Twitter Facebook
Entrar o Registrarse
desc

Si no tienes cuenta Regístrate.

Mobi Epub Pdf  

Hermosas mujeres albinas

Da Silva, José Manuel

 

I


2:45 de la mañana,


Solo a estas alturas se puede llegar a notar la morbosa ironía, de llamar a ésta hora de la madrugada, mañana.


No debe haber nada más lejano a la redención lumínica, que garantizan las horas posteriores al alba.


Tengo que arrancarme las sábanas como una vieja piel de víbora, el calor gotea mientras no puedo evitar escupir una broma casi espontánea sobre la monotonía del hedor solitario y desesperado de mi transpiración. Pero por mas que lo intento el chiste no se me ocurre.


El silencio queda preservado.


Al menos el silencio humano, articulado, esa jeringosa con pretensiones de sentido.


Hay todo un universo lingüístico de cracks, plips y racks, muy significativo, mucho más que el de las palabras. Sobre todo para un tipo que duerme con una colt 38 corta debajo de la almohada.


Alquilo el piso superior de una especie de strip karaoke club koreano. Solo tiene los marcos desnudos como ventanas y mi veladora es el horrible cartel de neón que zumba como abejorro en celo.


Milagrosamente no se escucha, de forma definida, ninguno de los alaridos de los pescadores de alta mar y marinos mercantes, tan borrachos como para contonearse creyéndose Britney Spears.


Las mujeres parecen el resultado de un aborto de pesadilla surrealista, tienen las mismas facciones que los hombres, pero sus glúteos, senos y labios están tan descomunalmente hinchados, al punto que parece inminente que una infección matará a sus cuerpos de una horrible explosión de sepsis.


No quiero que se me malentienda, si es que hay alguien que haga el vano intento. No tengo nada en contra de los orientales, es mas, combatí contra muchos de ellos en la guerra y fueron dignos enemigos, pero me molesta mucho ver a una persona reducida a su caricatura. No me da lástima, ni rabia, solo me provoca ganas de arrancarle los dientes a culatazos.


Pero como dije no es por rabia, sino simplemente un reflejo físico, que de hecho estoy mejorando cada día mas en contenerlo.


Sobre todo porque quiero conservar esta ubicación, no tengo idea por qué es importante, así como tampoco sé en que guerra combatí, pero ahora eso no importa.


Por suerte el efectivo aislamiento hace mi estadía un poco menos insoportable.


Durante el día trato de salir la mayor cantidad de horas posibles, en realidad, voy en contra de mi impulso natural, pero me parece que el cuento de depredador nocturno es parte de una serie de reflejos que debo evitar.


Tampoco quiero dejar entrever ningún tipo de señal de vida en mi precario cubil. Irónico para alguien que presume de no querer caer en el cliché del depredador nocturno.


lego a las 10 justo después de que oscurece y subo por la escalera de emergencia, amurada a la pared lateral del local. Entro por los huecos de ventana que dan a la oscuridad del callejón.


Los únicos murmullos vienen de un eternamente atestado y pestilente contenedor de basura, hogar de los gatos más sarnosos que he visto en mi vida.


Por cierto ratas ya no quedan, aunque los superaran en número y muchas veces en tamaño, entendieron perfectamente que los gatos están muy hambrientos.


En un principio Xiao, el dueño del local, intentó retribuir la cortesía que él adivinaba en la excesiva cantidad de dólares que le pagaba, (mas por su discreción que por el mugroso cuchitril), obligàndome a entrar por el club. Después de tercer hospitalizado se dio cuenta que no valía las molestias y me dejo a mi antojo. Otro de los reflejos que debo mejorar.


A veces, cuando estaba muy aburrido me hacía ver subiendo al piso superior, para que le avisaran a Xiao que tenía merodeadores en su propiedad. Sabiendo que solo podía ser yo, (mi presencia en la azotea provocaba lo mismo que los gatos en el callejón), Xiao subía poniendo una inverosímil cara de envalentonamiento, calzaba al hombro una vieja mauser que escondía bajo la barra y emprendía el ascenso bajo la expectante mirada de su variable séquito de admiradores.


En cierta forma creo que después de las primeras incursiones comprendió perfectamente la dinámica, en agradecimiento a la fama de intrépido que le había generado tal actuación, subía con una botella de whisky que escondía bajo el último peldaño, fuera de la vista de su fan club.


Compartíamos unos apurados tragos bajo la tóxica aurora boreal generada por el reflejo de la luz halógena en el aire saturado de partículas metálicas.


Los últimos tragos eran los más rápidos, no nos permitíamos mas de 10 minutos para no provocar la irrupción de algún comedido.


Estos encuentros siempre terminaban en un Xiao bamboleante acercàndose a la especie de escotilla de submarino que servía de acceso a mi piso, haciendo una pausa dramática, después de un par de disparos, saboreaba el silencio y luego lo interrumpía con lo que parecía una pésima imitación de Clint Eastwood.


Cuando se enfrentaba cara a cara con sus pasmados fieles pronunciaba de memoria lo siguiente: no soy ningún asesino, solo le di en una pierna para que sepa quien manda en éste pueblo.


Esas performances y el calibre de la mauser hace diez años me hubieran asegurado varias y molestas goteras. Desde entonces las lluvias son algo más cercano a los documentales del Discovery Channel. La realidad se parecía más a un vapor ascendente que lo sofocaba todo en el día y un viento Ártico pero sin nieve en la noche. Los días en que el proceso no se invertía sin razón alguna.


Invariablemente el resto de la botella era mío, siempre refractaba los primeros rayos de sol vacía, se apilaban como esqueletos en exhibición.


Solo así conseguía acostarme de a ratos, lo único que lograba era un mínimo efecto placebo.


La ausencia de resaca al otro día confirmaba lo futìl de ese camino, volviendo a mi natural estado de incomodidad.


Los bocinazos, la luz y el calor agobiante eran la orden diaria de que debía abandonar mi cueva.


Con el tiempo aprendí a vagar por la calle, sin miedo, sin preocupación y sin descanso.


Nadie pregunta, nadie mira directamente, todos están asustados de todos y los únicos que escapan al miedo son los que están demasiado obsesionados como para ver algo, lo que hago es simplemente andar, perdido en medio de ese todo.


Recorro las calles para poder encontrar algo que me dé alguna pista, pero no para armar el rompecabezas, eso ya está armado, tallado en forma de símbolos sobre todo mi cuerpo.


No sé que son, no sé que significan, no se como los obtuve, es más no sé si sé algo sobre mí.


Ya lo intente unas cuantas veces por las formas habituales, pero siempre quieren saber más de mí, más de lo que yo no sé, tratan de obligarme forzarme, viviseccionarme, es obvio que no reacciono bien cuando me obligan y más obvio todavía que la peor parte se la llevan los demás.


Xiao no me hace preguntas, eso es lo que me agrada, no porque sea reservado o porque sea muy duro, es solo que no tengo las respuestas que los demás quieren de mí.


Sospecho que recibiendo la cantidad de dinero que le pago a Xiao, también estoy pagando una personalidad de mi agrado.


No puedo dejar librada la seguridad de mi guarida al nulo talento de negociante de mi arrendatario.


Gasta mas de lo que puede en traer directamente de Korea a las más pobres y miserables niñas, las llena de dinero con recomendaciones para que lo abandonen a la mínima oportunidad, pero las muy estúpidas se lo gastan íntegro en el primer carnicero plástico, antes de que puedan balbucear su nombre están tan hinchadas e inflamadas que el poco dinero que les queda lo terminan gastando en médicos para no morirse, siempre es Xiao el que termina pagando esas cuentas.


Las muy idiotas terminan deformes y esclavizadas.


Aunque Xiao repite que no hace caridad termina pagando joyas y ropas tan caras como horribles para una clientela que siempre es superada en numero por la cantidad de chicas. Las hijas de Xiao como las llaman los infrecuentes parroquianos.


Tipos hoscos, torpes y siniestros que fueron desplumados en puertos menos australes, en burdeles más caros, de dueños mucho menos inocentes que Xiao.


En ultima instancia su inocencia radicaba en estar convencido de que algún día podría rescatar a alguna de esas despenadas, de su miseria.


Pobre imbécil, es uno de los últimos inadaptados de ésta ratonera gigante, fue el único que no me vio con ojos temerosos y a la vez fascinados.


Todos viven al borde del pánico por querer ser aceptados y para eso se encierran en si mismos gastando hasta el último centavo que ganan, perdiendo el alma mientras se pudren sus cuerpos, sus sesos, frente a la computadora siendo cada vez más redituables y eficientes, maximizando o minimizando tal o cual gasto o emoción, dàndole forma de trabajo para recibir dinero a cambio, o deducir tal o cual impuesto.


Y ahí si, conseguir sustitutos pagables de lo que se perdieron mientras tanto.


Lo peor de todo, es que suponen ser sutiles con esta tosca charada, pero caminan por calles mugrientas, con la carne abultada por tumores artificiales made in Taiwan.


Y quien soy yo para juzgarlos si ni siquiera recuerdo mi pasado, ni siquiera haber tenido uno. Pero tengo una sensación bastante fuerte que me viene del fondo de las tripas que me dice que no debo ser muy distinto a éstas pobres ratas de laberinto que pululan en la noche.


La luz del día les parece demasiado poca cosa para exhibirse en su total impudicia, no usan la noche para esconderse como las alimañas, tanto regodeo, tanta vida muerta es exasperante, solo plasticina en las manos de un infantil dios retardado.


Encerrado en medio de este maldito zoológico espero, pero sin tener ni idea de que diablos espero, no pasa nada, nunca nada, excepto los meses, aunque todo el tiempo los músculos se me tensan en una alarma corporal de catástrofe inminente.


También es cierto que puedo se uno de esos tantos engreídos que se pudren enfrente de una pantalla enorme, soñando en su borrachera que están destinados para algo grande, pero lo único grande es el


desasosiego titánico que exigen como derecho vital, inalienable. Enfermos de mediocridad y patetismo su humanidad les parece poca cosa, pero los asquea hasta la nausea el mínimo esfuerzo que apunte a la excelencia. La compulsión a delegar es su maldición, maquinas, inmigrantes, empleados.


La ausencia de esfuerzo, la falta de dolor, embotó sus raquíticos cerebros en una especie de calma insulsa. Las drogas que amodorran sus tripas y amenizan las neuronas los transformaron en vacas de matadero, eternamente rumiando la gran felicidad que el nuevo juguetito les dará y como el anterior fracasó después de cinco minutos.


No puedo dejarme llevar por estas fantasías de insomnio, pero juraría que mi colt está destinada a limpiar este chiquero de una vez por todas, no lo he hecho porque me falte la rabia, o porque mi desprecio no sea suficiente, sino porque me parece un sueño tan torpe e inútil como lo de todos ellos, y eso me repugna.


Tendría que aprovechar que, al no tener pasado eso me da un comienzo limpio, pero así como no existe el felices para siempre, tampoco existe el èrase una vez. Siempre venimos de algún lado, y tengo la más firme certeza de que cuando entienda la imagen que forma el rompecabezas que cargo encima, no va a ser un espectáculo demasiado agradable; para nadie.


El o los que le hicieron esto a mi cuerpo y a mi mente deberían de tener razones muy fuertes y por lo tanto muy valederas, no existen razones buenas o malas, solamente razones débiles que no llevan a nada y se olvidan al instante, y razones fuertes, las únicas verdaderas, las que nos llevan a actuar.


Lo peor es que esto no me quita la rabia que siento y lo idiota que me siento, porque me hace caer en la cursilería de preguntarme que soy, que hice para que me dejaran así.


A fin de cuentas soy uno mas de la manada y lo que busco es venganza, todos lo hacen, de algo o de alguien, por lo que son, por despreciar en lo que se convirtieron.


Y otra vez estoy a las tres de la mañana rumiando las mismas excusas que el más despreciable de los traga frituras.


El patetismo está en mi pereza, en nuestro tímido celo desagradable que apesta a autocomplacencia y que jamás nos permitirá venganza alguna, por la más primitiva de todas las enfermedades, la cobardía.


Nos tiembla el culo con las manos transpiradas antes de levantar un garrote de hueso para partir un cráneo como melón podrido, así como lo hizo el primer monito lampiño, el que prendió el fuego que todavía arde en nuestras tripas.


Pero sigo hablando de nosotros, porque yo tampoco me animo a desencadenar la extinción en masa, lo único que hace falta es empezar, porque después del inicio, solo habrá que sentarse a esperar.


Son las cuatro de la mañana y ya escucho mis maquinaciones afuera de mi cabeza, me aturde y me asquea toda esa verborragia lastimera.


Ya no lo intento con el whisky como las primeras veces, aunque de vez en cuando llego a disfrutar la tibieza calcinante bajando por el esófago hasta las tripas, envidio el embotamiento de los marineros que se sacuden como medias reces al hombro de un cargador invisible con las hijas de Xiao. Me fascinaría por una vez quedar tendido en el piso babeante, por algo estos pobres miserables peregrinan hasta aquí como devotos de una especie de misticismo alcohólico.

 

II


 


Hermosas mujeres albinas, corriendo tranquilas, con sus pies sobre el lomo de caballos de hielo, animados por palpitantes corazones de lava ardiente. Fluyen por una cueva estrecha y crispada, casi inundada de agua violenta.


Las pocas veces que llegue a perder la conciencia, como lo más parecido a dormir, éste mismo sueño se repite, la misma sucesión de imágenes, como la única sensación de algo familiar.


Tan incomprensible pero tan mía, como la constante sensación de que me acaban de dar un garrotazo en la boca del estomago.


Por eso en cierta forma entiendo a estas pobres bolsas de penas que me rodean, se saturan de químicos sintéticos, se fríen el cerebro tratando de volver a tener esa sensación, que alguna vez los hizo olvidar el dolor.


Pero a diferencia de estos cúmulos de hormonas y neurotrasmisores enloquecidos, comento el peor de los errores, no me conformo con sentir la sensación de tranquilidad familiar, quiero saber que es, que la provoca, que significa?


Soy consciente de que es la peor estupidez que puedo cometer, pero eso no me da ningún beneficio, el impulso es inevitable, y si en el intento arrastro conmigo las trizas de mundo que me persiguen, no será peor de lo que ya me espera.


Ya no puedo seguir perdiendo el tiempo en estas fantasías, el impulso inevitable brota como magma incandescente y me arroja a la calle en pleno día.


Recorro los peores antros, llega la noche y sigo caminando, buscando al que tenga la capacidad y sobre todo el sadismo para dejarme así. La mañana se interpone en mi camino, me saluda con un gargajo en la cara, el sol calentando el mismo aire viciado de todos los días.


Tomo litros y litros de alcohol, las ratas y soplones más repugnantes van cayendo frente a mí sin decirme nada significativo.


Los menos me dicen alguna cosa que en la madrugada tenía sentido pero lo pierde inmediatamente después que la luz del sol lo inunda todo. Los más solo me hacen gastar las suelas de las botas desfilando infinitamente hasta el baño.


No todos son miserables, pero son pocas las excepciones.


Cuando me fastidian demasiado, espero a que caigan balbuceando y recupero el tiempo perdido con el dinero, botas o algún buen abrigo.


Al final de la noche llego a una suma considerable, pero el mal gusto reinante hace que lo de la ropa sea bastante difícil, y siempre me queda chica.


Pero noche a noche se me agota la paciencia, voy a tener que empezar a preguntar en mugreros con más estilo y de formas no tan amables, probablemente ahí pueda encontrar un buen abrigo.


Después de días vuelvo a transitar sobre el techo de Xiao al caer el sol, caigo rendido.


Me despierto al atardecer con la sensación de que me estalló una granada en el cerebro, quedan restos de las hermosas mujeres albinas y los caballos de hielo. Pero algo cambió.


La colt huele a pólvora quemada y hay un casquillo vacío.


Como era de esperarse no tengo ni puta idea de que mierda pasó.


El respetuoso silencio de Xiao ya me resulta impertinente, al final le pregunto frente a un desprevenido publico petrificado, si escuchó un disparo. Más temeroso que de costumbre apenas negó con un leve movimiento.


Veo como mi brazo se estira, y lo toma por el cuello con una mano, lo levanta en el aire para exprimirle lo que me está ocultando.


Sus pequeños pies se sacuden desesperados.


Me detengo a tiempo, no tanto como para no tener de que lamentarme, pero en cierto modo a tiempo. Un par de minutos después no tengo muy claro que fue lo que me convenció con tanta fuerza que algo me estaba escondiendo. Todos ocultamos cosas, pero siempre son algunas pocas estupideces que terminan armando un melodrama inflado de autoconmiseraciòn.


Pobre infeliz, no pude evitar ver que se había meado encima cuando subía a mi prisión sin rejas, no creo que volvamos a compartir mas whisky y silencio.


Por mi parte sigo cada vez más ahogado en mi culebrón personal.


Saltan las imágenes de una pesadilla alucinatoria de barro, fuego y sangre. Hay días que trato de seguirlas como pistas firmes, pero siempre termino en la furia de ver la hilacha del burdo montaje, estoy ahí pero no soy yo.


Renuncio a seguir revolcàndome en esos recuerdos de mala película de la guerra de Viet nam, el pequeño y valeroso pelotón que en la unión logra la invencibilidad, buscando a charlie entre los arrozales o entre la espesura de la selva húmeda.


No puedo evitar terminar desconfiando de los únicos recuerdos que en todo este tiempo pude recobrar, me son tan ajenos, tan extranjeros, que aunque lo quiera fervientemente no los puedo aceptar, aunque sea lo único que me conecta con lo que fui.


Pero no con lo que soy.


Pero si lo que fui es esa ficción, esto es ridículo.


Lo ridículo es que esté lloriqueando encerrado como una mujercita abandonada por estupideces inútiles como éstas.


Averiguar quien soy o no soy, ni ninguna de esas mariconadas, les va a quitar la cara de imbéciles espantados… a veces, no sé cuanto tiempo voy a poder contener el impulso de avivar, a plomo limpio, el fuego en esos ojos aguados, … pero esta pobre carne de matadero, inflamada de tumores sintéticos, que pulula en la calle, … no tienen nada que ver.


Tengo que encontrar a los que me convirtieron en mi.

 

III


Un reflejo distinto me atraviesa la córnea desde las bodegas abandonadas de enfrente.


Me dejo caer desde la ventana hasta la calle, mis tobillos resisten y no sé por qué, pero no me causa sorpresa.


Trepo por la pared de atrás y los sorprendo, con una tranquilidad que casi inmediatamente se convierte en satisfacción, pero que no sé a quien tranquiliza ni a quien satisface.


Me estuvieron vigilando todo este tiempo.


La rabia le gana a la curiosidad y ambos al desconcierto, arremeto contra todo lo que se mueva.


Los calientes golpes metálicos atraviesan limpiamente cada uno de los cráneos que me miran espantados, el silencio vuelve para cubrir todo ese ruido, demasiado ruido.


El lugar está infestado de monitores, mi imagen se repite sin excepción hasta al infinito, otra vez el ruido es demasiado. Los puños que tengo frente a mis ojos desencadenan un suicidio virtual haciendo explotar cada una de las pantallas. Ya no puedo soportar ver esa cara, esa carne, que me pertenece pero no es la mía.


Vuelvo corriendo a mis paredes, a mis ventanas sin marcos ni vidrios, pero ya nada es igual.


No puedo volver a la privacidad de mis pensamientos, ya no hay mas nada ahí dentro.


Las sienes me laten en un bombeo al borde de la fibrilaciòn y los cientos de pequeños cortes y vidrios incrustados se sienten como un enjambre de avispas enloquecidas sobre todo mi cuerpo. Pero cuando veo el brillo azul verdoso que refulge de entre los tendones de mi antebrazo derecho, dejo de sentir las piernas por una fracción de segundo, suficientemente larga como para hacerme caer. Rebotar contra la pared no evitó que me desplomara.


Sea lo que fuere ese brillo empieza a quemar cada vez más, se vuelve incandescente en luz y calor. No puedo ahogar mas el grito, intento abrirme paso entre mi carne con un resto de monitor que tenía clavado en la espalda.


Era tan obvio que me tendrían vigilado, pero por qué, quién?


La curiosidad vuelve en la forma de un sadismo autodestructivo. El dolor es tan abundante y puro como la sangre que brota a borbotones.


Tengo que arrancármelo, sigo con los dientes hasta que muerdo algo duro, algo no humano además de mi carne. Es una especie de cápsula brillante, un dispositivo de rastreo, un dispositivo para eliminarme, no tengo idea, ya no puedo pensar claramente, si es que alguna vez pude hacerlo.


Estoy mareado por la desesperación, por la sangre que ya no tengo, quien sabe por cuantas cosas más. Entrecierro los ojos, otro error más, cuando los vuelvo a abrir no sé si pasaron dos segundos o dos horas, pero no importa, ya tengo un pequeño pelotón de asalto encima de mí, perforàndome el pecho con decenas de pequeños redondelitos rojos de sus miras láser.


Hasta casi fue gracioso, pero no como para reirse, el sargento trataba de convencerme de que me rindiera con un gesto totalmente paternalista.


Por primera vez me siento confortablemente adormecido, tenía razón, esto debe ser lo que sienten los marinos del club de Xiao. Pedazo de un infeliz, seguro debería estar metido en esto, quien le va a dar alojamiento a una cosa como yo.


Ahí tirado y desangrándome encontré la primera y única certeza después de todo este tiempo, me quiero ir a mi casa, no sé si la tengo, no sé si alguna vez tuve algo así. No importa, solo con saberlo es suficiente, me quiero ir a mi casa.


Con la poca fuerza que me queda en el brazo izquierdo, aprieto firme la colt que tengo metida en la manga del abrigo, la subo a la altura de la sien y con el rabillo del ojo veo un fogonazo caliente que enmudece los gritos que se desvanecen casi sin comenzar.

 

IV


 


—¿Qué tenemos aquí?


—Hombre, caucásico, metro setenta, 60 kilos, unos veintitantos aproximadamente, con una bala en la sien izquierda con orificio de salida. Además tiene una extraña herida en el brazo derecho, con marcas de dientes en los bordes, parece que el muy demente quería un refrigerio antes de matarse y se masticó el brazo.


—No necesito tus chistes de mal gusto para sentirme peor, con mi resaca es más que suficiente.


—Me pregunto dónde habrá conseguido esa reliquia, una colt 38 corta. Tiene el tambor lleno y los casquillos vacíos y parece que fueron disparados hace muy poco.


—Otro pobre nenito de papá y mamá jugando a ser Rambo.


—¿Qué?


—Otro caso no oficial de Psirugìa estética. Es la nueva moda entre los millonarios aburridos, es el nuevo deporte extremo, se someten una especie de intervención virtual, un lavado de cerebro que los convence de que son, un obrero explotado llevado al limite de la desesperación, una puta vieja en toda su decadencia, un veterano de guerra víctima de experimentos terribles. Cualquiera de las cosas que jamás llegaran a ser. Es algo así como si les provocaran una psicosis temática, por una semana son alguien con emociones fuertes, reales. Están vivos. Después vuelven a sus mansiones a rumiar ese pantallazo de vida paralela.


—¿Pero entonces que pasó acá?


—Las cosas no siempre salen bien,… muchachos limpien todo, es un suicidio.


—Qué, si fue suicidio, que pasó con todo lo de la psirugìa.


—Jamás pudimos probar nada, como era de esperarse, no quieren que nos metamos con sus juguetitos.


—Señor, al embolsar el cuerpo encontramos esto en la boca de…


—Uno de los chips de rastreo, el muy demente se lo guardó en la boca después de masticarse el brazo para sacàrselo, y esto?


—Parece que hay algo escrito, dice: hermosas mujeres albinas, corriendo tranquilas con sus pies sobre el lomo de caballos de hielo animados por palpitantes corazones de lava ardiente.


—¿Qué querrá decir?.


—No tengo ni la menor idea.


—Vamos a ver que encontramos en esas bodegas de enfrente