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Obsolescencia programada

Signes Urrea, Carmen Rosa

La necesidad es la madre de la invención.

(proverbio nipón)

 

 

Midori Akata había renunciado a un futuro de éxitos profesionales y grandes oportunidades en el extranjero al trasladarse con su recién estrenado marido al barrio Kita (北区), en Tokio. Diez años después, la rutina del hogar y el trabajo en el banco de Baiko, su esposo, habían conseguido relajar su mente, tanto, que ya casi ni recordaba que su nombre fue relacionado con una de las empresas más importantes del mundo según la revista Science en un número especial dedicado a la biotecnología.

Midori contemplaba asomada al mirador cómo se cuchicheaba al paso de Baiko. Algo no iba bien, Baiko no paraba de refunfuñar. Se había convertido en una fea costumbre. Lo hacía cuando salía a la calle, al cruzarse con los vecinos, en el Banco mientras trabajaba, durante el almuerzo, de regreso a casa, como saludo, incluso al darle a ella las buenas noches.

A Midori lo que realmente la inquietaba eran las posibles indagaciones que por curiosidad o morbo despertaran aquellos desaires.

Baiko estaba considerado por todos como un hombre agradable de trato, amable de comportamiento y sincero de conversación, es por ello que nadie comprendía semejante transformación. Un día, el director del banco le comentó: “La soberbia no es buena consejera” en clara referencia a la falta de cortesía que Baiko había tenido con él ignorándole al pasar por su lado.

Sus compañeros, preocupados al no reconocerlo así, decidieron enviar una nota a su médico de familia, gracias a ella éste se personó a los pocos días en casa de la familia Akata.

—Konnichi wa. ¡Qué placer volver a verla, Midori-san! Recibí un aviso, ¿puedo ver a Baiko? Sumimasen, no recuerdo la última vez que Baiko solicitó mis servicios… me parece no haberlo visto nunca por mi consulta. Quizás es que no está conforme de mi trato para con usted… Deseo comprobar a qué pueden estar debidos esos cambios de humor que me han comentado. Una úlcera tal vez... nada contagioso… Hará el favor de llamarle.

—Dômo arigatô gozaimashita, pero no puedo.

—No desea que le visite…

—No, no puedo porque no se encuentra aquí. Partió de viaje –soltó lo primero que le vino a la cabeza. Tenía que librarse del doctor.

—Bueno. Diga que pregunté por él. Le agradecería que pasara por mi consulta a su regreso, aunque si le parece puedo venir yo… Un hombre de tanto valor… Otukaresama —se despidió el doctor.

—Dôzo osakini —respondió nerviosa.

Sobre el futón del dormitorio descansaba Baiko. El espacio que ocupaba normalmente se había quedado pequeño. Mientras las baterías eran recargadas por la corriente eléctrica, las piernas y partes de los brazos descansaban sobre la almohada, la cabeza sobre la mesilla de noche, con el cráneo abierto, los ojos en un táper y la mandíbula desencajada; el torso, aún vestido, reposaba como sentado al borde del lecho. Midori seguía revisándolo pieza por pieza, para intentar localizar la avería, sin éxito. Con los medios mecánicos del trabajo hubiera sido más sencillo.

La vida hogareña y sin responsabilidades había terminado. Debía dejar atrás las dulces horas compartidas con su amante, aquellas largas jornadas en las que lo único que debía preocuparle consistía en no dejar que agotase su carga de energía; interminables días en los que el amor, el respeto y el cariño vinieron a reemplazar los despropósitos recibidos por ser mujer, primero de su familia –su padre nunca creyó en ella- y, más tarde, una vez terminados sus estudios, en el trabajo. Muy pocos fueron los hombres, por no decir ninguno,  a los que creyó y que pudo amar, hasta el día en el que Baiko lo fue todo para ella. Apenas diez años, que habían pasado en un abrir y cerrar de ojos. Un fin más que predecible debido seguramente a la caducidad de alguna de sus componentes.

Comenzó a planificar su regreso al trabajo. Sabía que las puertas de la empresa nunca se cerraron definitivamente para ella. Lo que más le dolía de su reincorporación era que el canalla de su jefe había tenido razón: “en menos de diez años regresarás Midori-San y ojo que no te descubran, aún no está muy bien vistas las relaciones mixtas hombre-robot”.