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La invariante NOHC

Conde, Victor

Esdan.

El afilado contorno de la Carabela se hizo visible mientras abandonaba el túnel Riemann a tres órbitas del planeta. Sus aspas de impulso se plegaron conforme las condiciones del espacio relativista se iban normalizando, y las juntas giraron unos grados hacia atrás y abajo, como los remos de un antiguo barco fluvial.

  Esdan Demla / Zib se desperezó, entrelazando los dedos sobre la cabeza y empujando hasta oírlos crujir. Luego se destrabó los cinturones que la mantenían sujeta al diván de aceleración. Las lecturas estaban en un sólido verde tranquilizador; las estelas de espacio Riemann que sus aspas se “traían” del salto se iban desvaneciendo poco a poco, sin provocar roces ni explosiones de incoherencia bajo las leyes del espacio estándar. Los disipadores funcionaban a la perfección, y eso era algo que la intrigaba: ¿qué demonios hacían esas máquinas para deshacerse del fragmento de hiperespacio —un término que odiaba— que se pegaba a ellas en los conductos R? Ésa era una asignatura que en su nueva carrera de ingeniera de relativismos jamás lograría aprobar.

  Flotó delicadamente hacia la zona de instrumentos centinelas (el puente estaba construido expresamente para evolucionar en gravedad cero, así que los sistemas de vigilancia quedaban en el techo), y consultó los datos.

  —Hola, Clarise —saludó, con la voz aún enronquecida. La suave respuesta del delfín llegó desde un altavoz oculto:

  —Hola, Esdan. ¿Has dormido bien esta mañana?

  —¿Ya es por la mañana? Ajusta el día, por favor. Otoño entrante con suaves precipitaciones matutinas.

  La mascota-inteligencia central activó los hologramas de todos los pasillos y habitáculos de la nave, y el resto de sus ocupantes se encontraron durmiendo apaciblemente en medio de extensos bosques de coníferas y bajo una fresca llovizna de Octubre. Ninguno despertó, pero algunos sonrieron como si en sueños hubiesen apreciado el cambio.

  Esdan examinó el planeta al que se acercaban: una roca sin vida que describía órbitas muy lejanas alrededor de una estrella en explosión. La Regina VV6 había alcanzado el punto crítico de su fase nova hacía cuatro días, y ahora se encontraba estallando con fiereza y abriéndose como una flor esférica a la velocidad de la luz. Con un bostezo, la navegante calculó los intervalos: la onda expansiva de luz y calor les alcanzaría en dos quintos de jornada locales, unos veinte días. Tenían tiempo más que suficiente para completar su misión y salir zumbando antes de que la Regina se tragara también esa región del sistema.

  Lo que le sorprendió fue encontrar la otra nave. El radar indicaba que un objeto giroscópico de un cuarto de kilómetro de longitud y seis anillos concéntricos rotatorios ya esperaba en geoestación sobre el planeta. Esdan frunció el ceño: había creído que ellos serían los encargados de monitorear a los Delvan en su prueba de fuego racial, la experiencia de madurez tecnológica que les permitiría entrar gloriosamente en un nuevo estadio evolutivo. Pero la presencia de aquella otra nave...

  Con sincera curiosidad, ordenó al delfín abrir los canales de comunicación.

  —Estoy enviando los paquetes comprimidos habituales de saludo y especificaciones técnicas de la conversación. Responden... ahora —anunció Clarise tras un segundo—. Vaya, su sistema de encriptación de código es extraño. Creo que pertenecen a la Tercera Rama, Esdan. Hay un ruido de fondo que me es difícil de entender; podría tratarse de una alteración de la señal debida a los potentes campos magnéticos en implosión de la estrella.

  —¿Los Terceros están aquí? —la joven alzó las cejas, impresionada. Nunca había visto una nave de Terceros Humanos antes—. ¿Y qué están haciendo?

  —Sospecho que han venido a lo mismo que nosotros. Ellos también tienen interés en el progreso de la especie delvana, pero no me han querido explicar por qué. De todas formas, se congratulan de nuestra presencia aquí y solicitan una reunión en vivo para intercambiar impresiones.

  —Contéstales que estaremos encantados —dijo la navegante sin poder ocultar la emoción—. Si nos indican un muelle de anclaje...

  —Insisten en que deben ser ellos quienes se personen en nuestra nave. Dicen que no debemos preocuparnos por el hábitat. Traerán un nicho ecológico no dañino con ellos, programado para desaparecer sin dejar secuelas en cuanto haya acabado la reunión.

  —Uhm... —Esdan dudó. No era normal que los Terceros se anduviesen con tantos remilgos. Tal vez hubiera cosas que el embajador quisiera comentar fuera de la presencia de los suyos—. Está bien, comunícales que estaremos listos para recibirles en una hora.

  Dicho esto, la joven estiró las piernas y se catapultó fuera del puente, en busca de su marido / dos. Él era el experto en política, así que sabría preparar la ceremonia con la mínima dignidad que un grupo de embajadores Terceros merecía.

Encontró a su segundo hombre ya despierto y aseado, paseando por un campo de maíz: la cámara de habituación. Era donde le gustaba pasar la mayor parte del tiempo, dejando que su cuerpo se liberase lentamente del estrés post-salto mientras hacía su trabajo en la consola. Al intuir que su mujer se acercaba, se giró para encontrarla acostada en el aire y rotando lentamente sobre su eje.

  —Hola, cariño.

  La ayudó a pasar del entorno sin peso al de una gravedad y la besó en los labios. Ella sonrió, hablando sin despegarlos todavía.

  —Ummm. Me encantan estas sesiones de eliminación de estrés. ¿Recuerdas cuando el Metacampo existía y los viajes eran instantáneos?

  —Apenas; yo era un niño entonces. Pero esto es mucho mejor —Lamor sostuvo a su mujer / uno justo por encima de las espigas doradas y la sentó frente a él. Cerró la consola para concederle toda su atención; era la primera vez que hablaban desde el comienzo del sueño, hacía dos meses—. ¿Por qué otoño?

  —¿Eh? Ah, bueno —Esdan movió sus dedos entre la llovizna—. Me pareció apropiado para empezar un nuevo día, como en las montañas de la Tierra. Lluvia antes del sol.

  —¿Qué es eso que tiene locos los sistemas de exploración de Clarise? La pobre no deja de murmurar cosas sobre la contemplación del protocolo desde que me despertó.

  —Hemos llegado al planeta donde teníamos que reunirnos con los Delvan para monitorizar su prueba. Pero ya había alguien aquí.

  El hombre arrugó el entrecejo. Sus rasgos latinos y las cejas pobladas le hacían irradiar un aspecto de misterio masculino que volvía loca a Esdan.

  —¿Una nave? ¿De quién?

  —Es un crucero de la Tercera Rama. Al parecer ya han contactado con los Delvan, y ahora quieren hablar con nosotros. Les he invitado a subir a bordo en una hora.

  Lamor la contempló en silencio unos segundos, cavilando como solía hacer, dejando el cuerpo estático, y luego se rascó la sien.

  —Bueno, si ése es su deseo... Veamos qué se puede observar.

  —¿Despertamos a los demás?

  —No, no creo que haga falta. Podemos resolver este asunto y continuar viaje sin tener que quebrar el equilibrio de los tanques fríos.

  Un minuto después se encontraban de regreso en el puente de mando. La mascota-inteligencia central de la Carabela, Clarise, se había hecho visible adoptando su holograma favorito, un alevín con estrías azuladas, y daba tumbos entre las consolas de control saltando y volviendo a sumergirse en sus circuitos como un pececillo nervioso. En el foso táctico se perfilaba claramente una delgada línea rojiza que se acercaba con lentitud hacia ellos: el enclave de contacto de los Terceros.

  Esdan se mordía una uña con nerviosismo. Mientras su marido hablaba con sus invitados y se ponía de acuerdo en algunas funciones básicas (vamos a usar este dialecto, la gravedad será de un g, os enviamos nuestro diccionario de modismos del idioma), ella no podía apartar la vista de la nave que los transportaba. La Tercera Rama era la Hélice de referencia más distanciada del estándar humano que se podía encontrar dentro de la especie. Sus mundos se habían desunido del Racimo Central durante tantos milenios que casi se podía decir que eran alienígenas a todos los efectos. Habían mutado sus cuerpos mediante I+D ARN a través de tantas generaciones que sólo conservaban una ligera forma antropoide en sus articulaciones y miembros.

En el fondo, Esdan admiraba su decisión de ser ellos los que cambiaran para adaptarse al entorno, y no que destruyeran los nichos ecológicos de los nuevos mundos colonizados mediante la terraformación como era la política de las demás Ramas. Pero eso les hacía parecer tan... distantes, que sentía escalofríos al contemplar el diseño de rejilla hueca del enclave de contacto. Incluso el aspecto de su tecnología sugería secretos misteriosos y lógica difusa.

  Junto al corpachón anillado de la nave principal de los Terceros flotaba otra más pequeña y de apariencia biológica. Era un transporte veloz con aspas de impulso colocadas en V, construido a partir del esqueleto coriáceo de un antediluviano estelar muerto. Era la nave de los Delvan, el navío con el que tratarían de descubrir por sí mismos los misterios de los hiperconos Riemann, para ganarse su graduación como raza adulta y con opinión en el Racimo. Todos los intentos anteriores habían fracasado, y el que la Tierra enviase una pequeña Carabela consular como la suya para cubrir el evento en lugar de la extensa parafernalia mediática de la primera vez, indicaba que nadie confiaba realmente en que ahora lo lograrían. Pero su tesón era admirable.

  Lamor zanjó las negociaciones con una sonrisa y, cerrando los canales de audio, derivó hacia ella con un suave impulso, abrazándola.

  —Ya vienen. ¿Nerviosa?

  —¡No! —dijo Esdan, asintiendo con la cabeza. Su marido rió.

  —Abandonan su nave para evitar que sus condiciones ambientales nos hagan daño. Provienen de una colonia en las inmediaciones de Tetis 9 cero, un mundo muy próximo a una estrella azul. Su ecología es tan agresiva que nos quedaríamos ciegos con sólo contemplar el biotopo estándar.

  —¿Y por qué tienen tanto interés en la prueba de los Delvan?

  Lamor cruzó los brazos en una pose introspectiva.

  —No estoy muy seguro de haberles entendido, pero creo que me han dicho que poseen algún tipo de control sobre los asentamientos delvanos en su región del Brazo Espiral. Al parecer han desarrollado un tipo de dependencia mutua entre ambas especies en esos sistemas. Creo que se sienten en parte responsables de ellos.

  En la pantalla, el enclave se aproximó hasta situarse en las inmediaciones de la Carabela y corrigió su configuración estructural, haciendo pivotar el andamiaje como un gigantesco calamar que quisiera tragarse la nave terráquea. Cuando sus extremidades formaron un conducto que protegía un espacio cúbico de unos diez metros de arista sobre su proa, unos invisibles campos de fuerza rellenaron sólidamente las paredes y el biotopo artificial comenzó a desplegarse por el recinto como la vaharada de fuego del aliento de un dragón . Esdan tragó saliva.

  —Muy bien. Esta es la primera vez que mantengo un contacto con esa Rama en mi vida —dijo—. Hagamos nuestro trabajo.

 

 

T.

 

Se reunieron con los embajadores Terceros en la frontera de su nicho artificial. Esdan y su marido se habían puesto los trajes de presión, pero mantenían el casco plegado formando una pequeña bufanda alrededor del cuello: desconfiar de las disposiciones de seguridad de sus invitados podría haberse considerado un insulto.

  Los Terceros aparecieron caminando solemnemente desde las profundidades carmesí del enclave, surgiendo desde la niebla como espíritus en llamas. Sus trajes eran fluctuaciones serpenteantes del campo de fuerza que mantenían a salvo junto a sus cuerpos unas condiciones vitales de total antibiosis. Esdan les vio moverse con lentitud, formas antropoides de dos metros o más de altura, con dos brazos y dos piernas y lo que parecía ser una cabeza, emitiendo un agresivo fulgor rojizo como gigantes rojos, respirando fuego y oxidación de materia. Sus ojos eran ascuas incandescentes recubiertas por máquinas captadoras de longitudes de onda del orden de los rayos ultravioletas. Operados para trabajar en un entorno donde la luz visible resultaba insuficiente, necesitaban ayuda tecnológica para verlos a ellos.

  Junto a los Terceros aparecieron de improviso algunos Delvan. Esdan sonrió al verlos; las características físicas de su especie eran tan peculiares que no podía sentir más que admiración y algo de ternura. Era la única especie en la que la Naturaleza había alcanzado un hito biológico sin precedentes: inventar la rueda. Los delvanos eran pequeños cilindros verticales de apenas un metro de altura, bruñidos y recubiertos de un vello fino y no adherente que contribuía a mejorar su aerodinámica. Se desplazaban apoyados en dos ruedas musculadas, situadas en los extremos de un eje de hueso que atravesaba su centro de equilibrio longitudinalmente. Una tercera rueda, más pequeña pero rodeada de un enclave muscular potente que controlaba la orientación, servía de contrapeso trasero y director del movimiento.

Esdan había estudiado a estos seres durante su viaje y se había familiarizado con algunos de sus rasgos más relevantes, en qué forma la Naturaleza (ayudada con mano maestra por los genetistas) había solventado el problema del eje móvil. Literalmente, su sistema motriz era una pieza totalmente separada del cuerpo, un hueso horizontal que constituía un organismo insólito e independiente. El principal escollo que había entorpecido el progreso de los seres vivos desde la locomoción tosca sobre patas a la veloz e inercialmente eficiente sobre ruedas, había sido la rotación del mecanismo de la rueda. El hueso-eje debía poder girar continuamente sobre sí mismo sin necesidad de tener que regresar a su posición de partida, como ocurría con cualquier articulación de los artrópodos. El problema había sido solventado de la manera más radical: si el eje debía estar totalmente separado del cuerpo para asegurar su perfecta movilidad, entonces sería un ser vivo autónomo, con su propio sistema de riego linfático y lubricación, sus glándulas giratorias generadoras de oseína para restaurar el desgaste del tejido conjuntivo derivado del rozamiento, e incluso con su sistema nervioso propio y semiindependiente.

El hueso estaba anclado al resto del Delvan mediante unos anillos dentados, de los que surgían gran cantidad de pequeños espolones quitinosos que crecían por sí mismos como las uñas de los dedos de los mamíferos. Un complicado conjunto de pelos interiores alojados en una cámara de locomoción se movían desgastándolos como las aguas de un río enfurecido, golpeando estas diminutas aspas e impulsando el eje a rotar. Esdan sabía que, además, poseían dos potentes músculos en iris que se cerraban sobre sus extremos para proporcionar el empuje inicial (hacia atrás o adelante) y no sobrecargar de peso a los cabellos de su flora locomotiva. La simple inercia hacía el resto.

Los Delvan entraron en la sala y contemplaron a sus anfitriones humanos, Esdan y su marido / dos, desde la atalaya de su periscopio ocular (era realmente eso, un cuello retráctil provisto de espejos; los órganos visuales estaban a salvo dentro del cuerpo). Se colocaron diligentemente junto a los Terceros y aguardaron en silencio. Era extraño, pero la navegante notó que, desde el momento justo de su aparición, el holograma de Clarise se revolvía inquieto a su alrededor, más nervioso que de costumbre.

Lamor rompió el silencio, dándoles la bienvenida e interesándose por sus costumbres. El líder de los Terceros, un pavoroso elemental de energía térmica semitranslúcido que se hizo llamar T, le agradeció sus esfuerzos por vencer las enormes distancias culturales. Lamor no tardó en sacar a relucir el tema de su inesperada presencia en el sistema.

—Nuestras relaciones con los mundos aerrenizados Delvan son más estrechas que las que mantiene el Cúmulo Central —explicó el cónsul T con una voz traducida en muestreo de 32 bits—. Hemos monitorizado sus cuatro últimos intentos de trascender, pero aún no se han obtenido resultados positivos.

—¿Sus últimos cuatro intentos? Pero... —Lamor hizo una pausa—. No teníamos noticias de tales experimentos.

—Nuestros asuntos sólo nos conciernen a nosotros y a los delvanos. No consideramos necesario informar de todos nuestros movimientos a su gobierno.

—Er... Por supuesto, lo entiendo —asintió Lamor, algo nervioso. Las relaciones del gobierno central con las Ramas de la Humanidad más distantes habían caído en un pozo de confianza mutua y poco más que mera simpatía tras la caída del Imperio, el gran ente unificador que se había derrumbado con la imposibilidad de utilizar el Metacampo para realizar viajes estelares instantáneos. Ni siquiera la tecnología de puentes Einstein-Rosen o los conductos Riemann habían podido mantener unidos planetas sitos a distancias inconmensurables a lo largo de la galaxia. Las Ramas más extremas eran las que antes se habían alejado del conjunto administrativo, y nadie quería desencadenar un guerra anexionista obligándoles a acercarse. No después de la última gran tragedia.

Esdan, atenta a las evoluciones de los extraterrenos en un segundo plano, observó algo en los callados Delvan. Al principio les miró sin saber qué era lo que estaba mal, pero luego un leve movimiento del delvano de cabeza le hizo verlo con claridad. El pequeño alienígena se aparto un centímetro del Tercero que tenía a su izquierda, como molesto por el calor que irradiaba su traje-biocenosis. Esdan se fijó en unas marcas de quemaduras insignificantes pero presentes por todo el eje interior de las ruedas y parte del tallo de su cuello de visión.

Primero se le ocurrió que había sucedido un accidente a bordo del enclave de contacto, pero tuvo que desechar la hipótesis; el Delvan sabía perfectamente dónde colocarse para que la radiación del Tercero no le afectase... demasiado. Sus compañeros también mostraban, quien más quien menos, estas marcas térmicas.

La navegante afiló los ojos. ¿Qué significaban esas quemaduras? ¿Era tan necesario el contacto entre ambas especies que los delvanos preferían arriesgarse a sufrir daños estructurales a cambio de la valiosa ayuda de sus precursores evolutivos?

Se fijó en un delgado hilo que se acumulaba en un desorganizado ovillo bajo las ruedas del delvano más adelantado. Era plateado y tan fino que podría producir cortes tan sólo por el hecho de agarrarlo con fuerza. Quizás ésa era la manera en que los pequeños se libraban del calor residual que se acumulaba en sus delicadas articulaciones: disipación a través de un conductor térmico.

El holograma de la mascota-inteligencia, el alevín azulado, se movía nervioso sin saber qué hacer o dónde ir. Miraba intensamente al Delvan del hilo. Esdan se fijó en que la bolsa marsupial del delvano (que sabía llena de pequeños cilios prensores para manipular objetos) se movía como si estuviese manipulando algo.

T, que hablaba mirando fijamente a Lamor, decía en ese momento:

—Ahora la prueba se ha complicado, dada la singular situación de la Regina VV6. Los Delvan deben rebasar su escudo explosivo y alcanzar por sus propios medios la máquina evolucionadora.

—¿Máquina... evolucionadora? —inquirió Lamor, alzando una ceja. El cónsul Tercero varió unos milímetros su pose en el centro del biotopo artificial.

—La encontramos hace seis años estándar orbitando en el interior de la VV6. No sabemos quién la construyó o para qué, pero lo cierto es que sus funciones operan sobre todos los cerebros basados en el intercambio de valencias eléctricas, mejorando notablemente sus sinapsis, concediéndoles un regalo. Una forma aleatoria de enfocar su progreso a partir del contacto inicial.

—¿Una máquina alienígena? —Lamor miraba a su esposa de hito en hito. La progresión evolutiva de las especies protegidas se llevaba a cabo mediante I+D ARN o, en el peor de los casos, dejando actuar a la selección darviniana. Pero nadie había notificado nunca la presencia de una máquina de tales características—. No sabíamos que tal cosa existiera.

Los Terceros parecían regocijarse con su ignorancia.

—Nuestras investigaciones indican que lleva más de cincuenta millones de años oculta bajo las capas exteriores del astro. El momento en el que apareció parece coincidir con el ciclo estelar de fin del combustible pesado y comienzo de la contracción, aunque no sabemos si ambos fenómenos están intrínsecamente relacionados. Ahora que ya no existe el astro a su alrededor ha quedado al descubierto. Eso abre muchas puertas.

—Es increíble —musitó Lamor, pensando en muchas cosas a la vez, que venían a su embotado cerebro como una marea de prioridades incontenibles y superpuestas—. Debemos avisar de esto al Cúmulo. Es... no es... ¿qué es? —balbuceó. T cruzó mansamente sus doce dedos.

—Por ahora es preferible que no lo hagan. Si esta vez los Delvan tienen éxito, será el primer contacto directo con la máquina sin puentes E-R. Sería interesante para ambos contemplar los resultados. Tenemos gran interés en que su especie evolucione, en vistas a que su relación con nosotros se podría volver infinitamente más fructífera. Su genio con las computadoras es ya legendario, pero creemos que aún quedan muchas características especiales de estas pequeñas maravillas de la ingeniería genética por destapar. Y además nos pueden aportar valiosos datos destinados a reproducir la experiencia.

Y aplicarla a nosotros mismos, pensó Esdan, completando la frase del Tercero. Por eso tenían tanto interés en ayudar a los delvanos a cruzar la gran barrera de la deflagración de la VV6.

Contempló a Clarise de reojo. Deseó tener una terminal a mano para preguntarle qué demonios le ocurría. Podía elevar la visera del casco, que se expandiría automáticamente hasta recubrir su cabeza y mostraría una pantalla de estado ante sus ojos, pero eso podría ser malinterpretado por los Terceros.

—¿Cuándo van a realizar la prueba?

—Ahora —señaló T, y se volvió hacia el campo de fuerza que hacía de pared, que cambió de configuración para aceptar vibraciones de láser y transformarse en una pantalla bidimensional. Sobre ella apareció un plano general de la nave Delvan, el esqueleto fósil del antediluviano estelar, que energizaba sus aspas de impulso y se dirigía a toda velocidad hacia la barrera de energía.

Lamor había pensado que los Delvan que tenía delante serían los encargados de realizar la prueba, pero vio que se equivocaba. Había varios grupos Delvan que acompañaban a los Terceros por motivos aún ignotos. En la pantalla, la nave aceleró hasta transformarse en una mota de polvo brillante, y pasaron a control por radar de larga distancia.

—¿Les han impuesto alguna restricción sobre cómo lo deben hacer?

El Tercero asintió.

—Utilizan una tecnología Riemann que no les pertenece, pero la nave en que viajan sí. Abrirán un conducto R a través de la presión de energía saliente para tratar de rebasar la barrera sin sufrir daños. Pero deberán hacerlo sin alcanzar una velocidad determinada, que hemos cifrado en dos segundos de Hipervínculo por debajo del espacio euclidiano.

—¿Una limitación en la velocidad? —preguntó Lamor—. ¿Por qué?

—Porque está en barbecho —aclaró T—. Desde que empezó la fase nova de VV6 hemos dejado que los Delvan intentasen rebasarla en varias ocasiones, lo cual ha dejado la frontera que apelmaza la velocidad óptima llena de interferencias. Debemos dejarla reposar hasta que su estado armónico se equilibre.

Esdan asintió, comprendiendo. Las raspaduras y llagas que sus impulsores dejaban en los túneles Riemann, como los fragmentos de hipercono que sus aspas se habían “traído” cuando ellos abandonaron el túnel, dejaban lesiones que resultarían peligrosas para otras naves que tratasen de usar el mismo conducto para desplazarse. Si el problema era tan grave como para decretar todo un rango de velocidades en barbecho, significaba que los Terceros habían obligado a los Delvan a cruzar la barrera muchas veces, más de las que habían admitido. Con la consiguiente pérdida de vidas, imaginó.

El punto de luz que representaba la nave delvana en el radar se acercó a la barrera y aceleró. Todos contuvieron imperceptiblemente el aliento, viendo cómo describía lentas espirales de caída hacia el momento de máximo rozamiento. Planeaban atacar ese momento lateralmente, llegando a la barrera desde una dirección totalmente perpendicular a la de expansión y confiando en que la disipación de empuje les ayudaría a entrar.

El Tercero no parecía nervioso, pero sus ojos luminiscentes no se apartaban de la pantalla. Esdan, participando por primera vez en la conversación, preguntó tímidamente:

—¿Qué rasgo latente en concreto quieren despertar en los Delvan con este experimento?

El embajador encogió los hombros en un gesto extrañamente humano.

—Eso es lo de menos. Cualquier mejora nos puede servir, tratándose de tan... estimables criaturas.

T hizo un inocente gesto con su mano, aferrando el extremo del cable de disipación térmica del delvano que tenía a su lado, y lo atrajo hacia sí, como quien se asegura de tener bien atada a su mascota.

Abriendo mucho los ojos, con una expresión que hubiera asustado a Lamor si en ese momento hubiese estado mirándola, Esdan captó de golpe el significado de todo aquello. De la presencia allí de los Delvan, del dolor que les debían producir las quemaduras por tener tan cerca a los Terceros pero sin querer apartarse de ellos. De ese hilo áspero que se enredaría en su sensible eje si intentaban huir, raspando sus delicados músculos motrices y haciéndoles daño por dentro.

El periscopio del pequeño delvano se giró hacia ella, enfocándola con sus lentes y haciéndose tristemente partícipe de su descubrimiento.

Los Delvan no eran colaboradores de los Terceros.

Eran sus esclavos.

 

 

KeeK.

 

En ese momento la nave delvana alcanzó la barrera, acelerando para alcanzar el segundo de Hipervínculo que los situaría justo al extremo del límite de velocidad fijado por sus vigilantes. En uno punto siete segundos de Hipervínculo, la nave atacó a la nova desde una dirección geométricamente segura. El delgado hipercono les protegería durante picosegundos de la presión centrípeta, tal vez permitiéndoles pasar al otro lado. Esdan lo dudaba. Su experiencia como navegante estelar le dictaba que dos segundos enteros serían un buen escudo contra la radiación saliente, pero menos...

  El antediluviano se estremeció en la pantalla de radar, notando las primeras perturbaciones. Vacilantes, sus pilotos retrasaron unas décimas su entrada; algo veían mal. Estaban inseguros.

  Tras un instante, el capitán delvano pareció tomar una decisión de riesgo: atacarían la barrera perpendicularmente. Esdan negó con la cabeza, viendo cómo el destello rojo que marcaba la posición y trayectoria de la nave giraba hasta situarse con la proa apuntando a la perpendicular del movimiento de la barrera, y aceleraba de nuevo. Los Terceros vigilaron los indicadores, muy atentos a los límites que habían fijado. La nave delvana se acercó muchísimo a ellos, pero no los rebasó.

  Entonces penetraron en la nova.

  Su señal desapareció de la pantalla y todo quedó en silencio. Ambos cónsules esperaron, Lamor observando intranquilo la lejana esfera de la VV6 al natural, los Terceros esperando la transmisión que confirmaría la supervivencia del explorador delvano.

  No llegó.

  La joven navegante apretó la mano de su marido, sintiendo llegar la rabia. Éste no dijo nada, pero la miró captando su furia, y negó sutilmente con la cabeza: no era conveniente.

  Esdan retrocedió, acercándose a la esclusa de entrada a su nave. El suelo de campos de fuerza vibraba con cada paso, dúctil pero intraspasable. El holograma de Clarise se colocó junto a su oído.

  —¿Qué demonios te ocurre? —susurró la mujer, vigilando a los Terceros, que seguían concentrados en sus pantallas de datos. El alevín transmitió:

  —Datos contradictorios ^ Admisión en registro de actualización siete punto punto .. ^ /  Detecto un intruso en el sistema.

  —¿Un intruso? —exclamo Esdan, más alto de lo que hubiese querido. Su marido se volvió hacia ella—. Malditos sean —musitó—; están tratando de entrar sin ser vistos.

  El embajador Tercero la miró en silencio, y Esdan sintió que el fuego de sus pupilas ígneas incendiaba su alma. De repente la alcanzó la lástima contenida por el destino de los pobres Delvan. Acercándose a su marido, le susurró algo al oído.

  —¿Ocurre algo? —se interesó el Tercero. Lamor le miró boquiabierto, sin saber qué hacer.

  —Us... ustedes... —balbuceó.

  —Están tratando de invadir nuestro sistema informático desde que llegaron —aclaró Esdan, endureciendo la voz y tratando por todos los medios que no temblara—. Nuestro ordenador detecta las señales de intrusión. Es un ataque.

  —Creo que tenemos una ligera confusión idiomática. ¿A qué se refiere con “un ataque”?

  Esdan iba a replicar cuando tanto ella como el embajador T se dieron cuenta de algo. Ambos miraron a la vez al delvano más próximo, el que tenía el hilo enrollado en su eje. Lamor se puso en pie, confundido, y se giró hacia su mujer para decirle algo cuando los campos de fuerza fallaron.

  De repente se encontraron flotando en el vacío espacial. Tanto los humanos de la Primera Rama como los Terceros se llevaron las manos al cuello, en un acto reflejo por la falta de oxígeno, aunque las condiciones vitales de estos últimos estaban bien seguras dentro de sus campos de fuerza personales. Los cascos de los trajes de presión de los terráqueos se activaron, cubriendo sus cabezas y presurizándose en un veloz instante. La rejilla del enclave de contacto se plegó sobre sí misma, tratando de reconfigurarse para abrazar a los Terceros y protegerles del vacío.

  Esdan y su marido se separaron. Él cayó hacia delante, hacia las profundidades del enclave, mientras la breve descompresión explosiva la arrastraba a ella hacia atrás. La joven rotó incontroladamente bajo la panza cromada de la Carabela, gritando órdenes a Clarise por el intercomunicador. De reojo, vio que una pequeña figura, más pequeña que su marido / uno, se había despegado también del grupo de los Terceros: era el pequeño Delvan, que colgaba al extremo de su cable plateado girando sus ruedecitas frenéticamente.

  Se estaba asfixiando. El holograma de Clarise se movió a su alrededor como una rémora fantasmal.

  Entonces la Carabela reaccionó. Clarise activó los campos de contención locales y atrajo hacia el casco a Esdan y al pequeño delvano. Lamor estaba demasiado lejos de ellos y quedó confinado dentro del enclave cuando sus tensores de metal se cerraron como las fauces de una bestia mitológica.

  Haciendo presión con sus manos sobre el casco de la Carabela para dejar de rotar, Esdan miró furibunda al pequeño alienígena. El campo de fuerza de la nave había cortado el cable que lo mantenía atado a los Terceros, y ahora flotaba mansamente mientras Clarise hacía lo imposible para tratar de presurizar la región de espacio encerrada en la burbuja de fuerza. El Delvan movía apresuradamente lo que fuese que guardaba en su bolsa marsupial, ejecutando complejos movimientos con sus cilios manipulativos. Esdan se enfureció aún más, si tal cosa era posible.

  —¿Qué has hecho, maldito? —gritó. El Delvan enfocó sus espejos hacia arriba, a la nave, y la compuerta se abrió.

  —Debemos huir. Es peligroso —murmuró, en idioma universal pero con un acento muy forzado.

  —Has entrado en nuestras computadoras y manipulado los campos de fuerza. Eres un asqueroso hijo de...

  —La barrera se acerca. Tu hombre está a salvo. Darnos prisa.

    —¿Prisa? —Esdan se acercó a él, penetrando a través de la esclusa hacia el interior de la Carabela. El holograma de Clarise entró con ellos—. ¿Qué quieres decir? ¿Por qué has hecho esto?

  —Debemos huir. Es peligroso.

  Las condiciones se normalizaron y Esdan retiró el casco de su traje. Trató de lanzarse sobre el delvano para arrebatarle la pequeña terminal que seguramente guardaba en el interior de su bolsa, pero chocó contra un campo de fuerza.

  Confundida, con la nariz colorada por el golpe, siguió los contornos de la campana con los dedos: estaba atrapada justo sobre la esclusa de salida.

  —¡Clarise! —chilló, mirando el esquivo holograma del alevín—. ¡Clarise, escúchame! ¡Tienes que liberarme y rescatar a Lamor, ¿me entiendes?!

  —Los Terceros cuidarán del varón.

    —¡Cállate, maldito bicho! —estalló la joven, golpeando el campo con fuerza. —Ellos no atacarán una nave consular del Cúmulo. Aquí dentro estamos a salvo. Prioritario completar la misión.

    —¿Qué misión? ¿De qué me hablas? ¡Nos estás secuestrando y poniendo en peligro!

  —Ellos no atacarán una nave consular del Cúmulo. Aquí dentro a salvo. Prioridad completar la misión.

  —Maldito juguete genético. Como mi marido haya sufrido algún daño... —masculló Esdan, tratando de encontrar desesperadamente una salida. El delvano, completando su lapso de pensamiento circular, musitó:

  —Los Terceros cuidarán del varón.

  Y rodó hasta colocarse en una esquina de la bahía de desembarco, cerca de la salida. Habló con el alevín en voz baja y, para sorpresa de Esdan, de pronto estuvieron en el puente de mando. El circuito de hologramas lo reprodujo con tanto detalle que la navegante creyó que habían sido teleportados por efecto de alguna magia alienígena.

  El delvano introdujo unas coordenadas en la memoria de vuelo y Esdan sintió cómo las aspas R de la Carabela la separaban con velocidad del enclave del contacto de los Terceros, que había vuelto a abrirse en estrella.

  Probablemente una configuración defensiva, imaginó. Pero... ¿hacia dónde se dirigían ahora?

  —Completar la misión —aclaró el delvano cuando ella avanzó la pregunta—. Avanzar en el misterio de la evolución.

  Esdan se tensó. El pequeño Delvan no había secuestrado su nave para escapar de sus amos; lo había hecho para tratar de superar la prueba por su cuenta.

  —¿Quién eres tú?

  —KeeK. Navegante y programador. Controlaba la rejilla informática del enclave hasta que las naves se unieron. Entonces me colocaron el collar.

    La joven humana miró el extremo seccionado del cable y no pudo evitar sentir algo de lástima por el extraterreno. Pero su compasión duró poco:

  —Escúchame. Entiendo vuestra situación y puedo tratar de hacer algo para arreglarlo por la vía diplomática. Pero esta nave está llena de personas, ¿sabes lo que eso significa? Hay doscientos dieciséis pasajeros durmiendo en sus nichos. No puedes poner en peligro sus vidas sin motivo.

  —Completar la misión. Avanzar en el misterio de la evolución.

  —¡Maldita sea, no...! —estalló Esdan, pero no pudo completar la frase. De un brusco acelerón la nave se propulsó hacia la gran barrera de energía de la nova. En el centro de la sala aparecieron unas cortinas de hologramas con todos los datos de la aproximación. Esdan no pudo evitar analizarlos mientras recobraba el equilibrio.

  El enclave de los Terceros había vuelto a colocarse bajo la protección de su nave madre. No se alejaban del sistema pero tampoco trataban de detenerlos, lo cual sugería que el experimento, para ellos, aún seguía en marcha. Les dejarían tratar de sobrepasar la barrera.

  Esdan pensó en su marido y apretó los dientes. KeeK hizo aparecer a su lado un indicador del sueño profundo de los tripulantes, junto a sus constantes vitales. De repente la joven temió por las vidas de todos ellos. El pequeño Delvan, bajo su aspecto de mascota esponjosa y cariñosa, podía muy bien esconder un asesino psicópata.

  —Esto no es justo...

  —Es lo que significa ser esclavo

        Carecer de voluntad

       Carecer de futuro y de esperanza

       Sólo con el triste consuelo de avanzar hacia alguna parte que justifique

       la tristeza

       pero sin futuro

       pero sin voluntad

       Eso es lo que significa ser esclavo.

    Esdan contuvo la réplica, mirando fijamente al Delvan. El pequeño había desenrollado el resto del cable que tenía atado a su eje, levantando unos centímetros las ruedas delanteras y haciéndolas rotar en el aire. Estaba levemente cubierto de sangre.

  El holograma de Clarise, atrapado por los trucos digitales del Delvan, permanecía callado a su lado. Su genio con las computadoras es ya legendario, había dicho T.

  La navegante pensó en todas las personas que dormían plácidamente confiando en que ellos resolverían cualquier emergencia y, muy a su pesar, claudicó.

  —Muy bien, ya que nos has secuestrado de una forma tan eficiente, entraremos en la nova a buscar esa supuesta máquina alienígena. Pero lo haremos a mi manera.

 

 

Clarise.

 

  —Los Delvan han fracasado porque trataron de hacer frente a la presión de energía saliente ocultándose en un hipercono Riemann de escasa velocidad —meditó Esdan, observando los indicadores digitales que flotaban en la cortina holográfica. El delvano aún no la había liberado, pero obedecía sus instrucciones al pie de la letra—. Si no podemos usar el rango declarado en barbecho por los Terceros porque peligraría la integridad de la nave, igualaremos velocidades. Necesito hablar con la mascota-inteligencia central —solicitó. El cuello del Delvan se contrajo unos centímetros, y tocó algunos mandos de su pequeña consola. Clarise volvió a recobrar su jovialidad.

  —¿Sí, Esdan?

  —Gracias a Dios, Clarise, estás aquí de nuevo. ¿Cómo vamos por ahora?

  —Nunca me he marchado, Esdan. Por ahora la cosa va bien: nos acercamos a la esfera en expansión de la nova a un quinto de c y comenzamos a notar los choques contra las tormentas de neutrinos, pero las corazas aguantan. No puedo asegurar la integridad de la nave cuando nos acerquemos a la barrera a menos de un cuarto de millón de kilómetros salvo que entremos en un hipercono de dos segundos completos de desfase Riemann.

  —El rango en barbecho.

  —Tratar de atravesarla con menos es muy peligroso. Las tormentas atravesarían el casco con el efecto de una bomba de neutrones. Ninguno de ustedes sobreviviría. Yo podría completar sola la misión, pero eso no resultaría muy apropiado.

  Esdan cruzó las manos detrás del cuerpo, en apariencia para ofrecer una imagen de capitán responsable como los que había visto en sus libros, en realidad para ocultar sus temblores.

  —Vamos a atacar la onda de energía desde su misma trayectoria —decidió. Clarise se limitó a preguntar:

  —¿Puedes especificar un rumbo?

  —Elígelo. Nos acercamos justo hasta el perímetro y rebotamos contra él —pegó su nariz al campo de fuerza, esforzándose en ver bien los números de los holos—. Montaremos la ola a una velocidad sólo un poco menor que c, para que sea ella misma quien nos alcance y rebase. Entonces giraremos para buscar el punto de inserción geométrica perpendicular.

  —Esdan, no quiero que lo consideres un agravio a tu posición de mando —carraspeó Clarise, con voz relajada—, pero si giramos buscando la perpendicular de fuga mientras vayamos en la misma dirección que la onda, nos encontraremos de repente avanzando en el mismo plano que ella. Pasaremos mucho tiempo dentro del punto de máxima intensidad energética.

  —Haz lo que te digo, Clarise, por favor. Usaremos los conductos en uno punto nueve segundos de Hipervínculo.

  El Delvan la miró con sorpresa, pero no dijo nada.

  La Carabela aceleró a velocidad próxima a la de la luz en un instante progresivo y se colocó de espaldas a la onda, para huir después casi con la misma celeridad que ella. Esdan observó la pantalla de radar (que usaba emisiones de partículas más rápidas que los fotones, ya que si no, aunque enviasen señales jamás podrían volver a recogerlas) y vio una pared infinitamente extensa de rabiosa energía en expansión que llenaba el espacio en todas direcciones, y que se acercaba a su popa como un océano de muerte y olvido, un océano cuyas olas podían arrastrar planetas y hacer desaparecer civilizaciones enteras.

  El delfín salió de la nave y, al menos su conciencia, cabalgó delante de ella convertido en un ascua de información digital que recogía datos sobre la agresiva cromosfera del fenómeno. A tan escasa distancia de la barrera, eventos relacionados con las fuerzas nucleares débiles se ponían en evidencia extendiendo su influencia a escala macroscópica, como si la Carabela fuese un minúsculo quark danzando alrededor de un gigantesco átomo de fuego. Todos los holos mostraban lecturas instantáneas y a veces contradictorias. Las aspas de impulso R vibraban tratando de atraer la química de la barrera: el impulso R dejaba un vacío en el espacio einsteiniano que éste trataba de rellenar siempre con materia o energía comunes, pero al ir avanzando a la velocidad de la luz, que era una constante, la barrera no podía acelerar ni siquiera localmente fragmentos de sí misma para rellenar ese hueco, lo que provocaba curiosas manifestaciones: el espacio perdía energía y llegaba al umbral de fluctuación estocástica, creando conos de vacío comprimido llenos de energía negativa.

  Esdan se aferró a las barras laterales de la esclusa, manteniendo el equilibrio. Toda la nave vibraba con espasmos incontrolados. KeeK giró sus ruedas y se encajó en una esquina de la bodega, abriendo su bolsa marsupial. De ella extrajo sus cilios. Era la primera vez que la joven los veía, enroscados en torno a un micropad que contenía un cerebro fotónico, la herramienta con la que había “secuestrado” a Clarise. Ahora los utilizó para afianzarse a las paredes.

  Para sus adentros, Esdan seguía imprecando y maldiciendo y preguntándose cómo se había metido en aquel follón. Nada de aquello debería haber sucedido: los Delvan eran un pueblo sencillo y pacífico (o eso se habían imaginado ellos), y monitorear su prueba de madurez un encargo sin complicaciones. Ahora huían de un proceloso mar de llamas cuánticas a bordo de un bajel cuya escala lo hacía parecer minúsculo e indefenso, tratando de encontrar una máquina alienígena. Era absurdo.

  De reojo controló en el radar la muesca que señalaba la nave de los Terceros, inmóvil en su posición sobre el planeta. La miró como si pudiera de alguna forma hacerle llegar a Lamor un mensaje de esperanza. Tal vez él estaría ahora haciendo lo mismo.

  Las paredes crujieron y algunos bártulos de la bodega fueron lanzados por el aire, pegándose a ellas en virtud de concentraciones locales de magnetismo. Sus cabellos se pusieron de punta y, cuando uno de estos epicentros imantados pasó a través de ella, Esdan gritó; pequeños latigazos de arcos voltaicos recorrieron sus dientes y el espacio entre sus dedos, quemándola con cosquilleos galvánicos. El Delvan tampoco se libró de los fenómenos, e hizo desaparecer el periscopio ocular dentro del cuerpo para tratar de proteger los delicados espejos omatídicos.

  —¡Clarise! —gritó Esdan, acercando las puntas de sus dedos al suelo, único lugar metálico a su alrededor no cubierto por el campo de fuerza, para tratar de descargarse—. ¡Infórmame de nuestra posición! ¡No veo las consolas!

  —Estamos a uno punto ocho segundos de Hipervínculo y aumentando la velocidad. Nos acercamos al umbral de peligro.

  —¡Acelera más! ¡Debemos ajustar todo lo posible la profundidad del hipercono! ¿Detectas ya el apelmazamiento de la barrera?

  El alevín negó con su cabecilla azulada.

  —Es extraño, pero no parecen desarrollarse reacciones más inusuales que las esperadas. Es como si en el exterior, hablando dentro de los parámetros de máxima inestabilidad que provoca el horizonte de sucesos de una nova... todo fuera bien.

  Esdan se extrañó. Ya deberían haber empezado a detectar las anomalías que producían los hiperconos sobrecargados. Allí había algo que no cotejaba.

  La nave fue alcanzada por la onda. Los campos de contención brillaron al máximo de su potencia, y apenas bastaron para deflectar la fuerza de la energía entrante. Algunos paneles volaron por los aires, y Esdan se encontró de repente rezando porque ninguno de los sistemas de supervivencia de los tanques fríos fallase. Aunque hubiera querido evitarlo, el Delvan aún mantenía bajo su control a Clarise, y la nave era suya. Podía obligarles a ir donde quisiera. Ella debía evitar que eso desembocara en un desastre.

  A una señal de la capitana, giraron noventa grados perfectos para beneficiarse de un curioso efecto geométrico de expansión de ondas, la deflagración perpendicular. Durante largos segundos trazaron senderos a lo largo de la barrera cortando los sinusoides como un pez dejando estelas en el mar, avanzando en una lenta espiral que seguía el ritmo de la nube. Esdan vio que su trayectoria zigzagueaba en la pantalla, pero ella no sentía la inercia de los cambios de dirección.

  —La nave está sufriendo muchos daños —notificó Clarise sosegadamente—. No vamos a resistir mucho tiempo más.

  —¿Por qué nos desviamos de la ruta? Estamos zigzagueando, Clarise.

  —Incorrecto. Seguimos siempre rectos, lo que ocurre es que la geometría del espacio cambia. Nuestra posición respecto a nuestro horizonte no varía, pero el horizonte en sí mismo sí lo hace.

  —Está bien. Acelera a dos segundos. No nos podemos arriesgar a perder la Carabela por tan escaso margen —concluyó Esdan, uniendo las cejas en un gesto de determinación. La computadora protestó:

  —Según los Terceros es muy peligroso. Hay muchas...

  —Haz lo que digo y cállate —acotó la joven. Deseó que Lamor hubiese estado allí para sostenerla si caían.

  La nave aceleró y penetró en un hipercono completo de dos segundos. El impacto de las partículas contra el blindaje disminuyó, pero una nube de chispas recorrió la cabina de mando, destrozando algunas consolas. Su reproducción holográfica la mostró al actualizarse.

  Pero no estallaron.

  Al momento de entrar, los sistemas de diagnóstico dieron luz verde en todas las lecturas; el cono se mantenía estable.

  Esdan y el Delvan se miraron en silencio. Éste sacó su periscopio de entre los cuádruples hombros y lo elevó unos centímetros, arriesgándose a mirar fuera de la atalaya de su propio cuerpo.

  Aún estaban allí.

  —¿Clarise? —preguntó Esdan, preocupada.

  —Estoy bien. Hemos alcanzado el interior del hipercono. Parece estable.

  La navegante frunció el ceño. Eso no era lógico. ¿Dónde estaban los equilibrios machacados de los que había hablado T?

  Entonces la vieron. Era otra nave, aún lejos pero en acercamiento. No, la nave no se movía de su punto de referencia; era la Carabela la que entraba paulatinamente en la sección del hipercono que ella definía.

  Esdan no había visto nada igual en su vida. Se asemejaba lejanamente al transporte delvano construido a partir de un fósil gigantesco, sólo que éste parecía no haber salido nunca del huevo. Su perfil se curvaba sobre sí mismo de forma que permanecía encerrado en una concha, llena de marcas y relieves como huesos momificados. Medía el doble de longitud que la Carabela, y sólo una pequeña abertura octogonal hendía el casco sin puertas ni campos de fuerza que la mantuviesen a resguardo del exterior.

  La Carabela se acercó lentamente, casi con reverencia. Esdan sentía la presión del sostenido silencio en que habían caído, un silencio diferente del estruendo de la catástrofe en la superficie de la nova. Buscó un muelle de anclaje y lo vio, pero no distinguió ningún puente de mando ni aberturas con forma de ventanucos en el casco. Era el navío más aberrante que había visto jamás.

  —¿Qué demonios es eso? —preguntó. El delvano explicó:

  —Primera nave exploradora delvana. Perdida en la estrella. Los Terceros no quisieron que la viésemos...

    ...e interrumpió su ciclo de pensamiento. Lo que sus espejos captaban se sobreponía a cualquier cosa que pudiera pasar por su atareado cerebro en ese momento.

  Esdan entendía por qué.

 

 

TlalT.

 

Las dos naves se unieron como animales en celo y el apéndice de contacto de la Carabela se introdujo delicadamente en el muelle de la delvana. A través de él bajaron Esdan, enfundada en su traje de presión, el pequeño Delvan, rodando calladamente a su izquierda, y el holograma saltarín de la mascota-inteligencia. El hipercono se mantendría estable al menos media hora más, tiempo que habían reservado para tratar de reconstruir su propia versión del puzzle.

  Había luces brillando en casi todas las secciones. Los pasillos eran anchos, lisos y sin esquinas, preparados para tolerar el paso de varios carriles de tripulantes y el mantenimiento de sus velocidades al girar o cambiar de nivel. Las puertas, bajas como los techos, obligaron a la única humana de la expedición a andar constantemente agachada, casi gateando. De vez en cuando se abrían unos nichos cúbicos en las paredes con estrías paralelas en el suelo, lugares donde encajar las ruedas de los tripulantes en fases de aceleración o, simplemente, para dormir sin derivar, momentos en los que los músculos de sujeción de sus ejes tendían a relajarse bajo cuadros clínicos de estrés o hipertensión. Esdan recordaba los datos y se iba imaginando a los pequeños seres locomotrices a su alrededor, rellenando aquellas calles-dormitorio ahora vacías.

  Llegaron a un elevador. KeeK les invitó a pasar delante y activó los controles. Notaron un suave aplastamiento y cruzaron una decena de cubiertas en pocos segundos. Cuando la máquina se detuvo, Esdan no pudo contener una exclamación de sorpresa.

  Estaban en el puente de mando, un lugar que más bien parecía una enorme pista de pruebas para vehículos estrambóticos. Todos los controles y paneles estaban desactivados, pero las luces de emergencia seguían encendidas. En el centro de la sala, completamente inmóviles, les esperaba un grupo de ocho Delvan. Vestían ropajes fluorescentes (ahora que Esdan caía en ello, el pequeño KeeK estaba desnudo), y sus bolsas marsupiales se agitaban con cierto nerviosismo. Pero, pese a que no se sorprendieron de su presencia allí, ninguno hizo esfuerzos por iniciar una conversación.

  La joven miró sus periscopios, los ojos lenticulares que jamás parpadeaban, y sintió que la inseguridad hacía mella en su interior. ¿Qué demonios estaba haciendo ella allí? ¿Qué se supone que debía decir en un momento como ése? Ninguno de los héroes de sus libros se quedaba pasmado ante una situación de primer contacto. Todos tenían siempre algo que decir.

  Ella no.

  Tras un largo minuto, KeeK por fin se adelantó. Ejecutó una extraña reverencia, sosteniéndose un segundo sobre la rueda de atrás y haciendo girar las otras en vacío, y les habló a los suyos en su idioma. Esdan parpadeó, perdida ante su jerga de sonidos armónicos, y pidió a Clarise que tradujera.

  —Los datos son imprecisos —susurró el delfín en el intercomunicador—. Hablan, pero me da la impresión de que me estoy perdiendo la mitad de la conversación. No capto el reflujo de pensamientos, sólo frases sueltas... espera, ya lo tengo —corrigió.

  —¿Clarise?

  —Sí que hay reflujo —aclaró el delfín—, lo que ocurre es que lo están incluyendo sobre la marcha: cada frase que pronuncian tiene sentido leída en ambas direcciones. Espera que adapte el traductor —una pausa—. Ya está. KeeK está excusándose por la intrusión, e informa a los otros de lo que ocurre en el exterior de la nova. Al parecer, esta nave fue un primer intento de evolucionar que los Delvan realizaron de modo unilateral, sin informar a sus amos. Hubo un ataque. —El delfín parecía muy interesado en la veloz conversación a dos niveles que mantenían los delvanos—. Trataron de huir. Los Terceros bombardearon esta nave con panales de antipartículas. Daños estructurales y lógicos. Quedaron atrapados dentro del hipercono...

  —...A dos segundos de profundidad —concluyó la joven, tensando los labios. Todo parecía muy claro de repente. ¿Cómo habían sido capaces los Terceros de hacer una cosa semejante?

  —Pero no les atacaron al comienzo de su maniobra, sino al volver —precisó el alevín—. Estos delvanos entraron en contacto con la máquina alienígena, y por algún motivo los Terceros no les dejaron regresar.

  —Quiero dirigirme a ellos, Clarise —pidió Esdan.

  —El jefe parece que se llama TlalT. Es el que nos observa desde el puesto más alejado de la consola. Sabe que estoy traduciendo.

  Como si supiera que estaban dirigiéndose a él, el aludido se separó de los suyos, rodando hasta situarse a un metro de los terráqueos. Se hizo un silencio repentino, y la navegante sintió que se le erizaba todo el vello del cuerpo. Entonces, el pequeño Delvan habló:

  —La traición de los Terceros.

       Nuestro destino como especie puesto en peligro por la intrusión de la máquina.

    —¿A qué se refiere? —dudó ella.

  —Los Terceros usaron la máquina repetidas veces sobre ellos mismos, forzando los límites. Nosotros éramos los mensajeros de la recombinación nucleótica. Su grupo mutó, alejándose del patrón de su propia raza.

       La traición de los Terceros.

    —Clarise...

  —Estoy traduciendo del fuente en su idioma. Según parece, ellos eran simples vehículos para las mejoras genéticas. Los Terceros no querían arriesgarse a entrar en contacto con la máquina, pero se dejaban... ¿cómo se traduce esto? Ah, sí: infectar.

  —¿Infectar?

  El holograma danzó a su alrededor, mientras los delvanos cuchicheaban rápidamente en su idioma.

  —El grupo de Terceros esclavista se ha desligado de la rama principal. Su aceleración evolutiva se ha potenciado increíblemente en los últimos años gracias a la máquina. Pero hubo un último cambio que no quisieron aceptar.

  —El último viaje de los Delvan...

  —Correcto. En el último contacto trajeron algo que constituía a la vez un paso evolutivo más y un peligro enorme para esa rama de Terceros.

  —Pulsaron hasta el extremo —susurró TlalT;

       La máquina es sabia, completó el camino y volvió atrás.

       Reflujo de complejidad estructural del ADN alterado.

       El genoma mutado es nocivo para las antiguas estructuras, pero ellos no supieron ver su lógica.

       La máquina...

  Un temblor en sus ruedas lo desequilibró tanto que tuvo que parar. Las articulaciones de metal de la nave se convulsionaron. Esdan reconoció el efecto de los armónicos; había sentido lo mismo cuando la avanzadilla de los Terceros se había abrazado por primera vez a la Carabela.

  Era el enclave de contacto. Les habían seguido hasta el interior de la nova.

  Una pared desapareció en medio de una explosión y la frontera luminiscente de unos campos de fuerza entró como agua derramándose en un recipiente sin aire. Las nubes rojizas del nicho ecológico portátil de los Terceros entró después, deteniéndose a escasa distancia de los asustados Delvan.

  La terráquea y el alevín retrocedieron, pero los otros se mantuvieron orgullosos en sus puestos.

  Por el orificio entró Lamor, aún vistiendo su traje espacial y con el casco puesto. Esdan corrió hacia él, y se aferraron el uno al otro en un largo abrazo contra un fondo de llamas y estirados seres recubiertos por campos de fuerza. En medio de un silencio sepulcral, los Terceros entraron en la nave.

  —¿Estás bien? —preguntó Lamor, acariciando a su esposa en el pelo y las mejillas como si no la hubiese visto en años. Ella asintió, indicándole que podía quitarse la escafandra.

  —Muy bien. La nave no ha sufrido averías.

  —¿Te ha hecho daño ese...? —no completó la frase. Esdan miró a su marido / dos con cierta perplejidad, pero se dio cuenta de que para él, a todos los efectos, ella había sido secuestrada. No conocía más.

  Iba a replicar cuando el embajador de los Terceros se adelantó justo hasta el extremo del campo de fuerza. A su lado, el aire y la presión cargados de energía térmica y partículas inestables rugían furibundos, contenidos sólo por la presencia allí de los dos humanos. De no estar ellos, los Delvan haría tiempo que estarían muertos.

  El embajador no apartaba la vista de TlalT, el cual irguió su órgano visor, orgulloso.

  —La máquina nos ha hablado —comenzó, inseguro. Los ojos del Tercero eran dos ascuas inmisericordes—. Ha cambiado el curso de la evolución progresiva.

    Todo lo que avanza acaba por retroceder.

    Todo lo que comienza acaba por terminar.

    (Aquí hizo un esfuerzo supremo para contrapensar, volver de nuevo al comienzo de las proposiciones, rompiendo el tempo con nuevas ideas asimétricas):

  Abusasteis de los ciclos evolutivos de la máquina. Ella... completó el reflujo. El siguiente... paso... en vuestro cam... cam... camino. Retornar al origen.

    El sacrificio.

    La máquina os ha hablado —concluyó, y el sarcasmo que acompañaba a sus pensamientos pudo oírse incluso a través de las barreras idiomáticas. Los demás Delvan, incluyendo al pequeño KeeK, rodaron hasta colocarse a su lado, terriblemente asustados.

  Sabían que iban a morir.

  El embajador meditó unos segundos, sin decidirse a actuar, y luego miró a los humanos. Esdan y su marido retrocedieron un paso, igual de confusos. Los Terceros no dejarían sin castigo el insulto de la joven raza no evolucionada, sus esclavos, ni siquiera en concesión a la presencia de aquellos espectadores.

  T dio un paso. Los Delvan temblaron, encogiendo unos centímetros sus cuellos.

  El embajador alzó la mano para matar.

  Y, en cuanto rozó al jefe de los delvanos con su diestra protegida por letales campos de fuerza, incinerando parte de su piel y convirtiendo sus músculos tensores en masas negruzcas y malolientes, algo ocurrió: su brazo se retiró como si hubiese tocado algo venenoso para su química.

  Y así parecía. A través del campo de fuerza, el último regalo de la máquina a los desesperados ciclos de evolución de los Terceros alcanzó su cuerpo, extendiéndose como un virus que mataba el biotopo y convertía sus miembros en cenizas.

  —¡No! —Esdan, entendiendo lo que sucedía, sólo vio que un humano (aunque fuera un Tercero) estaba a punto de morir. Se lanzó hacia delante, colocándose entre T y el delvano, pero fue inútil.

  El embajador gritó. El resto de sus compañeros de raza retrocedieron, viendo caer muerto al Delvan sin entender lo que pasaba. KeeK miró a la joven con odio, pero entendió su traición, su intento por proteger al esclavista torturador. Al fin y al cabo, los Terceros eran también humanos.

  —Vamos...

  Esdan agarró a Lamor del traje y lo arrastró rumbo a la salida, al túnel de acceso que llevaba a la Carabela.

  —¿Qué ocurre? —protestó él. Su mujer le empujó hacia el elevador automático.

  —No te preocupes por ellos. Ahora es un asunto entre sus dos especies; nosotros no tenemos nada que hacer aquí.

  Pero un figura se les interpuso. Era KeeK.

  Detrás de él los delvanos del grupo superviviente se lanzaban contra los cuerpos de los Terceros, muriendo al estrellarse contra sus potentes corazas. Pero, por algún misterioso motivo, el virus sí que las sorteaba. Y por cada delvano que caía uno de sus amos se desplomaba también, en una suerte de rueda mortal de venganzas y desquites por arcaicos ultrajes.

  Esdan sorteó a su secuestrador sin hablarle, entendiendo que ya no restaba nada más que ellos pudieran hacer para arreglar el desastre, cuando éste le arañó. Fue un roce de sus cilios en la cara, y la navegante descubrió que éstos en realidad acababan en diminutos garfios prensores.

  —¿Qué haces? —chilló, llevándose la mano a la herida. Un leve corte cruzaba en horizontal su mejilla.

  —Es la clausura del círculo.

       Al final de toda carrera espera la muerte, la disolución en la nada.

       (Contrapensó)

     Ahora la responsabilidad... respon... ahora...

       Es... vuestra. De vuestra especie.

    Y se lanzó hacia el enemigo más cercano, calcinándose contra sus protecciones energéticas.

 

 

Esdan.

 

Los dos humanos y el holograma del alevín alcanzaron la Carabela en un tiempo inusitadamente corto. Mientras corrían hacia el puente, Esdan le gritó a Clarise las órdenes de partida y el ordenador retiró los anclajes que los mantenían sujetos a la nave delvana.

  El enclave se había cerrado sobre ellos como una enorme y vacía red de metal. La Carabela luchó por liberarse de su abrazo y, no sin cierta dificultad, lograron retroceder avanzando, esperando hasta que la geometría del espacio cambiara para que delante fuese atrás,  y quedar libres de su zona de influencia.

  Al llegar al puente, Esdan saltó de cabeza contra la consola.

  Flotó con un impulso que la llevó a situarse frente al panel de sensores. Sin desviar la vista de los indicadores de estabilidad del hipercono, que rápidamente se desplazaban hacia las peligrosas regiones de sobretolerancia, ordenó:

  —¡Clarise, sácanos de aquí! Abandonamos el conducto Riemann en t menos cuatro segundos.

  —Podemos acceder al interior de la esfera en lugar de a su exterior —sugirió la mascota-inteligencia—. La mera existencia de la máquina alienígena es lo suficientemente importante como para arriesgarnos a un acercamiento.

  En la pantalla de radar era reconstruida en tiempo real una imagen del espacio interior de la nova. Éste era un gigantesco hemiciclo hueco, una pared oscura (su luz había perdido demasiada energía al regresar), con los restos de la nube calcinada de la estrella en su centro, aún esculpidos por la explosión en formas espinosas.

  Y en un punto de caída lenta hacia los intervalos Lagrange de las órbitas de basura del astro, había algo.

  Era un objeto de casi un kilómetro de diámetro con una forma aberrante y confusa para los instrumentos, como una mancha solar desligada del astro por la fuerza de la detonación. Se movía en direcciones erráticas al son de extraños caprichos internos como si poseyera vida propia.

  La máquina.

  Esdan la contempló durante larguísimos instantes, mientras Clarise esperaba su respuesta. Algo en su interior le decía: estás viendo algo que no se repetirá en la historia de la humanidad. Algo insólito y poseedor de secretos capaces de cambiarlo todo para siempre, que grita por ser descubierto y aprovechado.

  Pero en su nave había más personas. El resto de los miembros de su grupo de contacto diplomático, destinados a cumplir importantes misiones en mundos lejanos, a mediar en conflictos innumerables. No podía poner sus vidas en peligro por un sueño, no más de lo que las circunstancias los habían puesto ya.

  Esdan sintió ganas de llorar, contemplando la lejana máquina. Aquello era lo más cerca que podría verla jamás, antes de su caída en el corazón de la estrella moribunda. Solo Dios sabía lo que ocurriría después.

  Tomando aliento, la joven apartó la vista de la consola y ordenó a Clarise activar los impulsores.

  La Carabela abandonó el hipercono segundos antes de que éste se colapsase, entrando en fase de saturación. Navegar a su través en las próximas dos o tres décadas sería muy peligroso para cualquier tipo de navío.

  El enorme transporte anillado de los Terceros, del que había partido el enclave, les esperaba a una UA escasa de la barrera. Tenían apenas siete minutos para salir de allí antes de ser pulverizados.

  —Solicitan hablar directamente con los cónsules Primeros —anunció Clarise—. Piden explicaciones sobre todo lo ocurrido y preguntan por el enclave.

  Esdan consultó a su marido.

  —Debemos dar nuestra versión de lo ocurrido —asintió éste, algo nervioso—. Aunque la culpa haya sido de los Delvan, en cierta medida nosotros también estamos involucrados. Como cónsules expertos, jamás debimos dejar que las cosas hubiesen acabado así.

  Pero la joven dudaba de que el asunto hubiera acabado del todo. Se tocó la herida en la mejilla, y de alguna forma supo que ella también estaba infectada con el virus de la extinción, la misteriosa muerte que acabaría con aquel grupo de Terceros ultraevolucionados.

  Había sido KeeK, tal vez para castigarla por haberse interpuesto tratando de salvar la vida de T; por haber concedido en aquel momento decisivo una mayor importancia a la constante biológica que distinguía a su especie por encima de los dilemas morales. Al yugo del cuarteto de elementos fundamentales, C, H, O y Nitrógeno que enlazaban las Ramas humanas por encima de los más radicales cambios evolutivos. Tal vez para castigarlos a todos. Sus manos podrían ser ahora portadoras de la muerte para el grupo de esclavistas que torturaban a los Delvan y les ayudaban a mejorar sólo en la medida en que podían serles útiles. Podía llevar consigo el siguiente paso en el avance que la máquina había dispuesto para ellos, y que se negaron a aceptar.

  Pero Esdan no era una asesina. No podía liberar una epidemia que desembocaría en genocidio, en miles o millones de individuos muertos.

  Recordó a los Delvan, a sus cuerpecitos quemados por la cercanía de los campos de fuerza de sus verdugos. En la pantalla, el enorme transporte de los Terceros abrió sus fauces, dispuesto a tragárselos como una ballena de cuento de hadas.

  Esdan se abalanzó sobre la consola de control de maniobra, ordenando a Clarise que  indujera potencia a las aspas de impulso ante la estupefacta expresión de su marido, y evitó sus ojos. No tenía respuestas, aún no. Los Terceros se ofenderían, tratarían de perseguirles para aclarar el incidente que había acabado con una de sus naves, pero eso era el futuro inmediato, y en su abotargada mente aún no había sitio para él.

  Mientras ignoraba las confundidas protestas de Lamor, Esdan creyó escuchar en su cabeza algo de lo que jamás se liberaría:  El continuo ir y venir de una risa cadenciosa.