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Hanky-punky

Signes Urrea, Carmen Rosa

I'm a blonde single girl in the fantasy world 
Dress me up, take your time, I'm your dollie 
You're my doll, rock and roll, feel the glamour and pain 
Kiss me here, touch me there, hanky-panky
(Barbie girl lyric. Aqua)

 

Aquella maldita llave se había atorado y, con el forcejeo, se rompió. Conquistó al casero para que sustituyera la cerradura de inmediato. A pesar de ello, el cliente no tuvo paciencia y se marchó muy molesto, le resultaba increíble que aún se utilizaran aquellos antiguos artilugios tan alejados de la realidad cotidiana, pero qué podía esperar de aquel lugar, aquella barriada que hacía mucho que no recibía la visita de las autoridades que de seguro la hubieran hecho desaparecer. 

Se resignó a la pérdida del ingreso extra, había sido un largo día y pese a todo lo que llevaba en el cuerpo, química necesaria para mantenerse en pie treinta horas ininterrumpidas,  le vendría bien un descanso. Antes de caer rendida en la cama, lanzó el dispositivo profiláctico y el busca-detector sobre la mesilla de noche. Definitivamente, no llevaría hasta la ducha aquellos aparatos que la mantenían en constante contacto con los posibles clientes.

La poca salubridad de la pensión, se veía compensada por el ungüento viscoso que salía del dispensador automático de la ducha iónica. Había insistido mucho para que se lo instalaran. Un extra mensual bajo mano al casero, ayudaba siempre.  Un extra que, por otra parte, no le serviría para cambiar de localización su cubículo, nunca llegaría a ganar lo suficiente como para conseguirlo. Le había hablado de las facilidades obtenidas gracias a una vida dedicada a la prostitución pero, estaba claro, habían exagerado.

Si bien reconocía que de no tener nada, tal y como ella comenzó, a poder vivir en una vivienda digna, distaba mucho, se resignó a admitir que hacía mucho que había alcanzado su tope. No obstante, no se sentía derrotada  Hasta el momento había superado con nota los constantes cambios de moda para atraer clientes. En cuanto entraron en el mercado las jovencitas Barbiedoll, muy acostumbradas al lujo y al despilfarro, tuvo que reciclarse. Nunca había podido mantenerse ajena a las tendencias: sucumbió a los largos cabellos y a la ausencia de los mismos emulando la tribu de los patriotas, que tenían por costumbre raparse constantemente; perforó y modificó su piel, implantes y prótesis  que alteraron su fisonomía y modelaron su cuerpo. Cualquier cosa era válida para aumentar la cantidad y calidad de los clientes. Es por ello que, ahora, siguiendo los gustos de los encorsetados burócratas de la City, aparcó todos los prejuicios y se dispuso a emular la última moda.

No temía desentonar aunque era una tendencia para jovencitas, porque siempre había aparentado tener menor edad. Además ella era como la viva imagen de la Barbie, sólo debía resaltar o, más bien, exagerar, algún que otro pequeño detalle: como el tejido de la ropa  o avivar el rubio de su cabello. Melena larga y rubia, traje ajustado, medias oscuras, zapatos de charol negro con tacón de aguja. Toda una indumentaria que acentuaba su extrema delgadez., una de las características más representativas que hacían de este atuendo algo único. La moda era la representación idealizada de una muñeca “La Barbie” que se popularizó en el siglo XX y se consagró en el XXI. Y obligaba a su portadora a caminar casi mecánicamente, movimientos poco naturales, como los que corresponderían a un juguete  con falta de movilidad en sus articulaciones. Termino de arreglarse y se encaminó para el centro de la urbe. Con ese aspecto, apenas si necesitaba publicidad. 

Debía haber comenzado a sentir las vibraciones del busca-detector nada más pisar la calle, pero permanecía en silencio. Muchos hombres hacían uso de los servicios de compañía. Las autoridades habían tenido que ceder ante el número creciente de violaciones y suicidios que provocaba la soledad en aquella sociedad tan acelerada. Lo más sorprendente fue que, ante la permisividad, los servicios ilegales se convirtieron en los preferidos de las clases más altas.  ¿Por qué pagar más por un servicio que a fin de cuentas tenía los mismos controles sanitarios, era mejor valorado y no disponía de tanto registro de actividad?

Llevaba recorrida media ciudad y no le había salido ningún trabajo.  Se preguntaba si realmente había acertado con la vestimenta.

Se sentó en una terraza desde la que dominaba la autopista y el bulevar. Sintió cómo era observada, no acababa de comprender qué sucedía.

Acompáñenos señorita —le dijeron un par de muchachas vestidas como ella que se le acercaron sin decirle nada más.

Comenzaba a llover, parecían tenerlo todo previsto, pues sacaron también para ella un chubasquero de plástico transparente. Caminaron suficiente, le molestó que los busca-detectores de sus acompañantes sí que funcionaran mientras que el suyo permanecía en silencio.

La entrada del local se presentaba a juego con el color y la imagen de la muñeca que ellas mismas representaban.  Decenas de vitrinas decoraban las paredes del interior. Centenares de muñecas y otros curiosos objetos mostraban la evolución de tan singular juguete. Un templo dedicado a la veneración obsesiva de “La Barbie”.

 ¿Te gusta? Casi doscientos años de historia avalan nuestro culto. Y, ahora, nosotras tenemos la obligación de seguir escribiéndola.

Prefirió sonreír, pese a que seguía sin comprender. De algún modo tuvo miedo de lo que estaba sucediendo, miedo de haberse metido en graves problemas.  Siempre le habían dicho que era la viva representación de aquella muñeca, algo que, al fin, pudo constatar.

El local no se diferenciaba mucho del resto de establecimientos de la ciudad donde ella solía ir a buscar clientes. Detrás de la barra, un joven la aguardaba con una copa en la mano. Ni siquiera se cuestionó si era lo que le apetecía tomar en  aquel momento, simplemente lo aceptó, había decidido seguir el juego para evitar conflictos. Él, muy amable, dejó la bebida sobre un posavasos que, para facilitarle la sujeción, seguía su mano cuando ella la acercaba. Le llamó la atención la perfección de las facciones del muchacho a quién sonrió mientras recogía su copa. Era como si su rostro le resultara conocido, no tardó en corresponderlo con los del muñeco que acompañaba a Barbie, y que hacía un segundo había visto repetido en aquellas vitrinas. 

El dulzor excesivo de la bebida, de un tono rosa chicle escandalosamente fosforescente, enmascaró el sabor amargo del narcótico. — Gracias, Ken —alcanzó a decir después de leer la placa con su nombre y antes de perder el conocimiento.  

Sobre la mesilla de noche el dispositivo profiláctico se mantenía en pleno funcionamiento. El busca-detector no cesaba de pitar. Tras el cristal, decenas de rostros contemplaban al primer ejemplar de Barbie prostituta en el día en el que Ken, plantado delante de ella totalmente desnudo, estrenaría, por vez primera, sus servicios.