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Último Viaje

Moledo, Manuel

El hombre que no quería morir fue conducido a La Sala.

El pánico ralentizaba el tiempo a su alrededor y agudizaba sus sentidos. Era capaz de oler el sudor en el kevlar de los agentes que lo escoltaban y de distinguir el miedo en su propio sudor. Los colores eran vívidos, intensos. El roce de las armaduras de sus captores al caminar se le antojaba ensordecedor. Su cuerpo, evolucionado durante un millón de años hasta convertirse en la raza de homínidos cazadores que acabó dominando la Tierra, estaba preparado para buscar una escapatoria a aquella situación.

Cholo miró sus poderosas manos, cerradas en dos puños gargantuescos, de piel dura y curtida como el cuero viejo. Serpientes de coral fosforescentes se retorcían sobre sus antebrazos, reflejando su estado de ánimo. Los tatuajes holográficos brillaban como luciérnagas, salvo en sus muñecas, cubiertas por bridas de polímero inteligente. Un gesto del guardia, apretando la llave electrónica de su cinturón, y se ceñirían hasta que la carne le sangrase, mientras se retorcía en el suelo por una descarga eléctrica de alto voltaje.

No tenía más escapatoria de la que tendría una alimaña atrapada en un lazo de acero.
En las peceras de metacrilato que daban al pasillo del Corredor, hombres y mujeres duros como el pecado palmeaban, silbaban y se despedían con gestos obscenos. Sus gritos atravesaban sordamente las paredes transparentes de sus celdas. «¡Jódelos, Cholo!» «¡Que les den bien por el culo!» «¡Me reúno contigo la semana que viene!»

Tras largos años de convivencia, llegó a perder la cuenta de cuántas veces había palmeado y gritado en una situación similar. Pero todo se veía diferente desde el otro lado del cristal.

El condenado caminó mostrando una falsa decisión, mientras saludaba ceremoniosamente con la cabeza a sus compañeros del Corredor del Último Viaje. Años atrás hubiera atacado a los guardias como un perro rabioso, por puro instinto.

«Pero ahora soy otro, joder. He cambiado. Dios sabe que he cambiado, aunque me merezca esto» pensó mientras apretaba aún más los puños, hasta clavarse las uñas en las palmas.

Esas manos lo habían hecho. Con la fuerza y la misericordia de un torno hidráulico, tomaron el blando cuello de su víctima y apretaron hasta hundir la tráquea. El frágil hueso hioides se rompió en el proceso como una concha de porcelana pisada en la playa. Luego esperó más de una hora, velando el cuerpo, para asegurar la imposibilidad de una resurrección. Matar a alguien no era tan fácil como antaño, cuando el cerebro era irrecuperable breves momentos tras la muerte.

Aún ahora se preguntaba por qué. Aquel día llevaba por lo menos catorce horas usando programas ilegales de danza cerebral. Sueños reales como la vida y crueles como la muerte se entretejían con la realidad que le rodeaba. Sex-trap. Frenetizador. Vuelo de Ángel. Todas se unieron a su brutal fuerza física, y quién sabe si también a su maldad natural, precipitándolo todo.

De resistirse, podría llegar a montar un buen jaleo. Ahora era un hombre aún más fuerte. No tenía mucho que hacer en la mazmorra y, como tantos presos, terminó cayendo en la rutina de castigar su cuerpo con flexiones y abdominales, transformándolo en algo tan macizo y anguloso como los muros de su prisión.

Para él no era tan importante la protección que ello pudiera ofrecerle, como el estatus. Sentirse poderoso entre los demás. Paladear la precaución con que los guardias trataban con él. Ahora, todo eso le parecía una tonta frivolidad.

Pese a su determinación, sus piernas flaquearon cuando salió de la galería, lejos del apoyo de los otros reos.

La puerta de La Sala se abrió; un robot médico de aspecto andrógino ataviado con una absurda bata tan blanca como su rostro artificial. El droide le hizo, sonriente, una seña hacia una desnuda silla.

Era el único mobiliario de la luminosa y desangelada estancia.

–    Señor Arpaio, siéntese, por favor. Terminaremos en unos minutos.

La Muerte tenía una voz atildada, incluso asexuada. Torpe y pálido como un zombi, el condenado obedeció. Los guardias le ajustaron correas en muñecas, pecho, tobillos y frente, inmovilizándolo.

Luego abandonaron el lugar.

–    Señor, hemos de esperar dos minutos hasta la ejecución de la sentencia, en previsión de un posible indulto o conmutación de su pena.

Tal cosa no había sucedido jamás. Cholo cerró los ojos. «No quiero morir», pensó. El pánico estaba a punto de invadirlo. «Contrólate. No quieres ser de los que se mean encima en el último momento».

Intentó concentrarse en el sabor de la musaka, su elección como último alimento. El plato que su madre le preparara de niño todos los días de fiesta. No pudo.

«Ella lo verá»

La había decepcionado convirtiéndose en un adicto a la danza cerebral. Luego la enloqueció de dolor al volverse un asesino. Ahora, su madre iba a verlo morir. Todas las sentencias se retransmitían en la página web del penal; no podía dejar de verlo. Pero de seguro lo que más asustaría a aquella buena y católica mujer era la certeza de que habría un más allá para él. El más allá que se merecía.

Cholo cerró los ojos para no llorar.

Exactamente dos minutos después un brazo mecánico comenzó a inyectarle el tranquilizante. Todo autocontrol se desvaneció. Despavorido, el convicto apretó los bíceps con furia, y tensó sus músculos como cuerdas de acero. A veces, alguien conseguía romper la aguja y ganar unos segundos.
–    Por favor, señor Arpaio, no se resista. Únicamente conseguirá dañarse a sí mismo. Si no ha llegado ningún informe positivo del Defensor del Preso, no va a llegar ya. Relájese. Tal vez esto no sea tan malo como se imagina.

El blanco rostro era completamente inexpresivo. No fue él quien inició el proceso; sólo un humano tenía esa potestad. A tres salas (un mundo) de distancia, el Alcaide giró un interruptor al cumplirse el plazo.

En teoría debía perder suavemente la consciencia. Sin embargo, su constitución de toro no le concedió ese privilegio. Cuando el segundo fluido entró en sus venas le quemó como fuego.

Cholo gritó su dolor con todas sus fuerzas.

–    Debo informarle que su cuerpo pasará a ser propiedad del Estado. Usted no ha seleccionado ningún destino de las opciones que se le ofrecieron. Por ley de oferta y demanda ha sido destinado a la clase tres: Extracción de los tejidos útiles y aprovechamiento como fertilizante de los subproductos – recitó amablemente La Muerte.

Cada vez le costaba más respirar. Su cuerpo luchó por seguir haciendo funcionar el diafragma, pese a que su mente era consciente de que no conseguiría hacer llegar suficiente aire a los pulmones, y deseaba que todo acabase cuanto antes. Durante minutos que se hicieron eternos, aún consiguió mantener sus funciones vitales. Luego dejó de sentir nada salvo una dulce calma. El tercer fluido, preñado de nanobots, había llegado a su cerebro. Las pequeñas máquinas atravesaron el océano de líquido cefalorraquídeo e infectaron su córtex, polimerizándolo neurona a neurona.

Poco a poco, todo se volvió negro.

Frente al penal, bajo un sol radiante, decenas de personas montaban su propio espectáculo. Al tiempo que el cerebro de Adrián Arpaio, alias «Cholo», se convertía en un amasijo de plástico y su corazón dejaba de latir, uno de los activistas que se concentraban ante la puerta del penal escenificó su agonía.

El alto joven iba vestido con un simbólico mono naranja y un redondo casco de realidad virtual, conectado al sensorama emitido por la Datosfera. Sintió y danzó para todos cada uno de los estertores del condenado. Luego cayó al suelo inerte entre los gritos catárticos de los que le rodeaban.

Los viandantes los miraban con cansancio. «Son unos pesados, estos activistas», pensaba más de uno. «Siempre agitando sus pancartas y conminando a la gente a sentir en la RV las torturas de los condenados. Y reviviendo en su cuerpo los sensoramas de los reos. Menudos masoquistas».

Aunque lo peor eran las preguntas incómodas para las cuales ya tenían todas las respuestas.

A muchos kilómetros de distancia, encerradas en su casas, dos madres lloraban en silencio. Una por quien se marchó ese día; otra por quien se había marchado doce años atrás.

* * *

– Es mi deber comunicarle que, a partir de ahora, su futuro dependerá completamente de su capacidad de integración en la colonia. Si sirve bien durante diez años, puede ganar su condicional y optar a una granja propia en la zona libre. Este mundo penal tiene leyes
propias y se hacen cumplir con dureza. Al contrario que en la Tierra, la máxima pena es la eliminación definitiva.

Cholo abrió los ojos, confuso. Reconocía aquella atildada voz. Ante él, estaba el mismo robot médico que lo acababa de matar. No, no el mismo. Eso era imposible. El mismo modelo.

–    ¿Se siente tranquilo, señor Arpaio? ¿Puedo proceder a liberarlo? Debo advertirle que cualquier daño causado a esta unidad tendrá como consecuencia la adquisición de una deuda que deberá pagar mediante su propia potencia de trabajo.

El preso asintió, aún aturdido. Las abrazaderas que lo retenían al barreño de crecimiento se abrieron y cayó de rodillas, las manos en el rostro. Contempló asombrado ante sus ojos unos finos dedos de post-adolescente. Su piel era lechosa, sin cicatrices ni tatuajes. Se palpó el suave vientre hallándolo plano, sin ombligo. Fabricar un cuerpo salía más barato cuanto más crudo salía del horno.

–    El mapa de su ADN fue transmitido hace dos meses para generar este clon. De igual manera que su mente ha sido emitida instantáneamente según fue recuperada, tal y como le había sido comunicado. Este cuerpo es el suyo, señor Arpaio. Le aconsejo que lo cuide, no tendrá otra otra oportunidad. Encontrará un uniforme y unas botas en la taquilla que tiene frente a usted.

Cholo se sentía aún como en un sueño al abandonar el complejo. Su cuerpo frágil y mórbido le restaba confianza, y caminaba dubitativo. Se quedó parado en el patio de la construcción, parpadeando frente al abierto portalón de salida. La luz del atardecer, demasiado azul para recordarle a su hogar, le deslumbraba.

Cuando sus ojos se adaptaron pudo ver un chico negro como el carbón sentado a la vera del camino.

Lucía una sonrisa torva y vieja que deformaba obscenamente su rostro juvenil.

–    Vaya, amigo -le dijo el muchacho- Volvemos a vernos. Un año y seis días después de que me ocase a mí.

La nariz y los ojos sólo se le hacían conocidos. La boca era inconfundible.

–    ¿Fallou? ¿Eres tú?

–    Me alegra que me hagas esa pregunta. ¿Tú eres tú, Arpaio?


Cholo volvió a mirar sus delicadas manos. Luego oteó el sol azul en el horizonte. La visión del nterminable desierto le sobrecogió. Sus pulmones respiraban agitadamente un aire aún joven, aún sin olor a vida, pobre en oxígeno.

El Estado le decía que era él mismo. Pero al Estado le convenía decir eso. La mayor parte de la sociedad no pensaba así. «Doppelgänger» les llamaban a los que eran como él ahora. Y escupían en el suelo al hacerlo.

–    Creo que no – respondió vencido, aunque no se sentía alguien nuevo- Creo que he muerto, ahí atrás, y sólo soy una copia. Ni siquiera sé si tengo ya alma. Pero me siento yo.

Fallou le puso la mano en el hombro.

–    Mira, colega. No sé si eres el mismo de mis recuerdos. No sé si hoy Cholo murió, como el Fallou que tú conociste en el Penal, y nosotros somos simples copias. Muchos creerán eso, desde mi abuela al condenado Papa. Pero en todo caso, ¿qué más da? Estás vivo, original o copia, y tienes que salir adelante. Le he hablado de ti a mi lugarteniente y te queremos en nuestra hermandad. Y créeme, tío, uno necesita buenos hermanos si quiere sobrevivir en Purgatorio. Sigues siendo un tipo duro, ¿no? Toma esto, te hará falta. Por aquí a algunos les gusta la carne tierna y recién hecha.

Y diciendo esto, le puso en la mano un tosco cuchillo.

Cholo oteó la ciudad. Chamizos de adobe rompían la planicie, rodeados de cultivos hidropónicos y raquíticos árboles. La multitud bullía como un hormiguero. Miles de presos trabajaban ordenadamente. Todos ellos eran vigilados por drones policiales controlados mediante transmisión cuántica instantánea desde la otra orilla del abismo, a más de cien años luz. Demasiado lejos para molestarse en transportar cuerpos vivos.

Como en la vieja Australia, los penados asumían la dura labor de construir un nuevo mundo. A diferencia de la vieja Australia, los guardias podían irse a disfrutar de su familia al acabar el turno.

«Recién hecho, puede ser. Tierno, por mis cojones» pensó Cholo, y ocultó el arma en una manga. El fuego nacía en su pecho. Deseó que lo intentaran. Hacía muchos años que no sentía una rabia tan pura en su interior. «Serán las hormonas», pensó.

Sonriendo como un lobo, comenzó a caminar.



Manuel Moledo (1977)  Nací en Serra de Outes, soy biólogo, vivo en La Coruña.

Mi primera publicación fue en la revista digital Másliteratura, con ocasión del I Concurso Literario de Relatos Cortos Steampunk y Retrofuturistas del 2011 en el cual quedé con el relato “El fin de la Inocencia” http://issuu.com/masliteratura/docs/revista-enero2012_virtual

Físicamente en Contos extraños, una publicación periódica en gallego de pulp, fantasía, terror y ci-fi, y en varias publicaciones online. En mi caso los relatos publicados fueron: Volumen 2. "Xornada Fantástica".-"Solsticio de verán" (Cast. Solsticio de Verano, fantasía épica).
Volumen 3. "Vieiros de Mañá".-"O fin da inocencia" (Cast. El Fin de la Inocencia, Ucronía retrofuturista).
Volumen 4. "Nadal Impío".-"Bonecos de latón" (Cast. El Fin de la Inocencia, Ucronía retrofuturista).

Podéis saber algo más de Contos Extraños y Urco Editora aquí (el artículo está en castellano):

http://www.fantasymundo.com/articulos/4981/entrevista_contos_estranos_steam_pulp_da_galiza
También he participado en la publicación gallega de cuentos de corte oscuro relacionados con la infancia “Sombras no berce” (Cast. Sombras en la cuna). con el relato “A pesca do cangarexo” (Cast. La pesca del cangrego, suspense). Podéis descargar este recopiltorio de relatos gratuíta (y legalmente y con gusto de los autores) aquí:

http://www.4shared.com/office/THy0jrhH/sOmBrAs_no_bErcE.html
Actualmente colaboro en Tiempo de Héroes, una publicación de literatura 2.0 que esta dando bastante que hablar, con más de 150.000 páginas visitadas. Participo tanto con la saga del personaje Adam Berengario como en la de Marlín. Podéis visitar algunos de mis relatos (y de paso engancharos a la saga, que hay gente muy buena metida) aquí:

http://www.tiempo-de-heroes.com/2012/09/acto-2-capitulo-1-mdh-pastor-de-lobos.html
Con más razón teniendo en cuenta que también participa Juan Gonzalez Mesa, al que ya conocéis por haber publicado en esta web, entre otros buenos escritores.

Mis preferencias se decantan, por lo habitual, a la ci-fi. Es por ello que estoy dedicándome a este género concreto, lo que me llevó a ser preseleccionado (sin posterior fortuna) para el concurso de relatos de este año de Inspiraciencia por mi relato “Lenguaje Matemático” http://www.inspiraciencia.es/preseleccionats/35-relatos-en-espanol-seleccionados/relato-corto-adulto-espanol/745-lenguaje-matematico  


Me encuentro ahora mismo embarcado en dos proyectos, uno de ciencia ficción compartido con una muy buena amiga y muy buena escritora, y en otro también de ciencia ficción, en este caso una ucronía. Espero que puedan salir a la luz el año que viene.