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Tras el naufragio

Vela Rodriguez, Ángel


 


Primera parte



Primera y segunda hora


Poco recuerdo de aquel despertar que compartí con cientos, miles, que como yo fueron arrastrados a un éxodo forzado; el inicio de nuestro vagar por un infierno en el que, tras el exterminio, te hallamos a ti.


Mi primer recuerdo fue el de saberme hacinado, preso de aquella exánime marea de cuerpos con la que luché por desvincularme para alcanzar la orilla. Recuerdo que algo más repuesto percibí que muchos de los supervivientes compartían desconcierto, mientras que el resto se habían puesto en marcha, resueltos a traspasar la gigantesca oquedad que se mostraba ante nosotros, tal vez atraídos por la calidez que el lugar desprendía.


Y al sentir que carecía de opciones me uní a ellos. Supongo que llegar hasta aquí formaba parte de nuestro destino.


 


Tercera y cuarta


Avanzamos como un rebaño, condenados a la impersonalidad y el silencio, y esto hizo que durante el acceso me volviera, aun sabiendo de la ingratitud de lo revelado.


Pude ver cómo, al igual que las profusas descamaciones de una vieja serpiente, dejábamos a nuestro paso una manta de cadáveres que revestía aquel mar interior. Eran los cuerpos de cuantos sucumbían a la larga marcha. En cualquier caso y pese a la magnitud, a nadie parecía importarle.


«¿Acaso no somos hermanos? ¿No venimos de…?», pensé, cayendo en la cuenta de que, más allá de los vestigios de un confinamiento atemporal, era incapaz de recordar nada.


 


Quinta y sexta


Avancé inmerso en la duda y con el sentir de que mi memoria se había secado. Deseé más que nada rememorar otros tiempos. Rescatar, por exiguo que resultase, un instante que confirmara que tuve raíces. Aún espero ese instante, pese a intuir que no llegará. Ahora sé que lo deseaba por su ausencia, y que de poco me serviría en tales circunstancias. Aun así quiero pensar que esa duda hizo que una parte de mí se desvinculase del horror.


Avanzamos para descubrir en el interior que no solo naufragio y fatiga contribuían a nuestro exterminio, puesto que tras recorrer un largo tramo la oquedad misma se manifestaba como una entidad que nos dañaba, que parecía decidida a terminar con tan nutrido grupo de invasores. Al principio su mero contacto nos abrasaba, y no sería hasta haber avanzado un techo que sus paredes comenzaron a aferrar nuestros cuerpos, y vivos o muertos nos absorbía hasta engullirnos enteros.


También los hubo que se aventuraron por otros caminos, que ahora sé que conducían a la extinción.


 


Séptima y octava


Tiempo y silencio empezaron a convertirse en una pesada losa, uno de los agravantes que a estas alturas de la marcha hizo que escasamente quedáramos un millar.


En cuanto a la elección del camino, no lo pensé, me limité a seguir a cuantos me precedían. Fue entonces cuando tuve más claro que aun entre tantos estaba solo. Tal vez por eso, y pese a no conocerte, agradezco que estemos entendiéndonos; aunque mis palabras no sean más que un compendio de penurias…


Si he de serte sincero, espero que cuando termine de relatarte lo ocurrido puedas ofrecerme alguna respuesta.



Novena y décima


Poco importaba el pasado ante un futuro tan incierto, poco el debatirse en mil y una cuestiones cuando carecía de respuestas a las preguntas más simples. Incluso la visión de mis semejantes caídos y devorados perdió la capacidad de herirme. Llegué a sentir que apenas compartíamos camino, aquél que desafié hasta el límite de mis fuerzas. Y negándome a morir traté de recorrerlo tan rápido como pude, no faltando quien me emulase. Aquello se tornó sin pretenderlo en una carrera por la supervivencia.


Buena parte murió de agotamiento en la desbandada que nos trajo hasta aquí. No he sido el primero en llegar, pero aun así es a mí a quien te has dirigido. Tú, que saliste a nuestro encuentro como un sol iridiscente que nos trajera prosperidad, como si de algún modo fueses la respuesta a preguntas y plegarias. Un bendito lugar de recogimiento.


Hasta aquí mi historia, lo demás te es conocido. Al llegar hasta ti te circundamos. El resto con agitación, ávidos de poseer o ser poseídos, el resto librando una dura batalla por hacerse merecedores de ti. He de decirte que yo también te deseo, pero estoy confuso. ¿Es mi falta de fervor lo que hizo que repararas en mí?


―No, solo el hecho de que fueras distinto.


―¿Qué sentido tiene todo esto?


―Aún estás lejos de poder comprenderlo, aunque más cerca que tus hermanos.


―¿Debo pensar que algo se espera de mí?


―Todos formáis parte de esto. A ti te corresponde decidir el grado de implicación.


―¿A cuántos de nosotros darás cabida?


―A ti.


―…


―¿Temes la soledad?


―No, solo el desconocimiento. ¿Qué me espera en tu interior?


―Lo que haya no importa, cuanto en mí se albergue cambiará con tu llegada.


―¿Cambiará?


―Sí.


―¿Y qué será de mí?


―No existe el modo de saberlo, las posibilidades son ilimitadas.


―¿Ilimitadas?


―Sí.


―¿Es posible que no te conozcas a ti misma?


―Sé lo que soy, y que estaré sujeta a importantes cambios. No puedo predecir el futuro.


―¿Qué les pasó a los que entraron antes que yo?


―Si te decidieras a entrar serías el primero.


―¿Y si decido no hacerlo?


―Morirás.


―¿Qué?


―Todos moriríamos. Sólo puedo salvarme yo, y conmigo, uno de vosotros… ¿Deseas vivir?


―Solo si la vida que me aguarda difiere de esta.


―Así será.


―¿Cómo negarme si me ofreces la vida?


―No es la vida lo que te ofrezco, solo una posibilidad de que no mueras.


―¿Estaremos juntos?


―Todo el tiempo.


―¿Qué esperas de mí?


―Que te ofrezcas plenamente.


―¿Y qué habré de esperar?


―Mi pleno ofrecimiento.


―¿Cuál es la finalidad de todo esto?


―La perfección.


―¿Perfección? ¿Es eso posible?


―De llegar a donde se espera, juntos haremos milagros.


―De ser así, a ti me ofrendo.


―Ante lo cual, yo te acojo.


 


Segunda parte


Anhelante, más por el deseo de unión que por cualquier promesa de prosperidad, atravesó el umbral, desligándose de lo superfluo hacia una nueva existencia. No reparó en cuantos dejaba atrás, cientos de hermanos condenados, pese a sus esfuerzos, a la extinción.


Descubrió que aquel idílico lugar rebasaba lo imaginable, puesto que esperando un paraíso se halló así mismo como entidad, única y completa. Junto a esta le fue revelada la carencia de verdad del que creyó sería su anfitrión, el cual, más allá de brindarle fraternidad, lo poseyó al tiempo que se dejó poseer. Y tales cotas alcanzó la unión que de ella surgió un solo ser.


Inmerso en una plenitud que no podía ser expresada con palabras, aquel ser se entregó a la profetizada sucesión de cambios, viéndose sublimado con cada uno de ellos, sin olvidar la revelación de esa parte de él que aquí lo aguardaba: «De llegar a donde se espera, juntos haremos milagros».


Aquella frase estuvo presente en cada pensamiento, aunque el ferviente deseo de que tan enigmático significado le fuese revelado no agrió la espera.


Pasaron días, semanas, meses, y los cambios seguían produciéndose, hasta que el ser alcanzó una complejidad difícil de controlar o comprender. Y un día, uno de tantos, llegó el ansiado momento. Las barreras de su diminuto universo se rompieron, dando paso a un nuevo lugar, un nuevo comienzo. La transición apenas duró un instante, en el que por primera vez en mucho tiempo sintió temor. Un temor que se esfumó en cuanto recordó las palabras: «De llegar a donde se espera, juntos haremos milagros».


Todo adquirió sentido cuando sintió el calor del abrazo materno.