Twitter Facebook
Entrar o Registrarse
desc

Si no tienes cuenta Regístrate.

Mobi Epub Pdf  

Perdiendo forma humana

Da Silva, José Manuel

No quiero salir más.

Éste era el único susurro pulmonar más profundo que su pena, reverberaba en la cueva y en la mente de la bestia.

Pero desde siempre el hambre obligó más que la nobleza o la vergüenza.

Afuera lo único que espera es el frío de una profecía húmeda y carnal que se levanta del barro.

La tierra solo tolera la sangre para lograr la emulsión perfecta.

Es una cuestión de dignidad.

Las pocas veces en que no puede evitar recordar cuando empezó todo, (el siniestro colegio protestante para futuros líderes), se lamenta.

Si esto hubiera sido una jungla sería mucho más fácil. El calor sofoca el cerebro  apenas lo suficiente como para que todo pase más rápido en la instantánea inmóvil. Es preferible un río turbio para no ver la piedra que te desinfle de tu último aliento.

Era un hijo de sirvientes, o al menos eso pensaba, porque nunca vio que sus pupilas se encendieran de desprecio en un manierismo descuidado  Suplicaba en un éxtasis místico por una naturaleza carnívora, pero Canis Lupus el Inmortal, jamás respondía. Solo un despojado de pura raza, puede lograr la transmutación de una gran obsesión en un placer sensual.

Ay mi angelito desplumado! Si solo hubiese sido tu decisión.

Pero para que volver a ese lacrimógeno berrinche porcino. Lo tentaron una y mil veces con fulgurantes manzanas agusanadas. Una y mil veces el tacto de su lengua se estremeció al sentir las espasmódicas contorsiones.

Emboscadas terribles y juegos de saña inocente solo para pasar el rato, la diversión de los idiotas invariablemente arroja víctimas reciclables.

Es más cómodo así, no hay que buscar.

El rumor que corría lo explicaba todo muy fácilmente, pero como todo lo que se explica fácil, no es ni siquiera mentira.

El toro con el lomo embebido en ése bálsamo de sangre y sudor, con las banderillas hurgándole las vértebras, ve su oreja desde lejos en los ojos del matador. Huele la espada detrás de la capa; y arremete.

Soñaba con mujercitas tan dulces, que no tenerlas dolía demasiado, rubiecitas de braguitas blancas que jamás querían darle la mano. Despertaba y solo podía rapiñar un segundo del olor de su pelo que rasgaba su paso a través de los tejidos

La imaginación y el anhelo  nos hizo humanos pero el olfato nos recuerda de donde venimos. Espera siempre a la salida y nos factura la más cara materia prima del placer. Los roces fueron cada vez más filosos, los choques más funestos y seguidos. Por eso apagó las luces; no las volvió a prender más. Si acorazaba el frente podía chocar, seguir, chocar, seguir.

No estaba dispuesto a perder otro pedazo por fijarse en quien venía. Era algo un poco más nítido que un sueño, era uno de esos autos de rally embarrado, resquebrajado, cascoteado, corriendo a más de 200 por hora. Sentía cada piedra cada derrapada que me laceraba los guardabarros. El hocico delantero destrozado y otra curva más a 250 por hora, sin saber donde esta la meta. ,sin saber si hay meta, una y otra curva más perdiendo los pedazos, y acelerando más, perdiendo más pedazos contra los murallones de piedra en las curvas cerradas.

La lluvia contra el parabrisas astillado embarrándome los ojos de vidrio y acelero, no sé dónde está la meta, no sé si hay meta y acelero. El día no llega, no sé si hay día. Y otro murallón de piedra, otra curva cerrada, otro pedazo menos, y acelero.

Pero como toda pesadilla termina. Aunque solo sea para que empiece otra.

Lo que se aprende es que nadie juega limpio, y no es de gran ayuda porque desde hacía tiempo no importaba si fueran besos inocentes o abrazos apretados el rabillo del ojo debe encontrar el brillo de la daga.

Así fue que nació el hijo de Canis Lupus el Inmortal, una ovejita negra que le tomó el gusto a la carne. Nadie lo mandó salvar nada y su nacimiento no fue una buena noticia, solamente pasó desapercibida, como la mayoría.

Era todo unas en soportar impávido las desdichas ajenas, de vez en cuando amenizaba con un lengüetazo ácido para apasionar a la piara. Podía estar deshecho hasta las migas pero siempre se calzaba el maquillaje de piraña, era su mejor camaleón para brillar en medio de la blanca oscuridad de las luces que lo reclamaban.

Reclutó el fanatismo de admiradores alquilados y cuando se terminó hizo del vacío una virtud de discreción. Antes de que le llegara el momento, sus 15 segundos de fama ya le costaban una vida, diariamente.

Igualmente se escapó hacia los pantanos de la electricidad, los traidores de viejas ciegas, hermosas víctimas idiotas, pústulas de mercachifles, son solamente la grasa condensada en la superficie de ese ensopado sin cocinero que lo revuelva.

Como siempre, la superficie es donde el calor llega por último, sin embargo tanto la lentitud como el hundimiento son inexorables.

Cuando se tiene el agua por la garganta las épocas de letargo mediocre son los viejos buenos tiempos.

El espejo le mostraba un dandy marginal y siniestro, rey del culo del mundo. Guapeaba de lejos y en diferido, la única manera en que lo otros son menos fieros.

Así corrió de negros funestos y arios engreídos, pero lejos, después que dejaba de esnifar aire como enloquecido, caía en la cuenta de que todo fue para no caer tan bajo.

Su cerebro corrió a una velocidad que carbonizaba carrocerías persiguiendo glorias fatales y mujeres que se materializaban desde sus sueños. Su corazoncito amoratado fue rechazado por las menos crueles del club de mantis. Cada intento era una odisea pero de las que no se escriben porque empiezan en poco y terminan en nada.

Las olas lo revolcaban, tragaba agua, masticaba arena, y de vuelta jadeando en la orilla.

En una de las peores mareas lo rescató un cuerpo tibio y desconfiado. Una amazona con ámbar incendiado en los ojos, que juró patear el tablero antes de que la embaucaran en otra partida. Había amado a enanos siniestros que la hicieron enfermar hasta que supuró una naturaleza de escorpión para sobrevivir.

Está fue la primera y única vez en que apostó todo su corazoncito amoratado, no porque no lo hubiera querido hacer antes, sino que jamás le habían aceptado tan poco para entrar en el juego.

Quiso ser la única rana que cruzara al escorpión en su lomo al otro lado del océano. El único riesgo era un aguijonazo en la nuca en medio de la nada húmeda.

Con pasos de gigante se dejo llevar con ella en la primera marea que subió. Ese viaje fue como casi  todos, varios rounds de amor de ternura violenta, lenguas filosas que se blandían a primera sangre, golpes bajos que venían de afuera pero lastimaban igual, y el uppercut fatal de tener grandes esperanzas.

No había ninguna razón para que esta fuera la excepción, y por lo tanto no lo fue.

Un día como cualquiera, pero jamás de forma sorpresiva vio la sombra del aguijón que se elevaba y sintió como rompía su piel tiernamente, empezaron a ahogarse, ella en el agua de sus fantasmas más viejos y temidos, él en el sueño de la ponzoña.

El sol lo despertó en la orilla de una pensión sucia de paredes mohosas y descascaradas. Se rodeó de fetiches malditos que atrajeron a los peores pedazos de almas del lugar. Muy pronto quiso jugar el juego nuevamente, en realidad muy pronto quiso ganar el juego como fuera. Pero ahora ya no apostaba, no porque no se lo exigieran sino porque no le quedaba más nada que no estuviera roto y podrido. Sin embargo exigía en todo momento el servilismo de una pobre puta hambrienta.

Con las mangas pesadas de ases convirtió aniñas dulces en alimañas traicioneras.

Destruir la belleza inocente era lo único que le calmaba, al menos por un rato, pero ese botín escaso le consumió hasta los huesos y le llenó de asco el hueco del pecho.

Solo quedaba una salida, hacer que los primeros traidores se retorcieran más que él.

Todos aquellos pichones de líderes cuyas torturas habían forjado su inteligencia, y por suerte un par de veloces sienes chamuscadas era lo único que se habían salvado de ése malambo de gillette.

Excavando en su pena construyó la lista mentalmente, pero fue inevitable que cualquiera que fuese el orden que le diera a esa cruzada de limpieza su nombre la terminaba.

Por primera vez todo tuvo sentido, el orden y la tranquilidad lavarían la mierda que lo embarraba todo.

Eligió el instrumento de la salvación del mundo, un cuchillo corto de destripar pescado, quería sentir la tibia humedad de la vida corriéndole entre los dedos. Eso despertaría su pasión primitiva y le inyectaría la fuerza necesaria para llegar al final.

Fue bastante fácil encontrar al primero, era uno de los que había mamado el adoctrinamiento y lo había disfrutado, abogado lujurioso fabricante de leyes menores. Con sus influencias sacaba y ponía gente de donde fuera, puestos públicos, cárceles, morgues.

Pero su mayor diversión era cobrarles en carne a las mujeres más pobres. Lo único que debían aceptar para obtener lo poco que pedían era aceptar ser sorprendidas. Al principio era fácil porque les dejaba el tiempo prudencial como para olvidarse del asunto y cometer el peor error, no tomarlo en serio. Cuando llegaba el momento jamás podían fingir, las convertía en una masa hinchada y bamboleante. Nunca llegó a ser tan violento como para que no supieran que les había pasado. Cada vez que eyaculaba sobre un rostro magullado y marcado por la costura de los guantes de napa italiana se excitaba más, su pasión lo agitaba casi al borde del desorden.

Aunque tenía sus preferidas guardaba fotos de todas, las sacaba justo después despedirse recordándoles que un trato es un trato.

Como dije fue fácil encontrarlo, después de visitar a una de sus dóciles amadas involuntarias se sentía poderoso y despedía a la seguridad.

El cuchillo entró apenas por debajo del ombligo y viajó delicadamente hasta el esternón.

Derramó frente a sus pies tripas y lagrimas, no sé que lo desconcertó más si la sorpresa de verme frente a su armario de fotos o el brillo nauseabundo de su vientre voluminoso regado por la alfombra. Puso la misma cara que yo cuando me dejó sin pantalones frente a la multitud que en el colegio esperaba que recitara una sentida poesía, sintió sobre sí mismo los ojos vacuno que carcajeaban embobecidos.

Me metí en la piscina que había afuera, flotaba con el agua tapándome los oídos y probé la tranquilidad que prometía el final de ésta misión.

Desde ése momento Canis Lupus me adoptó como su bastardo preferido hasta que el orden volviera a reinar.

Fue un golpe fácil y delicioso, no hubo pena ni gloria, solo placer.

Pero sabía que el gran lobo que reina bajo los cielos, donde todo es más real, exigiría sacrificios cada vez más grandes. Y así fue, el lobo exigió el cuerpo y el alma de la niña más bonita de la clase. La que había logrado lo mejor de mi en la época de la resistencia. Pero obedecí como perro manso. Era una de esas que logró ser desheredada por amar al hombre inadecuado, vivía en un ranchito prolijo, lo máximo que la caridad de sus padres había auspiciado.

Cuando la volví a ver por primera vez todavía se le estaba deshinchando el último moretón que su amor prohibido le había regalado de aniversario por protestar. Entrar en la casa fue lo único fácil de toda esa faena. Los cuatro niños gritaban demasiado y los dormí para siempre como acto de redención. Sé muy bien que jamás voy a ser una bella luz como Luzbel el predilecto, pero al menos el corte fue limpio y rápido en la yugular. Sus ojos sonrieron en una mueca de agradecimiento. Jamás lamentó no ser una devota de los pechitos de oro, al menos en los segundos que duró su último jadeo.

Esos tipitos dorados no eran para ella, era demasiado para presumir en la competencia de superpoderes heredados. El infierno solo fue soportable cuando llegó el tentador de la suerte que ella había auspiciado por tanto tiempo, pero ya no más. Fue una pequeña punzada limpia y rápida a la base del cráneo eso lo tranquilizo bastante, pero no lo suficiente como para arrancarle la mueca de desesperación y protesta, después un corte limpio y rápido a la yugular, que lo mantuvo en vela hasta muy entrada la madrugada.

El placer es lo que buscamos y así veneramos a Canis Lupus, pero ya no más, no llegué hasta este punto para caerle en gracia a nadie, ni para ser amparado por nadie. Aunque exija hasta mi insolencia en tributo, me voy a robar su fe, aunque termine como cordero de matadero muerto por manos torpes, me voy a robar su fe.

Ya no más.

La próxima fue la arpía que simulo morir de amor, para complacer a los mejores de los más siniestros gorilas torpes del barril, los que navegan con la bandera trucha de ocasión y se excitan con las desgracias de lo demás.

El sacrificio de la belleza que en un tiempo fue todo mi tesoro, fue demasiado, agarré al lobo por el hocico sople las brazas de sus sienes y avive las llamas de un fuego muerto, que hizo amanecer un día que le echó una puteada a su famosa oscuridad. Así por primera vez el lobo fue presa. Pero la venganza siguió y pasó por encima a esta pobre puta que todavía moría por agradar a las babosas mas ciegas.

Siguió un doctorcito que por dominar un par de técnicas difíciles era el dueño de otorgar la vida y conceder la muerte, aunque me persiguiera un rastro de sangre, la excusa que brotaba a flor de labios, (fue todo por su bien), no merecía morir a manos de los niñitos de oro, se la arrebate antes de que lo lograran, pero asesiné a la belleza, estos tipitos dorados tiene  que pagar el precio más caro, este manipulador de impulsos vitales éste adúltero amante de eros y tanathos pagaría.

Y yo el gourmet de los caldos demasiado salados, ya no tuve miedo de estrangular a la gallina que me diera el sabor  de la vida recién arrancada para condimentar el desayuno de la animalidad.

Ya no siento la lluvia en el lomo y el frío importa menos que el acre de la sangre rancia. Estaba durmiendo, más inmóvil que un muerto. La  corta hoja penetró en el sexto espacio intercostal, y a la hoja la siguió el mango, y al mango las uñas, y a las uñas los dedos. No hubo cambio alguno, no hubo movimiento, no hubo más sonido que el crujido de la vértebra, única y débil protesta de todo su cuerpo contra la intrusión metálica de la gruesa hoja curvada.

La lista iba ganando una respiración asmática y una bradicardia creciente.

Y así continuaron los siguientes, uno tras otro fueron conocidos rostros sin nombres, cada uno más nebuloso que el anterior y cada uno más tedioso y hastiante que el anterior.

Y así fue que el tiempo y la sangre prefirieron las uñas y los dientes al metal frío, pero esa mutación era un placebo inocuo que calmaba el apetito, pero jamás el hambre.

La lista fue acechada, mordida, descuartizada y masticada, uno a uno, cada vez con menos placer y más hambre, cada vez con más miedo y menos venganza. Hasta que la frustración invitó a los perros de guerra a perseguir, a acorralarme.

No tardó en llegar el día en que con sus luces y sus gritos llegaron a la boca de mi cueva, donde me retiraba a rumiar el desprecio.

Sabuesos mercenarios a sueldo de los miedos de la manada, arrinconándome en el fondo más húmedo de la mi cueva.

No quiero salir más.

Éste era el único susurro pulmonar más profundo que su pena, reverberaba en la cueva  y en la mente de la bestia.

Pero desde siempre el hambre obligó más que la nobleza o la vergüenza.

Afuera lo único que espera es el frío de una profecía húmeda y carnal que se levanta del barro.

La tierra solo tolera la sangre para lograr la emulsión perfecta.

Es una cuestión de dignidad.

La luz quemaba cada vez más.

La lluvia entraba helada.

Los primeros golpes del plomo caliente en el pecho me hicieron saber que la lista estaba completa.