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Modelo de Prueba

Rodríguez Maldonado, Felipe

— Si es un robot misionero, impartir una clase de catecismo a un grupo de niños no debe causarle ningún problema, ¿verdad, padre?

Aunque amable, el tono de voz del Cardenal indicaba que realmente no estaba consultando al responsable del Proyecto S.J. sobre esa primera tarea para el robot. Era una orden. Había que cumplirla a cabalidad… y sin cuestionamientos.

Obviamente no era ni el momento ni la manera en que los desarrolladores hubieran querido arrancar pero, en fin, el robot debía demostrar que estaba listo. ¿Qué tan difícil podía ser? ¡Son niños, por Dios!

Instruido sobre la encomienda que debía desempeñar, la unidad  evaluó cuál era la mejor manera de captar la atención de los inquietos chiquillos del curso de catecismo. Sabía que la primera frase era esencial, así que su preocupación (por decirlo de manera coloquial) era decidir cómo atraer su interés para narrarles en sus propios términos un relato millones de veces contado en la historia humana, pero nunca por un presbítero cibernético a infantes del siglo 23.

¿Cómo empezar? El padre veía tres opciones: “Había una vez…”. No. Desde siglos antes había dejado de ser un comienzo clásico para volverse más bien anticuado. “En aquel tiempo...”. Sonaba más “bíblico”, sí, muy acorde con las circunstancias, pero alejaba a los niños del tema. “Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia, muy, muy lejana...”. Ese le gustaba. Tenía que ver con el cosmos infinito...


 

Allí los “diálogos” no requerían de palabras audibles. Las ideas eran captadas simultáneamente por las mentes de todos. Si alguien hubiese intentado “traducir” la conversación de aquel momento, habría escuchado un intento de réplica donde nunca las hay.

— ¿Un robot a nuestra imagen?  Pe…, pero, ¿por qué?—  Mija-El no pudo ocultar su turbación. ¡Era increíble la idea del Jefe y, sin embargo, sabía que aunque siempre estaba de buen humor, Él no bromeaba con cosas así.

— Señor… — terció tímidamente Gavri’el, que trataba de parecer tranquilo, aunque su turbación era captada por todos—, creo que Mija-El está pensando que no existen antecedentes similares en ninguno de tus desarrollos previos. Ni siquiera en el pequeño laboratorio que quieres que controle el nuevo robot, ¿por qué habrías de privilegiarlos a ellos de esa manera?

Tres… o cinco, mejor dicho, las personas que se encontraban en ese “salón” desconocido de un mundo no localizable, supieron lo que Él pensaba.

— Estos modelos tendrán que recibirme muy pronto, por eso tienen que ser como nosotros. No quiero que por su condición pretendan situarse por encima de mis otras creaciones, y he decidido que permanecerán en su laboratorio hasta que estén preparados para conocer a los otros. Los que aparentemente serían los primeros, serán los últimos en formar parte de este plan.

La “conversación” se daba por concluida. El Jefe sabe por qué hace las cosas.

Entre los experimentadores de campo surgieron dudas al iniciar los trabajos. Programar al modelo para que se moviera en superficies irregulares, y que fuera capaz de oír, ver, oler, sentir al tacto y emitir sonidos por la boca no era una dificultad seria, porque habían tenido experiencias previas con otros robots, pero ¿cómo reproducir su mente a semejanza de sus creadores, si ni siquiera estaban seguro de cómo funcionaban ellos mismos? Ese era el gran problema.

Además, el Jefe ordenó que el robot nuevo fuera autorreplicante. ¡El colmo! ¡No sólo tendría la misma imagen que Él, sino que reproduciría copias de sí mismo, como los diseños más avanzados!

Aunque lo intentaban, Mija-El, Gavri’el y algunos otros auxiliares, no comprendían la razón de aquello. Pero aún estando conscientes de que no tenían por qué entenderlo, era difícil trabajar en el proyecto sin que continuamente se generaran preguntas.

“Otra cosa que no comprendo —pensó Mija-El en cierta ocasión— es, ¿por qué, siendo tan especial este robot, no va a ser tan inteligente como los otros que construimos? Será el más brillante de su hábitat, lo sé, pero alguna vez tendrá que salir de ahí y entonces se encontrará con los robots superiores a él, y dudo que pueda entender por qué si ha sido creado como nosotros no es mejor que todos ellos”.

La respuesta de los otros a su comentario, fue la misma sentencia infalible con la que terminaban todo ese tipo de cuestionamientos: “Él sabe lo que hace”.

Similar en sus funciones básicas a otros robots, lo extraordinario de nuevo modelo de prueba era el cerebro, ensamblado de acuerdo a las especificaciones particulares establecidas por el Señor. La forma y tamaño de esa computadora orgánica que estaría colocada en el cráneo, era parecida al de otras máquinas inteligentes pero que, a falta de miembros del cuerpo necesarios para manipular su entorno, no habían sido creadores de civilizaciones técnicas. En cambio, el robot (cuyo nombre, por cierto, aún era desconocido para Mija-El y los demás, pues el Señor no se los había comunicado) tendría que ser creador de otros artefactos, así que el cerebro se desempeñaría mucho mejor que el de las otras cibercreaturas del mismo laboratorio.

Listos ya cuerpo y cerebro, sólo restaba implantar el programa en la nueva unidad. La visión del modelo dependía de dos cámaras al frente de su testa. Se le dotó de un sensor olfativo y dos unidades auditivas a ambos lados de la cabeza, que estaba unida, además, al tronco del cuerpo, conectado a su vez con dos extremidades superiores y dos inferiores.

Un elemento esencial del robot eran sus manos: tenían cinco dedos de diferentes tamaños, con tres articulaciones cada uno, pero el más pequeño se colocó opuesto a los demás, de tal manera que sería capaz de sujetar diversos objetos y, eventualmente, crear herramientas como decidió el Señor.

Cuando el Jefe iba a empezar la implantación del programa, Mija-El y Gavri’el se dieron cuenta que estaba utilizando el mismo código básico con que se habían programado las otras unidades. ¿Acaso funcionaban ellos mismos así? ¿Por qué si el robot era un reflejo suyo tenía un programa básicamente igual al de cualquier otro modelo? Definitivamente los designios del Señor eran misteriosos hasta para ellos, sus lugartenientes.

La carga del programa concluyó.  El robot era ya una masa de millares de reacciones químicas. Los electrones saltaban continuamente de un átomo a otro. Los átomos, solos o en conjunto, brincaban de molécula en molécula. Algunas de las más pequeñas se integraban a otras más grandes y partículas mayores, por su parte, se dividían en otras más chicas. A pesar del aparente desorden de aquellos movimientos, las reacciones estaban ideadas así y tenían su porqué.

Trabajando conjuntamente los millares de reacciones permitirían al nuevo robot pensar, moverse, crecer, reproducirse y adaptarse al ambiente al que estaba destinado que debía organizar. Era un ser que modificaría su entorno de manera importante en el futuro, por lo que su organismo debería ser excepcional.

La membrana protectora de los anexos que cubrían el cuerpo del modelo se llamaba piel, y tenía como función proteger sus mecanismos internos y regular la cantidad de agua (el más popular de los combustibles para las cibercreaturas) que necesitaría para su operación. El recubrimiento orgánico era termorregulador, y protegería a la nueva unidad de la agresión de posibles gérmenes.

El aparato de sostén y protección que moldeaba el cuerpo del robot actuaría como un conjunto de placas rígidas que posibilitarían su movimiento. Los órganos de su aparato digestivo fueron ideados para transformar, mediante acciones mecánicas y químicas, los elementos que digiriera en sustancias asimilables útiles como generadoras de energía.

Su sistema nervioso, controlado por el cerebro y una maraña de ramificaciones que lo conectaban con todo el cuerpo, desempeñaría las funciones necesarias para garantizar la relación de todas sus partes entre sí y con el medio exterior al que se expondría. Por si fuera poco, dentro de sí, el flamante prototipo contenía el código para crear copias de sí mismo, tal como lo indicó el Jefe.

Cada reacción química producida dentro de él era regulada por una molécula especialmente importante y compleja llamada “enzima”. Se trataba de una más de las formidables ideas del Señor, el genial programador. Lo que convertiría al nuevo robot en una perfecta unidad, viva y única, era el sistema particular de reacción química producida por el número exacto, la naturaleza y la eficiencia de sus enzimas.

Las enzimas a su vez, se producirían de acuerdo con las especificaciones de otra compleja molécula, el ácido desoxirribonucleico. Esas moléculas formaban un catálogo especial -el programa de la nueva unidad- cuya función era registrar la información hereditaria. Era el Código de la Vida. El Jefe regalaría el libre albedrío a su creación, pero no juega a los dados.

El Señor, Yahvé, por supuesto, había creado a Adán.

Los arcángeles Mija-El y Gavri’el; experimentadores de campo del nuevo modelo que Yahvé completó con otra unidad, Eva; al llegar al Edén aún no entendían por qué eran tan especiales esos dos robots para el Jefe.


 

No había ninguna duda sobre el significado del gesto en el rostro de la madre de Juliana.

—¿Estás segura que el famoso robot misionero les narró así la historia de Adán y Eva, hijita?— preguntó con incredulidad.

—Sí, mami. El robot…, bueno, el misionero, dijo que esa era una buena forma de entender cómo Dios hizo a nuestros primeros padres pero, después, cuando empezó a explicarnos la Teoría de la Evolución, el padre Santiago suspendió la clase— respondió la niña, todavía emocionada porque S.J. había estado con ellos en el catecismo.

La joven madre estaba impresionada por todo lo que le contaba su hija, y no supo si reír o preocuparse cuando Juliana le planteó:

—¿O qué, mami, tú de veras crees que Adán fue hecho de barro, y Eva fue creada por Dios en el huerto del Edén , a partir de una costilla?

 

 

 

Felipe Rodríguez Maldonado vive en Saltillo, Coahuila, México. Nació en 1965. Está antologado en un volumen del Premio Estatal de Cuento Julio Torri, con una historia de ciencia ficción, "El Cristo Atrapado", publicado en 1999. Con el cuento "Tara 2011", fue finalista del Premio Kalpa de Ciencia Ficción (originalmente apareció en el número 7 de la revista Umbrales).