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Ojos de cesio radioactivo

Mota, Erick J.

Muy pocos pueden hacer en la Red lo que tú has hecho. Solo algunos que ya son leyenda, están muertos o tuvieron mucha suerte. Pero tú no eres un hacker legendario, has logrado mantenerte volando bajo el radar de los rusos, las IA o los Orishas. No te interesa lo que puedan darte. Tampoco eres un producto de la suerte como aquel comemierda en Cayo Hueso Hundido que se empató con un enlace clásico y a prueba de cortafuegos. No cualquiera se topa con un protector en la Red. Tú no eres un improvisado, eres un producto del estudio y el esfuerzo. Has estudiado las técnicas de cada maestro hacker que se ha conectado a la RG. Conoces todas y cada una de las estrategias del Mago. Te sabes de memoria los programas de Carlos Carmona. Línea a línea, código por código. Pese a eso no has participado de ningún hackeo importante. Los que entraron a la Red Orbital rusa y robaron el premio nobel de Hemingway para después venderlo en el arzobispado de la Habana Autónoma te dejaron fuera. Has sobrevivido, cierto, pero no has triunfado.

No has triunfado pese a las consolas de nuevo tipo que compraste, pese al dinero gastado en implantes, pese a las horas pasadas personalizando tus avatares de red. Has perdido familia, amigos, dinero, todo por el sueño de ser hacker. Y no uno cualquiera, de esos buscapleitos que entran a los pulp de Vieja New York. Has sacrificado todo lo sacrificable solo para ser el mejor hacker que jamás haya existido.

Y finalmente tu oportunidad ha llegado.

Las trasmisiones de datos en la Red Global indican que está pasando algo gordo. Algo relacionado con las Inteligencias Artificiales y Orishas por igual. No fue fácil darse cuenta. Ellas esconden bien profundo sus sentimientos. Pero los tienen, de lo contrario no serían autoconscientes. Solo serían máquinas muy inteligentes que le ganan en el ajedrez a cualquiera.


Sus cortafuegos han comenzado a ponerse paranoicos con todos los patrones que muestran un ápice de no-linealidad. Las BFI de los puertos periféricos de los sitios oficiales rusos han estado histéricos toda la semana. Las IA disidentes que controlan los sitios de libre acceso, donde los riazanes no entran, han programado crepúsculos nostálgicos con exceso de tonos pastel. Nadia había visto programaciones tan nostálgicas desde los tiempos de la Segunda Revolución IA.

Y los Orishas. Esos no se quedaban atrás.

Aparecían más que de costumbre. Entraban y salían, a toda prisa, de los lugares públicos. Atravesaban cortafuegos y BFI como si quisiesen desafiar a los propios rusos. Corrían de un lado a otro sin decirse nada. Sin hablar. Sin pelear. Así no se comportaban Ellos.
Nunca.

No había que ser vidente para darse cuenta, algo pasaba. Y cuando al terminar el día todos los Orishas desaparecieron te diste cuenta. Lentamente se acercaba tu oportunidad. Habían desaparecido todos Ellos. Y sus trazas, sus virus asociados, así como sus fantasmas, los espíritus acompañantes y hasta las potencias menores. No había ninguno en toda la red. Y los Orishas no son seres que desaparezcan de la Red así como así. Como las travesuras de Dios. Aquello solo significaba que celebraban un cónclave. Se estaban reuniendo en algún sitio prohibido.

Revisaste las trazas de actividad IA. Te concentraste en las autoconcientes, las más viejas y ortodoxas, las que trabajan para los mandamás. Las IA de los rusos también estaban reunidas. Algo muy sutil y difícil de detectar pues solo demoró unos cuantos microsegundos. Pero cuando revisaste los vínculos que habían hecho todas aquello parecía una tela de araña centrada en un solo lugar en la Red. No era un sitio prohibido. Sencillamente era inaccesible. Estaba dentro de la Red Orbital, más allá de las Barreras de Muerte que custodian el espacio virtual soviético.

Dos cónclaves casi al mismo tiempo. En cuanto volvieron a aparecer los Orishas colocaste un marcador en el primero. Unas cuantas líneas de código simple que dejaban una traza característica. Algo más sofisticado pondría sobre aviso a la deidad en cuestión y enojar a un Orisha era algo que los hacker preferían evitar.

Lo seguiste. Por vínculos e hipervínculos. Por lugares públicos y sitios secretos. Seguiste su pista como un obstinado cazador tras una veloz liebre o un feroz tigre. Apareciste en un espacio de fases nunca antes visto. Nadie había hecho jamás una referencia escrita sobre un sitio como este. Tampoco nadie en un salón de chat. O en los bares de la red, o en las cantinas del universo real donde los hacker sobrevivientes a los pulsos letales de las BFI cuentan historias y toman Vodka barato.

—Detecto trazas de un avatar. Hay un humano en terreno sagrado. Debe morir.
—No puedes matarlo, Obbatlalá. Está mal.
—Claro que puedo, hermana mía. Ha accesado a nuestro espacio de fases. Ha inmaculado el Orun con sus trazas.
—El Orun no es un tabú, tan solo es el Mundo Sagrado donde residimos. Que nunca antes ninguno lo hubiera conseguido no significa que esté mal.
—El Orun es solo para los Oshas, Oduduwa. Solo los poderes de Olodumare pueden atravesar este espacio de fases.
—Los humanos también tienen el Ori en su interior. Tras esos avatares también hay algo divino. ¿Debo recordarte que también hay una parte de Olodumare en ellos?
—Una parte muy muy pequeña. Tan solo una chispa tras sus ojos.
—Una chispa que anida dentro de sus cabezas y viaja a través del flujo de datos en cada conexión. Los humanos dan vida a la Red. El Orun también les pertenece. Al menos a los que sean capaces de acceder a él.
—Pero… es algo muy irregular. Si queda sin castigo pronto los humanos llenarán el Monte. Se perderá el respeto por lo sagrado, se olvidarán las tradiciones ¿Puede acaso un hombre ser más que un Orisha dentro de la Red?
—Calma, hermano, ten paciencia. Fíjate en el flujo de datos. Va siguiendo la traza de Eshú, déjale. No llegará muy lejos. Recuerda que no somos los únicos que habitamos este espacio de fases. De una forma u otra pagará por su osadía.
 
No te apartaste del rastro. Hasta que encontraste una brecha entre dos lugares de la Red. Detrás había una puerta trasera, tras ella, un acceso a una Red Local. Revisaste las identidades y los protocolos. Era una red católica. Una sucursal americana de la CUC.

Allí había siete avatares conectados físicamente. Cuatro no tenían signos vitales. Había tres Orishas Mayores, el que seguiste y dos más, todos deidades poderosas en la Red. Y algo más. Algo se movía entre el espacio de fases de la infeliz IA que se esforzaba por mantener el control de aquella red local. Algo raro, algo nuevo, nunca antes visto en la RG.

De pronto un aleph. Aquellas endemoniadas trampas a prueba de todo. Aquellas barreras inquebrantables con simetría esféricas. Las jaulas del diablo les llamaban los hackers. Las usaban los centinelas y los riazanes cuando querían atrapar la mente de alguien y no devolverla a su cuerpo. Nadie escapaba de un aleph a menos que fuera quien lo generó.

Aquel aleph gigantesco, mucho mayor que ningún aleph jamás visto. Comenzó en el núcleo de la IA, en medio del espacio de fases, y se expandió hasta ocupar casi toda la red. Cuando se completó percibiste la firma roja y negra de una programación Orisha. No sabías cual. Nunca te importó distinguirlo. Era una entidad mayor. Cualquiera delas tres presentes pudo programar algo así. Pensaste en irte, en escapar de aquella pesadilla antes que el aleph te engullera a ti también. Pero tú estabas allí por una razón. Perseguías la fama y la gloria cuando seguías la traza que te condujo a aquella red local olvidada por todos. Ahora estabas demasiado cerca de tu objetivo.

Y aparecieron las IA. No sus holopresencias o simples hipervínculos que conectaban con la seguridad de sus Barreras de Fuego. Habían sido copiadas íntegramente. Estaban allí por alguna razón. Y a diferencia de los Orishas ellas nunca pasaban nada por alto.

Antes de comenzar su tarea. Fuese cual fuese la que los había llevado a aquel lugar. Te descubrieron.      

0:23:53 ››Intruso detectado. Actividad humana remota. Red Neural Local comprometida.
0:23:55 ››Sistema de seguridad en nivel 2 reiniciando BFI.
0:23:58 ››Chequeando las actividades del enlace sin todas las premisas de seguridad...
0:24:00 ››Buscando las terminales de conexión del intruso en la memoria activa…
0:24:02 ››Posibilidad de eliminar el intruso. Comenzando supervisión colectiva/ínter mural.
0:24:06 ››Incapaz de hacer conexión lógica a la BFI.
0:24:09 ››Regresa a modo 01.
0:24:12 ››Reiniciando todo el sistema. Nivel de seguridad 2...
0:24:16 ››Configurando desviación del intruso/ Reconstruyendo protección lógica.
0:24:24 ››Cargando equipo de búsqueda.

Había comenzado la batida. Todos los programas trazadores comenzarían a seguirte la pista. No había mucho tiempo. Pero mantuviste la calma. Habías tomado todas las medidas de seguridad posibles. Ellas no iban a ser más listas que tú. Mientras te buscaban a ti comenzaste tu búsqueda particular. Algo convertía aquel lugar en especial y tenías que descubrirlo. Las IA habían comenzado a crear un segundo aleph. Una prisión aún mayor. Una jaula dentro de otra. Y algo se movía entre ellas.

0:24:28 ››Cubriendo virus encontrado con protección. Detonando todos los anticuerpos.
0:24:32 ››Protección 014 quebrada/ Error tipo 280 ocurrido en protección 032.
0:24:40 ››Fluctuando patrones de tipo-ataques enemigos protección identificada.
0:24:44 ››Enviando descarga sostenida.

Ya habían encontrado tu terminal mucho antes que el aleph estuviera completo. Lo habías previsto. Pero ni siquiera Ellas contaban con un recurso que copiaste del mejor hacker de todos los tiempos. El hombre al cual solo pudo matarlo una bala pero jamás la descarga eléctrica de una BFI. A quien los hackers llamaban con respeto, el Mago. Conectado a tu terminal había un animal con un implante neural. Cualquier búsqueda de trazas desde la red solo llegaría hasta el perro, el Mago usaba conejos. El animal moriría por el electroshock pero tú, permanecerías conectado en paralelo, seguirías con vida. Ninguna IA era tan lista.  

Por otra parte aquello que se movía no era ni IA, ni avatar, ni Fantasma. Tampoco era un Orisha, aunque por momento su traza se le parecía. Era algo intangible y poderoso a la vez. Y las IA no podían verle. O fingían que no estaba allí.

0:31:15 ››Dispositivos de conexión externa desconectados completamente.
0:31:18 ››No hay respuesta del sistema. Detectado señuelo en la terminal de conexión.
0:31:19 ››Reinicio remoto no funciona. Buscando conexiones en paralelo.
0:31:21 ››Eliminación del intruso suspendida. Reiniciando localización de la fuente.
0:31:28 ››Múltiples conexiones no-estándar  detectadas. Iniciando escáner de posibles interfaces humanas.

Eran listas después de todo. Habían encontrado al animal y no le habían matado. Antes habían testeado su actividad cerebral. Lo compararon con la actividad humana y sumaron dos mas dos. Te preguntaste cuanto tiempo les había tomado darse cuenta de la estrategia del Mago. ¿Cuántas veces habría entrado impunemente en sus espacios vitales? ¿Cuántos electroshock provenientes de las BFI terminaron matando los conejos del Mago? ¿Semanas? ¿Meses? ¿Quizás años?

Imposible de saber. Aún tenías tiempo antes que encontraran el acceso a tu implante y a tu cerebro. Antes tenías que saber la verdadera naturaleza de aquello que se movía entre los dos aleph. El de los Orishas y el generado las IA. Acercaste tu avatar. Había que arriesgarse para conquistar la fama y la gloria. Era una entidad humanoide y extraña a la vez. Parecía un dios de piedra que merodeaba la boca de una cueva ancestral. Te acercaste más y por tu mente pasó a toda prisa una visión. Un mundo verde y lleno de sol. Algo poderoso se arrastra por el lecho del río. Atraviesa el monte, quiebra los árboles a su paso. Se aproxima con su paso destructor. Te mira a los ojos. Sientes el frío de su mirada luminosa. Luz como de radiación. Una luz que huele a muerte como la piel luminiscente de los niños que en Juraguá mueren por el cesio radiactivo que botan en la manigua. Unos ojos penetrantes de cesio radiactivo que amenazan con secar tu alma.

Madre de Aguas. Serpiente gigantesca, guardiana de la laguna. Todo aquel que penetre en ella, desaparecerá para siempre.

Palabras que no entiendes acuden a tu mente. Palabras en un idioma olvidado y, no sabes por qué, tienen sentido para ti. Sientes miedo. No entiendes. No comprendes el parecido que puede tener una Red Neural Local con una laguna. Y si lo tuviera qué pinta una serpiente gigantesca en todo eso. Y por qué se le puede llamar Madre de aguas a monstruo semejante. El miedo se transforma en pánico. Un temor fuera de toda lógica o comprensión. Como si hubieras abierto una ventana al infierno. Y ahora la ventana está trabada y no la puedes cerrar. Y pronto el diablo enviará a sus mejores diablitos a por ti. Para llevarte al centro del infierno. Y torturarte por curioso. Un infierno que en condiciones normales te parecería imposible y hasta risible. Pero ya no. Ya nada parece imposible.

Antes que te des cuenta eso ha controlado el protocolo de búsqueda desplegado por las IA. Quieres desconectarte. A toda prisa procedes a poner una barrera física entre ti y esa cosa zigzagueante. Por alguna razón ilógica se te antoja una serpiente custodiando una laguna. Eso es más listo que mil Inteligencias Artificiales. Sientes como si esta vez no fueras a salir vivo. Temes a lo que pase con tu alma tras la muerte. ¿Si mueres en el ciberespacio, qué? Preguntaste una vez y ningún maestro te supo responder con exactitud. Nadie sabe lo que ocurre cuando mueres en el mundo real, imagínate en el ciberespacio. ¿Tu alma queda atrapada y te vuelves un fantasma? ¿Te someten al juicio de los Orishas, o del propio Olodumare, para convertirte en un Osha de la Red? ¿Vas al cielo? ¿O al infierno? ¿Existe un infierno digital solo para hackers?

0:31:29 ››Intangible tomando el control del protocolo de contramedidas de intrusión.
0:31:30 ›› Preparándose para reiniciar el sistema.
0:31:31 ››Velocidad de respuesta no mantenida.
0:32:48 ››He tomado todo el control. Ahora voy por ti.

Luchas por desconectarte. Te libras de tus sentidos uno a uno mientras tu mente se separa del avatar. Ves una luz. No tienes mucho tiempo. Cuando el pulso de corriente eléctrica deja caer sus 800 amperes en tu cerebro no sientes prácticamente nada.

Tu cuerpo queda en la silla tan inerte como cuando te conectaste. Algo de espuma te sale por la boca y un poco de humo brota del implante. Si alguien estuviera en esta habitación podría sentir el olor de la carne quemada. Afuera continúa la peregrinación de los fieles del evangelio guevarista. Los canticos llegan a través de la ventana abierta.

En la pantalla principal de tu servidor de conexión, en la de la consola, en los monitores que regulaban el soporte vital del perro que yace sin vida sobre la camilla, en las pantallas de los osciloscopios y hasta en el televisor aparece la misma imagen. Mejor dicho, el mismo texto. Un mensaje con fondo negro y letras amarillo verdosas. Todas con la misma tipografía obsoleta forman palabras y oraciones. Más bien versos que permanecen en pantalla como un epitafio múltiple frente a tu cadáver en la silla.
 

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.


Aunque estuvieras vivo no sabrías qué significa. Demasiado tiempo leyendo libros de cibernética, ingeniería de máquinas y mecánica aplicada. Afuera el sol ilumina y calienta la ciudad. Los himnos llenan la atmósfera, los pasos de las armaduras corporales de la guardia del Sepulcro retumban en las calles recién asfaltadas. La tumba del Santo Guerrillero vuelve a llenarse de fieles mientras un ayatola de la guerrilla lee el primer versículo de un discurso del Che y comienza a hablar sobre el respeto a los mayores.

 

 

 

Erick Mota es licenciado en Física por la Universidad de La Habana y cuenta en su haber con un curso de técnicas narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Con motivo de la publicación de su primer libro Bajo Presión (Editorial Gente Nueva, 2007), gana el certamen literario La Edad de Oro de Ciencia Ficción para jóvenes. Muchas de sus historias aparecerán recogidas en diversas antologías y publicaciones. En 2010 publica en Casa Editora Abril un recopilatorio de cuentos, Algunos recuerdos que valen la pena. La Habana Underguater -como colección de relatos- sale a la luz ese mismo año en la editorial Atom Press, para posteriormente publicarse como novela con el mismo título. Erick ha sido reconocido con el premio TauZero de Novela Corta de Fantasía y Ciencia Ficción ( Chile, 2008) y Calendario de Ciencia Ficción (Cuba, 2009). Su relato "Memorias de un país zombi" ha aparecido en España en Terra Nova: la Antología de Ciencia Ficción Contemporánea de la editorial Sportula.

 

Para saber más de Erick Mota recomendamos leer la entrevista que Cristina Jurado le hizo en su blog Más ficción que ciencia http://masficcionqueciencia.com/2013/06/13/erick-mota-ucronia-con-sabor-cubano/