El aullido estridente de una sirena la hizo saltar y golpearse la cabeza contra el techo. La información de los droides rastreadores había sido procesada: no solo habían encontrado un depósito prometedor, sino también a una ladrona. Erena usó una uña metálica para pincharse los dedos de la mano biológica. Con gotas rezumantes en las cinco yemas, introdujo el brazo en el agujero donde se alojaba el cristal del aerodeslizador. Estaba frío. Sin embargo, al contacto se tornó cálido. Por un segundo, palpitó.
El vehículo cobró vida. El panel se iluminó. Erena, mareada, dejó de tocar la gema y necesitó toda su fuerza de voluntad para tomar los controles y maniobrar. En silencio, se elevó por encima de los árboles y buscó un conglomerado de nubes para sumergirse en él. El radar le indicó que tres aerodeslizadores llegaban a la granja. Mantenían un vuelo bajo, rasante, como si pretendieran capturar algo antes de que tuviese la oportunidad de escapar...