Twitter Facebook
Entrar o Registrarse
desc

Si no tienes cuenta Regístrate.

Mobi Epub Pdf  

Sólo lo dioses son eternos

Fernández, Joan Antoni

 

—La rueda de atrás pierde.

    Janus lanzó una imprecación desde la cabina y giró la cabeza. El oficial Lemos tenía razón: en el panel se veía que la presión de uno de los neumáticos había menguado. Tenían que sellar el orificio y añadir nitrógeno, de lo contrario perderían velocidad con la fricción sobre la arena. Y el resto de equipos los seguían de cerca…

    —Hemos de parchear la fuga. Pararemos tras la siguiente duna y que los mecanicoides actúen con rapidez.

    —Si paramos nos adelantarán…

    —Provoquemos un Reto.

    —¿Contra todos a la vez? ¡Nos van a machacar!

    Janus se encogió de hombros y cuadró la mandíbula. Aquélla era su última carrera como capitán del equipo y no pensaba dejarse vencer con tanta facilidad, se había jurado a sí mismo que ganaría. Quería retirarse del circuito con los máximos honores.

    La “Ruta Divina” era una competición deportiva muy exigente, transmitida en vídeo-resumen a todo el Sistema Solar. Consistía en atravesar las arenas de Marte a bordo de vehículos todoterreno, enfrentándose a las inclemencias del planeta y al resto de rivales. La dureza de su recorrido era mítica. Atravesar un entorno hostil y salvaje, con dosis de radioactividad, carente de atmósfera respirable, y con una gravedad inferior a la terrestre. Un terreno donde cualquier fallo significaba la muerte. Varios participantes habían fallecido en ediciones anteriores, era una prueba terrible. Y también la más popular.

    Los siete equipos seleccionados en aquella edición habían partido un día antes de la estación Aurora. Tras una dura carrera acababan de cruzar la gran depresión que, como una enorme cicatriz abierta, dividía en dos el ecuador del planeta. Allí varios vehículos quedaron destrozados y  tuvieron que abandonar.

    Pero su meta se hallaba todavía muy lejos, en pleno centro de la zona Norte. Debían recorrer una gran distancia hasta alcanzar la mítica estación Ares.

    Sólo cuatro todoterreno continuaban activos en la competición. Tras la exigente etapa a través del desierto, únicamente los vehículos de ROBOTIC, ACEROMIX, SAMSONITE y su propia marca PZIFER seguían avanzando. Hacía apenas una hora que ellos iban en cabeza, mostrando poseer uno de los aparatos más veloces y una excelente tripulación.

    El equipo PZIFER estaba formado por cinco aguerridos luchadores, como el veterano piloto Darío, campeón de tres de las anteriores ediciones. Enorme y musculoso, rapado al cero y repleto de cicatrices gloriosas, lucía una barba canosa que subrayaba una mirada dura, casi metálica.

    A su lado estaba la experta copiloto Maya, de estatura media y complexión atlética, pelo castaño y fiera expresión. Sin duda sus manos enormes eran capaces de partir en dos a cualquier hombre. Tenía una belleza fiera que atraía y repelía a un tiempo. Desde luego, nadie en sus cabales osaría meterse con ella.

    En la silla de control, el segundo oficial Lemos manejaba los sensores. Era un tipo curtido en las carreras, bajo pero recio. Se movía con una agilidad extraordinaria y parecía capaz de cualquier cosa. Tenía el cabello rubio cortado a cepillo y observaba todo con ojos despiertos, sin perder el más mínimo detalle.

    Por último, sentada a su lado, se hallaba la ingeniero Dánae. Era una mujer delgada, de formas esbeltas, cabello corto y piel morena, que no parecía ser muy amante de la broma. En aquellos instantes miraba la pantalla principal con expresión ceñuda.

    Y claro, dirigiéndolos a todos estaba él mismo. Janus el Capitán, el último deportista en activo de la mítica generación de los Divinos. Dos veces campeón de la Travesía Solar, Casco Rojo en el Tour de Saturno, vencedor del duro Sendero del Cometa y ganador en cuatro ediciones de la Vuelta Lunar. Un currículo impresionante que lo catalogaba como uno de los mejores deportistas espaciales, ídolo de millones de seres humanos, ya fueran terranos, selenitas o marcianos. Una figura anhelada por todas las marcas patrocinadoras, capaces de pagarle verdaderas fortunas para que formara parte de alguno de sus equipos.

    Pero el tiempo no perdonaba a nadie, ni siquiera a él. Janus sabía, notaba que había llegado su hora. Los músculos flácidos y el pelo canoso así lo indicaban. Sin duda aquélla iba a ser su última gran carrera. Después le alcanzaría el declive, el inevitable olvido.

    Ya antes había sucedido a otros compañeros. El gran Flavio, toda una celebridad en el circuito, desapareció del imaginario colectivo con rapidez. Tras sufrir un trágico accidente tuvo que abandonar la competición. Se rumoreaba que su pasión por las apuestas lo había dejado arruinado, teniendo que ganarse la vida limpiando naves en los hangares del espacio-puerto. ¿Habría caído tan bajo? Y también estaba Protus el Magnífico, ídolo de su juventud y el primer capitán que tuvo en sus inicios. El pobre no supo adaptarse a su retiro y se lanzó a una vida desenfrenada. Al final acabó suicidándose, estrellando su biplaza electomagnético contra el domo de la mansión lunar donde vivía su antigua esposa.

    Sí, la vida resultaba muy dura con los antiguos deportistas de élite. En aquella sociedad de masas los ídolos caídos no tenían lugar.

    Sólo los dioses triunfaban.

 

—Ahí vienen.

    El aviso de Lemos los cogió preparados. Apenas minutos antes se habían detenido tras una enorme duna para descender del vehículo, embutidos en trajes espaciales de recio tejido aislante. Al tiempo, de la escotilla en uno de los laterales del aparato había surgido un escuadrón de mecanicoides, zumbando como un enjambre, los cuales se lanzaron hacia la rueda afectada para repararla.

    Janus no perdió el tiempo. Había ordenado a su equipo que se abrieran en abanico, ocupando la mayor extensión posible de terreno. Iban a provocar un Reto, obligar al resto de naves a detenerse frente a ellos para entablar una pugna por la posición. El ganador del combate, quien inmovilizara por completo a sus oponentes, sería el primero en partir con cinco minutos de ventaja sobre los demás equipos. O podía eliminarlos incapacitando sus vehículos, lo cual resultaba difícil al ser tres los equipos retados. Pero había que intentarlo. Mejor eso que verse adelantados mientras efectuaban las reparaciones en la nave.

    —¡RETO, RETO, RETO!

    Voces chillonas con acento metálico atronaron desde el cielo. Janus alzó la cabeza y contempló a través de la visera el revoloteo de una bandada de diminutos drones, cuyas cámaras registraban la carrera para transmitirla a todo el sistema solar por plasma-visión. Eran récord de audiencia, lo sabía. Sonrió satisfecho. Seguía siendo el mejor.

    En ese instante, como vomitado por la duna que tenían enfrente, un rover salió volando desde la nada y surcó el firmamento para caer a pocos metros de ellos. El rugido del motor, a pesar de estar atemperado por la tenue gravedad del planeta, llegó nítido hasta ellos. Se trataba del equipo SAMSONITE, el más nuevo de todos. Janus sonrió complacido, no creía que resultaran difíciles de vencer.

    —¡Os desafío a un partido de Plasma Ball!

    El vehículo frenó en seco, acallando el motor. Tras unos instantes de tensa espera, la escotilla lateral se abrió con un chasquido y varias personas fueron saliendo al exterior. Todos lucían trajes abultados que deformaban sus figuras, haciéndolos irreconocibles. Lo mismo podían ser seres humanos que otro tipo de raza antropomorfa. Pero eso resultaba imposible. La Humanidad no había encontrado otras formas de vida en el Universo.

    —¡Plasma Ball! —aceptó una de las figuras, la que parecía más voluminosa.

    Los recién llegados se separaron también. Eran cinco, como ellos, y se repartieron para enfrentarse cada uno a un miembro del equipo PZIFER. El que acababa de hablar se situó ante Janus y abrió los brazos en un claro mensaje de desafío.

    —Cuando quieras, perdedor. Os vamos a dar una paliza.

    Janus enseñó los dientes a pesar de que aquel gesto era imposible de ver por el otro.

    —¡Ahora! —rugió con rabia, echándose hacia atrás.

    Un chisporroteo de rayos azulados surgió bajo los pies de todos sus compañeros, impactando de pleno en los contrincantes. Estos fueron alcanzados por sorpresa, pues no habían esperado que atacaran a todos a la vez, gastando la energía en un único golpe conjunto. Los miembros del equipo contrario cayeron rodando por el suelo, como enormes pelotas de goma, a la vez que sus trajes despedían un humo negro.

    Janus aulló de alegría y apretó el mando de su brazalete. El cañón frontal de su vehículo respondió a la orden y lanzó una descarga de energía. La bola de plasma surcó veloz el aire y dio de lleno en el morro de la nave oponente. Una pequeña explosión indicó que habían hecho saltar los componentes eléctricos de control.

    En enfrentamiento había sido muy rápido. En apenas un minuto habían dejado inutilizado al equipo rival, y tan sólo mediante un único movimiento. La jugada había sido arriesgada, pero estaba permitida en el reglamento. Todo un KO técnico digno del mejor manual. ¡Habían demostrado ser los mejores!

    Un nuevo rugido de motores hizo que se giraran hacia la izquierda. Otro vehículo, negro y brillante, acababa de hacer su aparición sorteando la duna por un lateral. El equipo ACEROMIX irrumpía en la pista de juego.

    —¡Reto, reto! ¡Plasma Ball! —Janus alzó las manos, desgañitándose a través del altavoz de su traje.

    El todoterreno frenó con un chirrido agudo y se detuvo ladeado, evitando encarar el morro hacia ellos. Janus dejó escapar una risita, aquellos tipos no eran unos novatos como sus anteriores rivales. Estaban tomando precauciones.

    La compuerta se abrió con brusquedad y sus cinco tripulantes bajaron al terreno. Vestían armaduras deslumbrantes que lanzaban destellos azulados bajo el tenue sol de Marte. Se movieron con celeridad y en pocos segundos habían rodeado a sus contrincantes.

    —Aceptamos el reto —la voz del más alto de ellos llegó nítida a los auriculares de Janus.

    Esta vez fueron los rivales quienes atacaron primero. Uno de ellos alzó la mano abierta y mostró una protuberancia dorada en el centro de la palma. De allí brotó una descarga eléctrica contra Darío, pero éste permanecía atento y no se dejó sorprender. Había ido avanzando hasta colocarse cerca de uno de los miembros del equipo vencido, el cual yacía inerme en el suelo. Así que cuando el veterano piloto se movió como una centella, saltando a un lado, fue el jugador derribado quien recibió el impacto energético.

    Darío aprovechó la confusión para lanzarse contra su oponente y derribarlo con el peso de su propio cuerpo. Ambos cayeron abrazados sobre la arena y rodaron cuesta abajo, alejándose del grupo.

    Mientras tanto, Maya aprovechó el desconcierto general para saltar contra otro de los rivales. Éste respondió de forma instintiva y disparó veloz contra ella, alcanzándola en el aire. La mujer se retorció de dolor, pero su impulso inicial hizo que en su caída chocara contra el otro, derribándolo. Una nueva descarga surgió entre ellos y ambos quedaron quietos, inermes por la sacudida.

    —¡Ahora! —gritó Janus de nuevo— ¡Movimiento muelle!

    Entonces Lemos y Dánae corrieron hacia él en zigzag, esquivando los disparos de sus oponentes. El capitán también se lanzó en volandas hacia ellos, propulsándose como si se arrojara de cabeza a una piscina. La menor gravedad de Marte le permitió efectuar un salto prodigioso. Voló varios metros hasta caer en los brazos abiertos de sus compañeros. Estos le estaban esperando y flexionaron los músculos hasta casi tocar el suelo. Luego saltaron con rabia, lanzándolo hacia arriba como si fuera una gigantesca pelota.

    Janus se sintió ascender a gran velocidad y contempló el panorama a sus pies. La nave de los adversarios mostraba su morro ladeado, apenas era perceptible la diana donde él debía acertar. Era un disparo difícil, pero en su dilatada carrera deportiva había efectuado otros más complicados. No se lo pensó y actuó de forma refleja, hija de un largo entrenamiento.

    La pequeña bola de energía brotó de sus manos y surcó el firmamento en un seco chasquido. Justo en el centro, un disparo perfecto. La detonación indicó que había conseguido su tiro. El equipo ACEROMIX había quedado eliminado.

    —¡Sí! —gritó Janus exultante mientras caía al suelo y se alzaba veloz.

    Los trajes metálicos de sus rivales habían quedado rígidos, impidiendo cualquier tipo de movimiento una vez derrotados. Lemos y Dánae se acercaron veloces con los brazos alzados en señal de triunfo. Un poco más apartado, un renqueante Darío avanzaba con torpeza hacia ellos. En cambio Maya no se movió, había sido abatida y su traje estaba rígido. Una baja para el equipo.

    —¿Dónde está el resto? —preguntó Dánae, moviendo la cabeza para mirar a su alrededor—. Falta un equipo.

    —El rover de ROBOTIC —comentó Lemos con voz neutra—. Son los peores.

    Janus lanzó un juramento y observó los mandos de la pantalla táctil en su antebrazo.

    —¡Se han desviado! ¡Los malditos nos han esquivado! Al detectar que nos parábamos se imaginarían que íbamos a retarlos y han rodeado esta zona. ¡Ahora van en cabeza!

    —Nos han ganado —Lemos se dejó caer abatido y se sentó en el suelo.

    —¡Y una mierda!

    El capitán echó a correr hacia su vehículo rechinando los dientes. Tan cerca de la meta no iba a dejarse vencer así, de una forma tan fácil. Aquélla era su carrera de despedida y él era el último exponente de la más gloriosa generación de deportistas, los Divinos.

    Sólo los dioses triunfaban.

 

Las manos le sudaban dentro de los guantes. No se había quitado el traje y pilotaba la nave a velocidad máxima, apretando los mandos con rabia. El motor rugía a plena potencia, las luces parpadeaban y las juntas de la cabina gruñían por el esfuerzo. El vehículo se agitaba de forma convulsa, sacudiendo a sus tripulantes como peleles mientras saltaba sobre el terreno, aplastando piedras y levantando una densa polvareda.

    Dánae se hallaba sentada a su lado, callada y con el rostro ceniciento. Detrás de ellos, Lemos se pasaba una mano temblorosa por el rostro, intentando apartar el copioso sudor que le resbalaba por la frente. Habían marchado dejando atrás a Darío y a Maya, quienes serían recogidos por el cuerpo de seguridad de la carrera, junto a los componentes de los equipos derrotados. Janus no había querido esperar, incluso muchos mecanicoides fueron aplastados por la misma rueda que habían ayudado a reparar. Al capitán todo le daba igual, tan sólo deseaba alcanzar a los de ROBOTIC y adelantarlos.

    —¡Ahí están!

    En efecto, una nube de polvo que se hacía mayor por momentos indicaba que se estaban acercando a sus rivales.

    —Vamos a sacarlos de la carrera! ¡Embistámoslos!

    —¿Te has vuelto loco? —Lemos gritó, tratando de incorporarse a pesar del traqueteo.

    —Estamos en nuestro derecho, lo dice el Reglamento. Ellos han rehuido un Reto, así que ahora podemos embestirlos.

    Los dos vehículos ya estaban muy cerca el uno del otro. Apenas estaban separados por unos pocos metros cuando una explosión sacudió la cabina de mando de los perseguidores, zarandeando a sus tres ocupantes.

    —¡Nos han lanzado una bola de energía! ¡Casi nos da de pleno!

    Janus aulló de rabia y se concentró en el panel de mando. Tras mover el cursor en la pantalla con sumo cuidado, disparó a su vez. Una descarga surgió del morro de su nave y alcanzó la turbina trasera del vehículo oponente, haciendo saltar uno de sus motores.

    —¡Alcanzado de lleno!

    El rover de ROBOTIC zigzagueó sobre la arena, derrapando mientras un humo ocre salía del motor destrozado. Pero Janus no disminuyó la marcha de su propio vehículo y embistió con fuerza al lateral intacto del otro, apartándolo con violencia de su camino.

    Los tres tripulantes saltaron sobre sus asientos debido al impacto, pero Janus sujetó los mandos con rabia y obligó a la máquina a seguir hacia delante, dejando atrás a su oponente.

    —¡Qué locura! —exclamó lívida Dánae, asiéndose a su asiento con desesperación.

    —¡Vamos a ganar! —gritó Janus exultante.

    —¡Tienes que parar! —suplicó ella mirando hacia atrás—. Lemos se ha dado un golpe en la cabeza. Mira, no se mueve y está sangrando mucho. Además, la cubierta aislante del motor se ha resquebrajado, Resulta peligroso continuar a bordo.

    El capitán lanzó un exabrupto y apenas se giró un instante para contemplar el cuerpo caído de su compañero.

    —Voy a aminorar la marcha. Coge a Lemos y salta en la siguiente duna. Activa el GPS de emergencia y los equipos de rescate se encargarán de vosotros.

    —Pero…

    —¡Haz lo que te digo! ¡Voy a ganar esta jodida carrera y nadie me lo va a impedir!

    La mujer no rechistó, comprendiendo que sería inútil insistir. Su capitán estaba pletórico, se sentía como un dios.

 

Minutos más tarde Janus contempló por el retrovisor las dos figuras humanas tendidas en el suelo, haciéndose pequeñas por momentos. Con una mueca, volvió a concentrarse en el camino y apretó el acelerador a tope, haciendo rugir el motor del vehículo. Se había quedado solo, pero no importaba. Si llegaba a la meta dentro del tiempo estipulado, sería declarado el ganador de la carrera.

    Demostraría a la humanidad entera que él seguía siendo el mejor. Su gesta quedaría inscrita con letras de oro en los anales del deporte espacial. Nadie había ganado tantas competiciones como él. Era el mejor deportista de todos los tiempos.

    Casi un dios.

    Entonces el panel de mando comenzó a pitar con insistencia. ¿Qué había dicho Dánae sobre el motor? Un fallo en la cubierta aislante… El torio que daba energía a la turbina era muy potente pero en extremo contaminante. Si no estaba bien aislado, él podía recibir una dosis radioactiva mortal. No podía estar expuesto durante tanto tiempo.

    Y faltaban unas dos horas para alcanzar la meta.

    Si se detenía allí, si abandonaba, la carrera sería declarada nula, no habría ganador.

    Sería un fracaso en su palmarés.

    Janus tragó saliva y se concentró en dirigir la nave a través de la arena. No, no se iba a detener por nada ni nadie. Seguiría adelante, hasta el final, aunque ello le costara la vida. Iba a conquistar la gloria.

    No quería abandonar la competición y que su nombre fuera uno de tantos. Iba a ganar, a pervivir para siempre en la memoria de la humanidad. Ser uno de los Divinos, formar parte de la élite sagrada.

    Sólo los dioses son eternos.

 

Joan Antoni Fernández nació en Barcelona el año 1957 y actualmente vive en Argentona. Escritor desde su más tierna infancia ha ido pasando desde ensuciar paredes hasta pergeñar novelas en una progresión ascendente que parece no tener fin. Ha sido ganador de premios fallidos como el ASCII o el Terra Ignota, que fenecieron sin que el pobre hombre viera un duro. Inasequible al desaliento, ha quedado finalista de premios como el Ignotus, UPC, Alberto Magno, Espiral, El Melocotón Mecánico y Manuel de Pedrolo, que incluso llegó a ganar. Ha publicado relatos y artículos en Ciberpaís, Nexus, A Quien Corresponda, La Plaga, Maelström, Valis, Dark Star, Pulp Magazine, Nitecuento y Gigamesh, así como en las webs NGC y BEMOnLine. Que la mayoría de estas publicaciones hayan cerrado es una simple coincidencia... según su abogado. También ha sido colaborador habitual en todo tipo de antologías, aunque sean de Star Trek ("Últimas Fronteras II"). Hasta la fecha ha publicado siete libros: "Reflejo en el agua"(finalista UPC e Ignotus), "Policía Sideral", "Vacío Imperfecto", “La mirada del abismo”, “Esencia divina”, “Democracia cibernética” y a em="" mentes="" vuestras="">finalista Ignotus). Su madre piensa que escribe bien, su familia y amigos piensan que sólo escribe y él ni siquiera piensa.a>