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Malleus Maleficarum

Gallardo, Ainhoa

Amanda Favre acababa de terminar sus estudios de tanatopraxia, y tuvo la suerte de encontrar trabajo pronto. Ya sabía a lo que se exponía, había practicado cientos de veces en su Universidad, pero aun así, estaba nerviosa por su primer día de trabajo.

Acudió temprano a la funeraria tras un aviso de que traían el cadáver de una señora al tanatorio. El médico forense había dictaminado el certificado de defunción, la muerte había sido por paro cardíaco, una muerte repentina al parecer.

La señora era Valérie Pinaud, una mujer caucásica de unos cuarenta y pocos años. Una mueca de agonía y confusión  se reflejaba en su rostro. Amanda se preparó con sus guantes, bata y gafas; procedió a cerrarle los párpados, lavó su cuerpo con germicidas, suturó su boca, limpió sus orificios corporales y colocó algodones en sus cavidades para evitar la salida de fluidos. La joven tanatopractora masajeó el cadáver en esa fría e inhóspita habitación para eliminar la rigidez y conseguir mejorar el aspecto de la piel, sirviéndose de cremas y aceites.

Una vez preparado el cuerpo, Amanda se disponía a comenzar el embalsamiento. Para que la piel recuperase un tono más vivaz y eliminar esa coloración azulada; ella debía realizar una incisión en la arteria de la difunta Valérie para extraer toda su sangre, e introducirle una mezcla de formol, agua, productos químicos, conservantes, germicidas y colorantes similares al color de la sangre. Además este conjunto de sustancias evitarían la descomposición de los tejidos, y los germicidas eliminarían la aparición de hongos o moho. Para evitar todo tipo de bacterias tenía que injertarle grandes cantidades de alcohol, glicerina y formalina.

Amanda se dio la vuelta y enseguida localizó las bombas de inyección y aspiración para perforar el intestino grueso, la vejiga, estómago y pulmones; con el fin de vaciarlos para posteriormente rellenarlos con estas sustancias. Repasaba en su mente todos los pasos y estaba muy concentrada, cuando de pronto, al volver la vista al cadáver se dio cuenta de que éste tenía de nuevo los ojos abiertos. Confusa, se precipitó a cerrarlos pensando para sí misma que quizás se le había olvidado, pero ella juraría que lo había hecho, pues estaba convencida de que tenía todo  calculado.

Acercó las bombas de inyección, estaba a punto de realizarle la incisión en la arteria cuando la difunta mujer levantó su brazo y azotó la cara de Amanda, provocando que ella se llevase la mano a su mejilla enrojecida por el golpe. Se había llevado un notorio sobresalto, pero sabía que los fallecidos podían tener espasmos, por lo que fue tranquilizándose de manera gradual. Valérie parecía haber cambiado la mueca de su cara… ahora exhibía una siniestra sonrisa. La tanatopractora, inerme al ver esa imagen, quedó petrificada observando el cadáver mientras se acercaba lentamente a él, bisturí en mano.

De repente, Valérie abrió de nuevo sus párpados, unos azules y chisporroteantes ojos de odio clavaron su mirada en Amanda. La señora agarró con fuerza su brazo, abrió su boca deshaciéndose de la sutura y del algodón; y le hincó los dientes otorgándole un doloroso mordisco a la tanatopractora. Amanda comenzó a gritar y golpeó a la señora con la mano que le quedaba libre para zafarse de ella.

Ante sus ojos vio cómo en cuestión de segundos la piel de Valérie tornaba a un aspecto arrugado y envejecido, su cabello castaño se volvió blanco, largo y sin brillo. Ya no era una mujer de cuarenta y pocos años sino una anciana con muy mala uva. Alertados por los alaridos de Amanda, se escucharon pasos correr hacia la habitación, probablemente sus compañeros o el jefe se aproximaban a gran velocidad para descubrir lo ocurrido. Sin embargo, esa anciana que ahora era Valérie, corrió hasta la ventana llevándose el cristal por delante y se lanzó a través.

Por suerte el tanatorio se encontraba en una planta baja, pero cuando Amanda se asomó por el ventanal roto tan sólo unos segundos más tarde, no había ni rastro de la señora.

La tanatopractora entró en estado de shock, era incapaz de reaccionar, de articular palabra alguna…  los compañeros le encontraron embobada mirando al infinito a través de los cristales rotos. Se remangó la bata y allí tenía el enorme mordisco que la anciana le había provocado con ferocidad, marcando toda su dentadura y clavándosela hasta perforar la piel de Amanda, de la que ahora le resbalaban unas finas y calientes gotas de sangre.

La puerta se abrió para que los compañeros de trabajo de Amanda accedieran al habitáculo, sobrecogidos por los ruidos que habían escuchado.

—¿Qué ha pasado?—Preguntó su compañero jadeando, el sudor brillaba en su amplia frente.

Amanda aún era incrédula de lo que acababa de acontecer, pero pensó muy seriamente en qué era lo que podía contar sin ser tomada por una loca… decirles que una fallecida mujer de cuarenta, se había levantado convirtiéndose en una anciana para huir, no ayudaría mucho… por lo que omitió esta parte.

—Es—estaba muerta, se levantó, me mordió y huyó… simplemente eso.—Confesó con una temblorosa voz.

—¿Simplemente eso?, ¿enserio?... Esa mujer estaba clínicamente muerta, y ahora anda a sus anchas por ahí, confusa y aturdida… ¡hay que avisar a la policía!—Exclamó su jefe.

—Ve al médico a que te miren esa mordedura, no tiene buena pinta.—Le sugirió otro de sus compañeros.

La joven tanatopractora acudió a curarse la herida superficial que Valérie le había provocado. Era consciente de que aun habiéndose declarado la muerte clínica a alguien, aunque fuera poco frecuente, la persona podía volver a la vida tras estar horas muerta. Quizás un mal diagnóstico, o quizás la actividad cerebral y las funciones vitales no se habían deteriorado del todo… ahora lo primordial era encontrar a esa señora pues necesitaba atención médica, pero Amanda no dejaba de pensar en cómo pudo tener la visión de Valérie transformándose en una anciana… ¿fue real, o acaso sólo fue fruto de su imaginación?

Amanda llegó agotada a casa tras un duro día de trabajo, de hablar con la policía, y de dar explicaciones… Cenó un poco de comida ultra—congelada, acarició a su gato, y enseguida se metió en la cama para desconectar de todo; esto último era lo que más ansiaba.

Cuando el sueño estaba a punto de vencerle, su móvil sonó a altas horas de la madrugada. Ella pensó que podía tratarse de algún otro aviso de la funeraria y no tardó en atender la llamada.

—¿Sí?—Contestó tras un leve carraspeo.

Transcurrieron unos segundos pero nadie le respondió al otro lado. Comprobó que le llamaban desde un número desconocido, por lo que colgó la llamada e intentó dormir. De nuevo, alguien volvía a llamar a su móvil desde un número desconocido, muy molesta se acercó a descolgar el teléfono.

—¿Quién es?

Amanda pudo escuchar una respiración, pero nadie se dignaba a responderle.

—Sea quien sea no estoy para bromas, así que por favor, ¡deje de molestarme!

Obstinada colgó y silenció su móvil, a sabiendas que debía de estar operativa por si le llamaban para ir al tanatorio; esa noche no le tocaba estar de guardia pero por si acaso fallaba la persona que sí lo estaba, la segunda a la que llamarían sería a ella, pero no le importó, sólo quería descansar.

Pasarían unos pocos minutos cuando el teléfono fijo de su vivienda comenzó a sonar también. Dejó que saltase el contestador y volvió a escuchar esa respiración. La persona que estaba incordiándole llamó una segunda, y una tercera vez a su teléfono fijo, hasta que Amanda se incorporó de su cama hasta alcanzar el teléfono que tenía sobre la repisa de su salón.

—¡Basta ya de llamar, maldita sea!—Dijo colgando con furia el teléfono y desconectándolo.

Amanda sintió una brisa por su espalda, su gato comenzó a gruñir y ella giró la cabeza bruscamente. El animal estaba nervioso, bufando y maullando a un punto fijo, sin que allí hubiese nada.

La tanatopractora estaba empezando a asustarse mucho, cogió a su gato en brazos y corrió a su habitación cerrando la puerta para meterse de un salto en su lecho. Cuando de pronto, el teléfono fijo volvió a sonar.

—¿Cómo es posible?... ¡Pero si lo he desconectado!

Dejó al gato en el suelo y se aproximó cautelosa a abrir la puerta de su habitación, dirigiéndose de nuevo al salón. Su corazón palpitaba tan rápido que le dolía, estaba recorriendo despacio el oscuro pasillo que le separaba del salón cuando en un abrir y cerrar de ojos, una silueta apareció de entre las sombras frente a ella. Parecía una señora mayor, incluso pudo intuir que le miraba fijamente a pesar de no poder verle el rostro por la escasa iluminación.

Amanda no dudó en gritar a pleno pulmón y volver a su cuarto llorando histéricamente. Cogió su móvil para llamar a la policía alegando que alguien había entrado en su casa.

Le dieron instrucciones de que se quedase en un lugar oculta, y no hiciese ruido hasta que una patrulla llegase a su vivienda. Cuando las autoridades llegaron al fin, inspeccionaron el inmueble y no vieron nada extraño. Amanda les comentó lo de las llamadas y le dijeron que rastrearían desde dónde se habían realizado, le tomaron nota de la denuncia.

Al día siguiente, tras acabar de trabajar extremadamente cansada, la policía se puso en contacto con ella para decirle que nadie le había realizado ninguna llamada ni al teléfono móvil ni al fijo. Ella les indicó que eso era imposible, y que incluso en una ocasión saltó el contestador.

Fue corriendo a su casa y conectó el teléfono fijo, activó el buzón para escuchar los mensajes pero en efecto, no había ninguno en el registro. Sin salir de su asombro,  miró en el historial de llamadas tanto del fijo como del teléfono móvil, y cuál fue su sorpresa, que tampoco había nada que verificase las llamadas acosadoras que tuvo la noche anterior.

Todo esto estaba causando un gran pánico en Amanda al no poder justificar ni encontrar una lógica a lo ocurrido. Jamás en su vida había experimentado algo similar, sin embargo, trató de calmarse y de olvidar todo.

A pesar del esfuerzo de la tanatopractora, todas y cada una de las noches que trataba dormir, sentía que alguien le observaba, veía la silueta de esa señora sentada al pie de su cama, hasta llegó a encender la luz de la mesita para ver si así desaparecía pero no lo hacía… pudo percatarse de que la mismísima Valérie Pinaud, o aquella anciana en la que se convirtió ésta, era quien le acechaba todas las noches sentándose a su vera. Veía claramente su rostro arrugado, con marcas de vejez en su piel, ataviada con un vestido negro y sonriéndole de manera siniestra mientras tenía las manos entrecruzadas. Era como una imagen, una foto inmóvil, que tardaba unos segundos en desvanecerse; de pronto se marchaba y era como si nunca hubiese estado ahí.

Amanda ya estaba cansada de tener esa visión y de experimentar todo tipo de fenómenos paranormales en su vivienda, tales como ruidos, pasos, objetos que cambiaban de sitio… a veces escuchaba como si un objeto pesado cayese al suelo en otra habitación y al acudir allí, en realidad no se había caído nada… Ya estaba tan harta que se propuso intentar dialogar con esa mujer, aun sabiendo que físicamente no estaba allí, pero ella nunca le respondía… sólo se sentaba allí a observarle y después se difuminaba. ¿Qué sería lo que le quería decir?... ¿qué significado podía Amanda sacar de todo lo que le estaba pasando?, ¿querría esa señora que la encontrasen?... Las autoridades todavía no habían dado con Valérie, habían difundido su retrato robot por todas las cadenas de televisión y periódicos, pero la persona que buscaban era a la joven Valérie, y no la anciana que Amanda vio que escapaba del tanatorio y que desde entonces se presentaba en su casa de manera fantasmal.

Este tipo de fenómenos no le permitían llevar una vida normal, y además estaba empezando a afectar su rendimiento en el trabajo. Comenzó a ver a aquella señora también en el tanatorio… Amanda estaba convirtiéndose en una mujer con notadas ojeras, había bajado de peso y cada vez se encerraba más en sí misma, apenas entablaba conversación con nadie. La obsesión que tenía por Valérie Pinaud estaba consumiéndole en vida.

Una tarde, se encontraba comprando en el supermercado y le pareció ver de nuevo a la anciana. Dudó por unos instantes si se trataba de una de sus visiones o era real, pero la cajera del supermercado estaba interactuando con ella y más personas le estaban viendo, por lo que debía de ser ella de verdad, ¡estaba allí!

Una enorme emoción recorrió el alma de Amanda de manera instantánea, pero esa emoción disminuyó al pensar en que quizás fuera una anciana tremendamente parecida a Valérie, y no fuera ella… Sin embargo, llevaba viendo esa cara desde hacía semanas, y a no ser que tuviese una hermana gemela, debía de tratarse de Valérie. En consecuencia, Amanda se propuso seguir a la anciana al salir del supermercado desde una distancia prudente. Siguió sus pasos hasta llegar a una antigua casa casi a las afueras de la ciudad. La anciana introdujo una llave en la cerradura de la verja que rodeaba la casa, accedió al descuidado jardín lleno de maleza y plantas mustias que lo decoraban para después introducirse en la vivienda.

La tanatopractora no pudo evitar su curiosidad, y comprobó que la verja estaba entreabierta. Era consciente de que lo que estaba a punto de cometer era un allanamiento de morada, pero no le importó lo más mínimo. Esa terrible mujer estaba allanando su vida, sus sueños, y su trabajo, por lo que merecía obtener una explicación a todos esos sucesos. Amanda accedió al jardín y caminó hasta la puerta del inmueble. Se cercioró de que también estaba entreabierta, y pensó que era demasiada coincidencia… ¿se habría dado cuenta la señora de que Amanda le seguía?

—¿Hola?... –Preguntó Amanda mientras empujaba la puerta y se oía rechinar. Sin duda, le hacía falta echar un poco de aceite a las bisagras.

No obtuvo respuesta, pero sabía que la señora estaba allí, por lo tanto se armó de valor y se deslizó dentro de la casa.

Avanzó unos pasos y dedujo que se encontraba en la sala de estar. La señora tenía todas las persianas bajadas casi al máximo de tal forma que apenas entraba luz en el interior. Amanda recorrió la estancia con el ritmo cardíaco acelerado, preocupada por si la anciana le descubría allí. Ella trató de ser lo más silenciosa posible, caminaba sigilosa en busca de alguna pista que relacionase a esta señora directamente con Valérie Pinaud y con la esperanza de que de esa manera, su pesadilla llegase a su fin.

Advirtió muchos libros apilados sobre una polvorienta mesa circular, todos ellos parecían tratar sobre magia negra. Una vela coronaba el centro de aquel mueble y permitía vislumbrar unos extraños dibujos pintados en la pared… parecían escritos con sangre por la marca de las gotas que se habían escurrido hacia abajo llegando a alcanzar y ensuciar el parquet.

Amanda se sintió atraída hacia aquellas pintadas como los mosquitos a la luz, pero a su vez experimentó un tremendo frío recorrer todo su cuerpo de pies a cabeza. Quería huir del lugar, pero también necesitaba conseguir respuestas a toda aquella locura, y esto le mantenía sujeta al sitio. Al tratar de acercarse al dibujo para verlo más de cerca, tropezó con algo y dirigió una fugaz mirada al suelo; un gato al que le faltaba la cabeza yacía sobre un charco de su propia sangre.

—¿Quién anda ahí?—Preguntó la anciana, que estaba aproximándose a la sala de estar.

La tanatopractora se sobresaltó y  echó a correr hacia la puerta como alma que lleva el diablo, nunca en su vida había corrido tanto, su respiración era agitada y su garganta estaba seca de tanto jadear, hasta que consiguió salir de aquel jardín para evitar ser vista.

En definitiva, no sólo era en su imaginación, algo raro ocurría con esa señora y fuera lo que fuese iba a descubrirlo. Amanda no dudó en ponerse en contacto con la policía, denunciando que esa señora tenía algo que ver con la desaparecida Valérie Pinaud, y que al parecer, realizaba algún tipo de ritual satánico donde sacrificaba animales.

Dos agentes se dirigieron a la vivienda de la anciana para corroborar la veracidad de la denuncia de Amanda, mientras ella se quedó fuera de la verja hasta que llegaron. Los policías acudieron y lo único que encontraron fue una entrañable señora mayor en bata que les mostró gustosamente su hogar, donde allí no había nada fuera de lo normal. Además, le preguntaron si sabía algo sobre Valérie y la anciana negó conocerla.

La policía ya había recibido dos denuncias por parte de Amanda Favre que luego habían resultado falsas. Lo de que alguien había entrado a su casa, las llamadas a altas horas de la madrugada, ahora esto… Ya no podían confiar en ella, y uno de los agentes se dirigió a la tanatopractora al salir de la vivienda.

—Señora Favre, la próxima vez piénsese dos veces el llamar a la policía para hacernos perder el tiempo, que tenemos mucho trabajo.

—¡Pero les juro que esa señora hace rituales satánicos!, ¿de verdad no han visto las pintadas en la pared y al gato muerto?

—Haga el favor de marcharse a casa, tómese unas vacaciones, nosotros nos encargaremos de encontrar a Valérie Pinaud, pero deje de intentar llamar la atención.

—¡Ella es Valérie Pinaud!

—Creemos que lo que le ocurrió le ha afectado demasiado, por favor, tómese un descanso en su trabajo o haga lo que crea conveniente, pero déjenos hacer nuestro trabajo y evítese este tipo de llamadas.

—Entiendo que no me crean, pero es la verdad, no tengo por qué mentirles… esa señora hace rituales satánicos, yo misma lo he visto y también sé que ella es Valérie. ¡Pueden tomarle una muestra de ADN y les aseguro que coincidirá!

Los agentes le ignoraron y se metieron al coche para largarse, no estaban dispuestos a escuchar las alucinaciones de una majadera.

Amanda lloró con un gran llanto, mientras en su casa seguían escuchándose y viéndose cosas inexplicables. Ya no dormía, no comía, estaba cayendo en una profunda depresión y nadie podía ayudarla. En el trabajo se percataron de su estado y le dijeron que no había superado el periodo de prueba, ya que consideraron que no estaba preparada psicológicamente para enfrentarse a su labor. Esto sólo incentivó todavía más la profunda tristeza en la que había caído Amanda.

Se refugiaba en la oscuridad de su habitación donde pasaba todo el día tendida en la cama mientras se repetían una y otra vez los mismos fenómenos a los que ella ya había llegado incluso a acostumbrarse. Llegó el momento en que no les temía, tan sólo quería que cesasen para que su vida volviera a la normalidad.

De modo que un día, no aguantó más y decidió ir a hablar cara a cara con la señora. Miró su demacrado rostro reflejado en el espejo, se maquilló un poco y se colocó el abrigo para salir a la calle.

Condujo hasta aquella alejada casa y como la puerta de la verja continuaba abierta, entró pasando por el jardín y golpeando la entrada de la casa. 

—¡Sé que está ahí, si no me abre tiraré la puerta abajo!—Amenazó Amanda.

Continuó golpeando la puerta hasta romper la endeble cerradura y adentrarse en el interior. Pasó por la sala de estar y se encaminó por un estrecho pasillo donde en la habitación del fondo parecía haber una tenue iluminación. No dudó en avanzar rápidamente hasta allí, entró a ella y descubrió a la anciana sentada en el suelo, rodeada de velas mientras bebía sangre de un cuenco de otro gato que acababa de sacrificar… se trataba del gato de Amanda.

—¡Asquerosa zorra!—Vociferó señalándole con el índice—¡Dime qué es lo que quieres de mí!, ¡no sé qué tipo de maldición es la que me has echado pero quiero que salgas ya de mi vida!—Unas lágrimas florecieron de sus cansados ojos mientras miraba con profundo terror el cuerpo de su mascota asesinada.

La puerta de la habitación se cerró de golpe provocando que Amanda diese un brinco. Las ventanas estaban tapiadas y no podía verse el exterior de la vivienda desde allí.

—Al fin has venido a mí, Amanda Favre…—Dijo en un tono sosegado la anciana mientras se incorporaba y dejaba el cuenco de sangre a un lado.—¿Quieres saber qué es lo que quiero de ti?, no tengo ningún problema en contártelo. Mi verdadero nombre es Mary Walcott, hace siglos me acusaron de ser bruja, y he de confesar que  estaban en lo cierto. Me salvé de morir ejecutada por ahogamiento gracias al pacto que hice con mi señor, al que tú te referirás como el Diablo. Habito los cuerpos de jóvenes como Válerie Pinaud para mantenerme viva, pero si un cuerpo está destinado a morir en un tiempo determinado por una razón en concreto, como es el caso del de Válerie, que estaba destinado a fallecer por un infarto y muerte repentina, el cuerpo morirá igualmente, y yo volveré a mi aspecto original, la misma apariencia que tenía cuando hice el pacto… pero si tardo mucho en encontrar un nuevo recipiente, mi envejecido cuerpo terminará muriendo de manera natural…

—¿Eres una bruja?, muy bien, eso explicaría muchas cosas… ¡pero por tu culpa he perdido mi trabajo, he perdido a mi gato, lo he perdido todo! ¡Dime qué cojones quieres de mí y déjame en paz de una vez!

—Te preguntarás que por qué escogí a Valérie… ella era hermosa, llena de vitalidad, pero el problema es que cuando escojo un recipiente no sé exactamente la esperanza de vida que tiene. Sin embargo estoy segura de que tú llevas una vida saludable, Amanda, a pesar de que estas últimas semanas te has desmejorado un poco.

Amanda enseguida se dio cuenta de a qué se refería la bruja, y trató de huir pero la puerta estaba sellada. Por más que gritase y golpease la puerta nadie escuchaba sus lamentos, el atenazador miedo le invadió, pero no dejaba de luchar por salir de aquella habitación. Recogió un libro del suelo y se lo lanzó a la bruja fracasando en su intento de atizarle la cabeza. Se apoyó contra la pared buscando algo con lo que poder defenderse de lo que se avecinaba, mientras sentía cómo le temblaban las piernas.

—Es inútil, hice lo que hice porque sabía que tarde o temprano vendrías a mí, y lamento decirte que ya no hay vuelta atrás.

La tanatopractora lloró impotente, observó cómo una enorme sombra negra que emergió del cuerpo de la bruja se aproximaba a ella para atraparla.

Amanda cayó fulminantemente al suelo. Al despertar después de unos minutos; se cercioró de que tenía unos raquíticos brazos, se tocó la cara y tenía arrugas… levantó la vista y allí estaba su cuerpo, con la bruja Mary Walcott en su interior riendo a carcajadas.

—¡Ahora a ver quién cree tu historia, vieja estúpida!—Continuó riendo—Habitaré tu cuerpo hasta que éste muera, y cuando eso ocurra, tu alma se desvanecerá para que yo pueda volver al mío de manera temporal. Disfruta del tiempo que te queda, querida Amanda.—Dijo Mary elevando sus pies del suelo, y levitando se marchó de la habitación dejando allí a la angustiada e indefensa anciana.

 

Ainhoa Gallardo nació el 29 de abril de 1991 en Zaragoza (España).

No tardó en descubrir su pasión por escribir historias de fantasía, y más tarde de terror. Desde pequeña, cuando en el colegio pedían que escribiesen una redacción libre; ella destacaba desbordando una gran imaginación y creatividad desarrollada a partir de una idea muy simple.

Ainhoa se independizó muy joven, a la temprana edad de 16 años. En estos tiempos difíciles y austeros que nos azotan, ha sabido trabajar duro para poder mantener su hogar. Comenzó a escribir Leyendas del Averno una noche en que no podía dormir. Su jornada laboral acababa tarde y aún tenía unas cuantas horas antes de que el sueño le venciera. Fue entonces cuando en la soledad, recordó su infancia; aquellos momentos que usaba para evadirse del mundo, y de los problemas que tenemos cada uno, creando historias. Ella quiso recrearlo. Quiso crear este pequeño universo y plasmarlo sobre las páginas, y una vez que empezó no pudo parar.