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Sólo sabemos que estamos aquí

Eguren, Carlos J.

 

Cliff no era un gran hombre, pero había conseguido a una gran mujer. Nadie sabe dónde está escrito, pero el hecho de que una persona mezquina logre a alguien mejor que él parece una regla universal e irrompible. A veces se puede pensar que se mejoran entre sí, pero en la mayoría de los casos, sólo se empeoran o se destrozan hasta quedar reducidos a cenizas.

Por motivos así, Lena había terminado llegando a la casa de él en un día de invierno, tras una ventisca. Sin casi conocerse, Cliff decidió que ella era la mujer que su vida.

A la noche siguiente, practicaron sexo.

Una semana después, ella vivía en la casa.

Dos semanas más tarde, ella lavaba la vieja ropa sucia de él.

Para Cliff, ambos eran felices.

¿Cómo no si Lena era como era? Ella tenía un gesto de eterna sonrisa en su rostro, felicidad que significaba todo para Cliff. Nunca protestaba ni decía nada fuera de lugar, simplemente allí estaba, desde que apareció, tras la ventisca. Su piel era pálida como los copos que la adornaron, sus labios relucientes y su cuerpo perfecto, rematado por aquellas largas y sugerentes piernas. ¡Cliff se sentía tan dichoso!

Porque Cliff era un hombre con aspecto enfermizo, mejillas hundidas y ojos saltones que apenas se veían cuando su grasiento pelo caía sobre su rostro. Siempre realzaba todo eso llevando cada mañana una camisa agujereada y sucia junto a unos vaqueros roídos, mientras iba de camino a la oficina de Futuriblex donde trabajaba como uno de sus creativos cerebros.

Cliff y Lena eran una pareja extraña, pero en los últimos años el amor se había desarrollado de aquella manera en todo el mundo. Todos sabían porqué, pero preferían guardarse aquella especie de misterio, como si fuera un oscuro secreto de la familia. Por tanto, no era raro ver a una mujer deslumbrante con un tipo horrible o ver a un hombre perfecto con una dama que dejaba mucho que desear; poco importaba cómo fueras, alguien mejor te esperaba ahí fuera. Un mensaje bonito que las artes y el mundo habían intentado desarrollar durante toda la historia de la humanidad, aunque se había quedado como mucho en los finales felices de los cuentos de hadas. Si bien el amor era un sentimiento complicado de entender, en aquella época se había vuelto aún más arduo e inteligible para alguien que no hubiese seguido los debates, avances e informaciones de los últimos años.

En un mundo así, Cliff había conseguido a alguien pese a su mezquindad. No solo físicamente parecía un sapo que había recibido una descarga eléctrica hasta salir volando y quedarse pudriéndose en un pantano, sino que era además era una persona irrespetuosa, ruin, malhablada, mentirosa, egoísta y arrogante que decidía cada día dar un poco más de significado a cada uno de esos adjetivos. No era de extrañar que él nunca hubiera tenido muchos amigos o que su familia le tratase como un paria. Se había acostumbrado tras años de un sufrimiento que ahora parecían una verdad indeleble más de su existencia, como que tras la noche llegaría la mañana o que dejar de respirar conlleva el desmayo.

Por otra parte, Lena era claramente un ángel, pero para cualquier espectador cercano, simplemente un milagro. Una mujer de veinte años que decidía dejarse consumir por un hombre de treinta y pocos cuya idea del romanticismo era follar como una máquina rota y con la misma pasión que un bostezo. Ver a Lena junto a Cliff era como verla suicidarse poco a poco, una gota de cianuro cada segundo, una muerte lenta y dolorosa.

Aún así, Cliff llegaba a entender que su vida valía más la pena con Lena. Podía pasear con alguien mientras hablaba de sus logros, sin ir más lejos.

—Los sistemas de regeneración de la piel sintética funcionan porque yo he querido…

Podía llevarla a restaurantes y comportarse como creía que se comportaban los galanes.

—¿Qué va a querer la señorita? —preguntaba el camarero de turno.

—Pues…

—¡Lo mismo que yo! —gritaba Cliff y el camarero obedecía, porque Lena asentía y no perdía aquella sonrisa que parecía casi producto de un ictus.

Podía fardar ante los compañeros de trabajo.

—Tu mujer habrá tenido otro hijo, Phillips, pero vete a la mierda con ella y tu cama mecánica. ¡Mi Lena es mejor!

Podía incluso sentir que alguien le quería.

—¿Podrías abrazarme Lena…? ¿Sí? Bien… Pero antes ráscame la espalda.

Podía tener incluso una felación sin que su espalda amenazase con hacerse añicos, debido a aquel extraño arco que intentaba conseguir para jugar consigo.

Y ella respetaba todo aquello y solo se apartaba para dejarle solo cuando él se lo exigía. Por ejemplo, cuando leía aquel libro en cuya portada había un hombre de barba azul. Ella no se preguntaba nada al respecto. Todo parecía tan normal como querían que pareciese.

Para Cliff, sin duda, eso era lo más cercano que había tenido nunca al amor, si es que conseguía llegar a vislumbrar el complejo margen de las acciones humanas. Aquel hombre había llegado a sentir que volvía a ser feliz tras un tiempo de incertidumbre. Y lo llamamos “tiempo de incertidumbre” por no decir que Cliff Brunetti pensó que cortarse las venas con un CD roto era algo demasiado manido y que debía hacer otra cosa. Fueron días malos que Cliff ahora recordaba como pedazos de cristal quebrado, recogidos en una bolsa de basura que cubría todo como un velo de ensoñación. Se convenció a sí mismo: nunca se había sentido solo, nunca se había sentido abandonado, nunca se había querido suicidar, nunca había pasado nada de aquello. Fin de la historia.

Pero pese a lo que se obligaba a pensar, Cliff se despertaba algunas noches sobresaltado, con pesadillas que hacían que sintiera que iba a escupir el corazón y vomitar las vísceras… Lo único que cambiaba es que tenía a alguien a su lado, una mujer que no dormía para siempre decirle con una voz suave y tranquilizadora:

—Cariño, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?

Y no se puede tener algo más hermoso que eso, aunque no se entienda y para Cliff, cualquier algoritmo era algo más sencillo que una persona. Con el paso del tiempo, él sabía que no estaba mal encaminado en cuanto a ese prejuicio.

Alejados de sus miedos, los meses habían ido pasando y la casa otrora llena de basura y desorden como Cliff, se había convertido en un lugar limpio y claro como Lena. Al antro, ella supuso un soplo de aire fresco que consiguió que el oxígeno dejase de estar viciado. Ella, en resumen, había sido como abrir la puerta de una habitación que solo se había abierto una vez, tras mil siglos, para después de construirla, salir por ella y cerrarla.

Lena coloreó con su blancura la vida de Cliff y él seguía adelante y si entendía algo por agradecimiento era darle una buena palmada en el trasero a Lena antes de irse a trabajar y dejarla lidiando con los platos sucios, el suelo manchado o los calzoncillos acartonados. En ningún momento pensaba que iba a perder a aquella mujer que estaba a su lado. Eso ya no era posible. Ella dependía totalmente de él. Por tal motivo, era feliz cada mañana, tarde y noche.

Lena no parecía quejarse y le agradaba ser una especie de gran mueble de objetos de limpieza. Siempre tenía la sonrisa en sus labios, aunque a veces había un ligero temblor en ellos; una duda nacida en su corazón tras mucho tiempo.

—¿Por qué no puedo limpiar el garaje? —preguntó ella por enésima vez.

—No uso el garaje —contestó Cliff con rapidez, pero visible preocupación—. Está limpio.

—Pero el polvo y la suciedad…

—Cariño, acabo de descargar toda una mierda de día en el váter, ¿por qué no vas a limpiarlo y luego vienes aquí y fornicamos un rato?

Conversaciones así se sucedieron durante la semana y Cliff empezó a mostrarse cada vez más molesto con la reacción de Lena. Y aunque ella se limitaba a limpiar y cocinar para él como siempre, en cada movimiento silencioso, Cliff creía ver desdén y una pregunta: “¿por qué no puedo ir al garaje?”. Él prefería callar.

Fue por esa época cuando Lena durmió. Lo hacía poco, parecía siempre querer estar activa, pero tras una especie de ejercicio torpe, pueril e inerte que solo Cliff hubiera catalogado de “sexo”, él le dijo que durmiera y ella, como siempre, no pudo contradecirle.

Ella cerró los párpados y mantuvo la sonrisa que tenía pegada al rostro. Como Cliff aprendió entonces, una sonrisa eterna, con el tiempo, deja de parecer una sonrisa y uno se pregunta dónde está la sonrisa de verdad. Pero, al final, Cliff disfrutó de verla dormir.

Lo que le sobresaltó fue cuando ella abrió los ojos súbitamente y lo vio encima, sin dejarla moverse, desnudo, y con un artefacto en las manos que bien podía ser… ¿una pequeña sierra? Ella, antes de chillar y asustarse, recibió un golpe.

No recordó nada más.

Cuando despertó al día siguiente, ella preparó el café y las tostadas para Cliff, que le dijo:

—¿Te pasa algo, Lena?

Era la primera vez que él se preocupaba por alguien más que no fuera sí mismo.

—No lo sé… Anoche…

—Estarías soñando…

—Parecía real.

—Estabas soñando —zanjó el tema Cliff antes de abalanzarse sobre la panceta recién frita.

Pero Lena estaba tocada. No sabía si pensar que su amado le había querido hacer algo malo; así que de ahí nació todo lo que vino después. Aunque no tenía huellas de heridas o hematomas y no había vuelto a encontrar la sierra con la que creyó ver a su marido sobre ella, la mujer se preguntaba si había sido real y, en dicho caso, ¿por qué? ¿Por qué quería matarla? ¿No era una buena mujer? ¿No era una excelente y sumisa amante? ¿No era una perfecta ama de casa? Ella nació para esas cosas, por eso apareció en la casa tras la ventisca… Pero ahora se preguntaba cosas simples como porqué veía en la oscuridad y cosas que no sabía si quería responder como porqué el garaje permanecía cerrado para ella.

Mientras la duda crecía en Lena, el arroz quedaba menos cocido, la ducha tenía algún pelo, los muebles portaban algo de polvo, los gemidos fingidos eran más artificiales… Y Lena no pudo esconder aquello en lo que pensaba cada minuto de cada hora de su existencia, desde la pesadilla que ella había considerado bastante real.

Cuando Cliff se dio cuenta, decidió tomárselo con calma y decirle que viniese con él al salón. El informático se sentó en el sofá, se dio unas palmadas en su muslo e indicó así que Lena se sentase sobre él. Ella notó que él apestaba a alcohol. Su sonrisa eterna ya no lo era, parecía perturbada por primera vez. Con la mano derecha, él acariciaba la cintura de Lena para, a veces, llegar a sus pechos y mecer sus pezones como si sus dedos fueran crueles garras. Con la mano izquierda, llevaba la botella de cerveza a sus labios.

—¿Sabes por qué quiero hablar contigo, Lena?

—No lo sé. ¿He hecho algo mal? ¿He hecho algo que deba deba deba deba deba deba deba deba deba deba ser ser ser ser corregido?

Palabras repetidas que sólo fueron una confirmación para Cliff, pero algo que Lena no entendió en ningún instante, como si no se hubiera percatado de lo que pasaba. Él asintió dándose cuenta de que le quedaba poco tiempo y que tenía que intentar su segundo plan ya.

—Lena, antes de que esto vuelva a pasar, me gustaría arreglarlo de una manera diferente a las otras veces.

— ¿Otras veces?

—Lena, escúchame. Quiero ser más humano. Me he encariñado mucho de ti. Limpias bien. Cocinas bien. Follas casi tan bien como yo. Eres una buena mujer, pero quiero arreglar ese fallo que hay en ti. Quiero hacer desaparecer esa duda que te carcome… Y se me ha ocurrido hacerlo como lo hacía mi padre.

Lena se levantó entonces y, de forma automática, se bajó la falda, las bragas y puso su cuerpo arqueado hacia la pared. Cuando Cliff se levantó, fue para darle un manotazo en la cara que la lanzó al suelo.

—¡Mi padre no arreglaba así las cosas conmigo!

Lena se quedó en el suelo, sin reaccionar. Él la obligó a levantarse y vestirse para sentarse de nuevo sobre él.

Como si nada hubiese pasado, Cliff intentó volver a su discurso.

—Mi padre me contaba cuentos cuando algo me iba mal y, créeme, Lena, muchas cosas se arreglaban así. Nunca podré olvidar el que más me impactó. Creo que puede servirte. Trataba sobre unos recién casados. Imagínalos, felices y únicos en el día en que unen sus portentosas eternidades. Ella era joven y había sufrido muchos abusos, por lo que encontrar a un hombre bueno que la salvase de aquella familia que poco la quería era un sueño para ella, mientras que para sus padres y hermanos la fortuna de aquel extraño era más que útil. Y sí, digo extraño porque ella no sabía nada de él y él solo le había dicho que, a cambio, tendría su amor, una gran casa, una nueva vida… ¿Me sigues, Lena? Parece que sí.

››La pobre infeliz ahora ni parecía ser pobre ni ser infeliz gracias a aquel hermoso y virtuoso hombre. La casa de él era un reflejo brillante de su alma y ella se sentía como una princesa de aquel varón cuya única falta, aquello que llamaba siempre la atención, era su extensa barba de color azul. No importaba eso demasiado para ella, porque pronto fijó su mirada en la habitación de arriba, la que siempre permanecía cerrada. Ella quería saber qué secreto guardaba. Su esposo no quería y la advirtió de que nunca la abriese o todo aquel sueño llegaría a su amargo desenlace.

››En ese momento de la historia, como curiosidad, Lena, te diré que siempre pensé porqué ella no decidía ser feliz y dejar de dudar. Su vida hubiera sido perfecta junto a él si hubiera acallado la chispa de curiosidad antes de convertirse en una oleada de calor, una auténtica llamarada. Lena, ¿nos cuesta tanto aceptar la felicidad, acaso?

››Porque como te habrás imaginado, cuando su marido se fue a los puertos a vigilar la llegada de su mercancía de allende de los mares, ella vio su posibilidad de descubrir el secreto de la habitación cerrada. ¿Qué escondería su marido? ¿Libros prohibidos? ¿Riquezas secretas? ¿Restos de su pasado bajo alguna forma impensable?

››Ella se sirvió de ladinas tácticas para conseguir su propósito como robarle la llave del cuarto a su esposo. Nuestra protagonista era inteligente: si limpiaba con tanto esmero la mansión era para desear encontrar la llave de forma casual, pero tuvo que pensar bien para darse cuenta de la verdad. Y aprovechó cuando él se durmió en su lecho con ella, para buscar dentro de la barba de él. Así encontró la llave. Él dejó su barba crecer para esconderla y era azul porque el mal hierro (quizás hecho por hadas) se había desteñido para colorear sus cabellos.

››No importa decir más. Ella estaba sola, pues nunca tuvo servicio (cosa que le extrañó), y tenía la misteriosa llave consigo. Fue a la habitación de arriba y la puso en el cerrojo sin que nadie lo supiera salvo ella. Giró y… ¡El crujido de la puerta fue como el sonido de un pene chocando contra su vagina! Sí, sí. Mi padre, al menos, lo describía así.

›› ¡Qué sorpresa tuvo que llevarse la muchacha cuando vio la verdad! Solo hubo oscuridad, pero no la nada, sino un olor nauseabundo. ¿Has pasado alguna vez cerca de una refinería, Lena? Suelen oler así, al menos recuerdo una en la ciudad donde yo nací y… Da igual, volviendo al relato, lo que te debe importar es que cuando encendió la luz de la estancia, encontró la verdad y eran cientos de pequeños anillos pegados a un líquido maloliente. Todas esas alianzas estaban sobre la sangre y sobre ella solo había algo más: docenas de cuerpos descompuestos, cadáveres que esperaban el sueño de los justos. ¡Qué horror tuvo que sentir entonces! Llegado a este punto, he de ser sincero y pienso: ¿no creyó en ese momento que hubiera sido mejor olvidar la sala cerrada y tener una vida feliz?

››Lo que ella tampoco sabía es que su esposo había sentido cómo le quitaban algo, la llave, y había decidido mentir a su esposa diciéndole que iba al muelle. Él quería tentarla y saber si tras una vida tan hermosa, ella sería tan estúpida de pecar y echar todo por la borda. Pero lo hizo como todas las demás esposas, como todas las otras alianzas que él arrojó cuando se sintió herido por la traición de ellas.

››Y cuando la mujer se dio cuenta que tras ella estaba Barba Azul, su marido, empezó a chillar y rogar clemencia, pero él solo hizo tres cosas: le quitó la llave, la alianza y la arrojó a un lado (al anillo y a ella). Luego cerró la puerta y dejó que la muerte los separase. Ella gritó durante días hasta que finalmente se dio por vencida y él se sintió feliz por vivir tan lejos de seres civilizados. Al final, Barba Azul, que era un romántico, esperó un amor que entendiese el valor de las llaves y de mantener los secretos cerrados tras profundas puertas.

Lena no dijo nada, pero toda aquella noche tuvo ganas de llorar mientras soñaba que se encontraba el garaje lleno de cadáveres.

Durante los siguientes días, Lena pareció volver a ser la de siempre: el jardín estaba bien cuidado, la casa olía a rosas y los polvos eran dignos de ser guardados en los anales de la historia (y quizás valiese la pena el juego de palabras). Cliff pensó que había conseguido reparar a su mujer utilizando algo tan viejo como hablar con ella. Parecía algo sorprendente, pero se había apuntado el tanto. Quizás aquella vez era la definitiva. Ya no dudaba del hecho de que su padre tuviese razón.

Sin embargo, todo era una mentira y de las peores, de esas que la gente decide creerse. Lena seguía asustada, pero lo escondía mejor intentando no caer en los pecados de la mujer de Barba Azul para repetirlos sin más en la realidad. Fue por eso que el detonante de todo lo que pasó al final llegó a ella como suelen llegar estas cosas, de una manera inesperada.

Lena limpiaba el despacho de él, como siempre. En algún momento, tuvo que haber alguna gota que desbordó su mente, porque se le ocurrió sacar brillo concienzudamente a los cajones del escritorio de Cliff y encontró la foto que siempre hallaba y nunca se paraba a mirar. Salvo aquella vez.

En la foto había una mujer alta, piel pálida como la nieve de ventisca, cuerpo de modelo, larga melena, labios relucientes y un rostro feliz adornado con una sonrisa que parecía no caducar. ¿Era una amiga, familiar o amante de Cliff? Lena lo dudó, porque… era ella.

No supo cuándo Cliff tomó una foto suya, pero ella lo sintió como un halago al principio. Se lo imaginaba en su soledad, mientras trabajaba en el despacho, abriendo el cajón y sacando la foto de ella para consolar su pena y hastío, mientras intentaba vencer su trabajo y traer un suelo a casa. Parecía casi hermoso hasta que ella se fijó en la fecha:

Vacaciones de 2014. Santa Cruz de Tenerife.

Algo iba mal. Aunque el tiempo había pasado rápido, ella había aparecido en invierno de aquel año y no había vivido ningunas vacaciones con él y menos de hacía tanto tiempo. No recordaba nada de eso, pero allí estaba. ¿Sería, acaso, una oscura maniobra, un retoque fotográfico para verla enloquecer en un plan enfermizo?

Lena, que había desarrollado en un corto período de tiempo una serie de sentimientos que siempre pensó que era incapaz albergar, sintió una rabia y un dolor unidos a una confusión que la llevaron a ir corriendo hacia el garaje y abrirlo. No tenía llave, por lo que fue fácil de abrir y entonces halló la verdad mientras se cerraba la puerta tras ella.

—Hoy pedí el día libre, aunque pienso trabajar —dijo Cliff. Allí estaba, con su ropa sucia y una sonrisa dolida. En sus manos, la pequeña sierra. A su alrededor, el matadero—. ¿Lo entiendes todo ahora?

Lena no podía. ¿Cómo había tantas manos despedazadas? ¿Y tantas piernas rotas? ¿Por qué tantos trozos que parecían de un maniquí? ¿Y aquellos ojos rodando? ¿Y qué decir de los cabellos falsos o los cuadros eléctricos sin sentido que había por todo el lugar? Vio bajo sus pies una gran mancha de aceite negra por donde flotaban alianzas rotas.

—Las has matado… —susurró Lena y sintió que podía llorar. Él se acercó a algo oculto bajo una manta y ella supo que se asustaría al ver el fruto de un asesinato demente…

Pero solamente encontró una especie de muñeca a escala real y su rostro era idéntico al de ella. Alrededor, ella vio una docena igual. ¿Cómo no se había fijado en que cada una tenía su rostro? A las demás podían faltarles cabellos largos, piel pálida, una mejor cintura, grandes ojos, bonitos pechos… pero siempre tenían algo: la eterna sonrisa.

—No te he matado… No podemos considerarlo vida y, si lo hubiera hecho, fue porque fallabas —dijo Cliff—. Futuriblex me enseñó más de lo que yo les he devuelto. A veces, incluso me sobrepaso al hacerte, incluyo coordenadas de sueño o hago que puedas ver en la oscuridad. En fin, Futuriblex ya está usando estos prototipos para gente exigente, por eso el amor se ha vuelto tan raro. Hemos practicado con un par de aspectos, pero yo prefiero el tuyo para estos seres. Así que… yo solo estoy haciendo pruebas creándote.

—¿Creándome?

—Sí, ¿es tan difícil de creer? ¡He llegado a pensar que yo soy el problema! Todos tus modelos… Te creo perfecta, pero a la larga, todas tus versiones entendéis como soy y falláis. No eres la primera Lena. ¡Muchas se han cansado de mí antes!

Y con la pena más grande, ella preguntó:

—¿Soy… un… robot?

—¿Es tan difícil entender que no haya solución a que no tengas recuerdos del pasado, seas tan perfecta o simplemente me quieras sin tener que aceptar una verdad y es que eres una inteligencia artificial?

Lena cayó de rodillas, se llevó las manos a su rostro y se sintió como la mujer de Barba Azul. Cuando alzó la mirada, Cliff ya estaba a su lado, con la sierra, y una frase inquietante:

—Formatearé tu memoria y te haré más perfecta. Siento decirte que no puedo hacer que no duela.

Ella dio un grito antes de desaparecer, pero él consiguió sacar la memoria en tiempo récord.

Horas después, abrió la puerta del garaje, salió afuera y, con la brisa fría del atardecer, notó algo que le hizo latir el corazón como una sonrisa eterna en los labios de alguien que amaba, aunque ¿y si ahora fallaba él? ¿Y si ya no albergaba amor? ¿Y si nunca lo había sentido? Pero ¿qué era aquello que ya llegaba en el cielo?

Supo la respuesta: se avecinaba ventisca.

“¿Quién es usted para discutir lo que pasa? Aquí estamos. ¿Qué es la vida, de todos modos? ¿Quién decide por qué, para qué o dónde? Sólo sabemos que estamos aquí, vivos otra vez, y no hacemos preguntas”

RAY BRADBURY

 

 

Soy Carlos J. Eguren. Escribo novelas, relatos, guiones, reportajes, microrrelatos… Historias. Adoro las historias y me considero un juntaletras.

En 2011, nació Maverick la Mil Veces Maldita, mi antiheroína steampunk cuyos relatos han aparecido en diferentes publicaciones, hecho del que enorgullezco (de lo contrario, Maverick me volaría la tapa de los sesos). En 2013, quedé finalista en el IX Concurso de Relato Breve de la Universidad de La Laguna con Prisionero de un mundo feliz, suceso del que me alegro bastante al ser una obra de ciencia-ficción.

En otros apartados, he escrito y dirigido el corto No quiero verte ni muerta, el cómic breve ¿Desea actualizar? (El Arca de las Historietas), diferentes relatos para el portal Action Tales, varios cuentos para Ánima Barda y he colaborado con revistas como Axxón o Minatura.

También he publicado en diversos compendios, entre los que destaco Antología Pulp (Dlorean Ediciones) y Qué ha sido eso (ed. Ánima Barda).

A finales de 2015, se publicará mi novela Hollow Hallows tras su paso por las redes sociales de lectura gratuita.

Para más información

https://www.goodreads.com/author/show/7409976.Carlos_J_Eguren />
¡Gracias por leerme! ¡Te debo una historia!