombre.

- “Barco” –respondió Flavis.

El Señor Rubri se estremeció espasmódicamente.

- Qué espanto –exclamó, estupefacto-. Utilizan dos horrísonas sílabas para designar un objeto tan simple.

- Así es.

Pensaron en milésimas de segundo en todo el tiempo que habían perdido al pronunciar la palabra “barco”, y se sintieron estúpidos. Nunca llegarían a una comunicación plena con ningún ser terrícola.

- Estos seres humanos son unos animales de lo más extraños.

- Se especula que pudieran ser la especie más desarrollada del planeta.

Rubri se encogió de hombros.

- Para lo que les ha servido… –musitó.

Científico y empresario sentían lo mismo, en realidad. No podían hacer nada por una especie que se pasaba el día deprecando en un idioma que les era ajeno, patéticos en sus celdas, solitarios en su plural lamento. Al igual que había sido el humano, los enkéfalos ahora eran déspotas inconscientes, y la especie ex dominante de la Tierra no tenía nada que reprocharles si no se señalaban antes a sí mismos.

Ahora tenían un mensaje que jamás llegaría a las futuras generaciones, y ya de nada serviría, pero solo habiendo llegado a aquella situación, los humanos comprendieron lo endémicos que habían sido para el resto de las especies con quienes convivieron en el pasado, por un futuro próspero, un futuro libre del pecado del que ahora eran víctimas, un futuro que llevaba prolongándose siglos y siglos sin que detuvieran la atrocidad que estaban haciendo, un futuro que se habrían pasado entibándose unos a otros para proteger sus conciencias.

De la misma manera que siempre hubo animales salvajes, ajenos al mundo humano, ahora, paradójicamente, sólo las más remotas tribus que vivían aisladas eran mesteños de la Tierra.

 

*   *   *

 

El Señor Rubri, junto a su esposa Rosus, descansaban aquel domingo, y habían acudido a la ermita erigida en aquel remoto mundo al que, según las escrituras, debían llamar Planeta Tierra.

El reverendo subió al estrado y abrió La Biblia. Era la hora de las lecturas, y aquel día eligió empezar por el pasaje del Génesis número uno, versículo veintiocho:

- Creced, multiplicaos, conquistad los mundos y sometedlos; dominad los peces de sus mares, las aves de sus cielos, y todos los animales que caminen sobre estos planetas...

Satisfecha, la Señora Rosus apretó a su marido contra ella, sabiendo que sus granjeros espaciales ayudaban a que la labor que Dios les había encomendado se cumpliese.

- …a todo ser que respire, la hierba verde les servirá de alimento…

Aquella era su fe. Loaban los pasajes bíblicos en pos de un dominio completamente espurio, atribuido a sí mismos a través de una escritura que limpiaba sus conciencias. La crueldad sólo era fehaciente cuando se experimentaba desde el lado de las víctimas y no de los verdugos.

- Amén –dijeron todos los presentes al unísono, una vez el reverendo hubo finalizado la corta lectura.

 

 

 

Cano Farragute, de 26 años, nacido en Málaga, donde reside; empezó con la publicación del bolsilibro "Estatuas de Venus", por parte de NeoNauta Ediciones, este mismo año 2014. También ha participado en las revistas digitales MiNatura (nº131) con el relato "No dijeron ser terrícolas" y en Portal ciencia y ficción (nº3) con el relato "Museo"; también este 2014.

Actualmente se encuentran en proceso de edición (a fin de ver la luz este 2014) sus siguientes obras:

  • Preludios de Fimbulvetr (Editorial Sonolibro): nueve relatos mitológicos de la Escandinavia medieval, agrupados en antologías y en formato audiolibro.
  • Entrañables reptiles (Editorial NeoNauta Ediciones): un bolsilibro pulp de ciencia-ficción.
  • Valor incalculable (Editorial Nevsky Prospects): relato cómico de steampunk que formará parte de la antología “The best of spanish steampunk”.
  • Honor ambiguo (productora 13deOctubre): metraje sobre el narcotráfico y la corrupción, del que creó el guión.
  • Biológico (revista Alfa Eridiani): relato de ciencia-ficción especulativa.
  • Minimalia (revista NM): relato de fantasía (basado en el microcosmos de Final Fantasy®).