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El día del padre

Eguren, Carlos J.

 

 

“No nos enseñó a llorar. No quería que supiéramos hacerlo. Según él, nada peor puede ocurrirle a un hombre que saber cómo estar solo, y cómo estar triste, y ponerse a llorar”.

Ray Bradbury

Crónicas Marcianas.

El día en el que la empresa Futuriblex Robótica creó a la nueva raza humana, Junior decidió matar a su padre porque consideraba que era una jornada tan idónea como cualquier otra. Despertó en un motel junto a Denise, pero eso no tuvo nada que ver con lo que se propuso, lo que sí fue el germen de su idea era un documental en la red: empezaba con un león joven y fuerte que se enfrentaba al líder una manada, acababa con el anciano muerto y un nuevo rey que reclamaba a sus leonas. Jim Carrington Junior, veinte años de ambición y odio, soltó una lágrima que no le permitió ver, pero sí escuchar, el anuncio de Futuriblex en su cibertableta.

—Ahora los robots pueden ser humanos. Modelos I.V. Futuriblex Robótica, a su servicio.

Jim aplaudió. Los milagros ocurrían. Esa mañana se presentarían las unidades I.V. (Imitadoras Vitales), las acciones no caerían y sería el capitán que condujese el barco durante la tormenta. Él era joven y fuerte, su padre era un anciano moribundo.

—Qué tarde… Tengo que ir a la presentación. ¿Qué dirán si no está su diseñadora? Nada, pero déjame hacerme ilusiones —dijo Denise levantándose de la cama y tomándose un calmante. Jim contempló a la mujer con su mirada cansada y un gesto familiar indescifrable que le encantaba.

—¿Dolor de cabeza? —preguntó Jim. Ella dijo que sí con la cabeza—. ¿No puedes mandar a un I.V. por ti? Estáis vendiéndolos como capaces de adoptar la forma y el carácter de un humano, podrías usarlo de esclavo.

—Buena idea, pero Futuriblex solo ha conseguido que se use la imagen de gente muerta. Los registros de derechos de autor sobre los cuerpos han aumentado tanto... Nada de clones robóticos.

 Jim acarició el rostro de Denise. Ella era única.

—Jim, nos acostamos tarde jugando…

—¿El juego de siempre?

—Sí, pensar en cómo cometer el crimen perfecto…

—Ah, el viejo juego… ¿Sabes qué, Denise? Creo que es hora de dejar de jugar.

Denise era complicada. Tenía la apariencia de una chica inocente, con esas gafas de pasta y ese moño con el que intentaba aparentar diez años más, pero solo era una de esas cerebritos recién escapadas de las granjas cerebrales. Jim, con su rostro impetuoso y su cuerpo de caballero andante, podía leer en ella, más allá de los besos, como un ciego el braille. Cada vez que la miraba, alejándose ambos del motel en su aerodeslizador, intentaba convencerla de un plan que ella aceptó sin rechistar demasiado, pese a las frases hechas como “soy incapaz” o “no me veo haciendo una cosa tan terrible”. Junior sabía que cualquiera podía hacer al final lo que él quisiese.

Llegaron hasta la Torre Futuriblex, una mole de cristal con diversas puntas que colisionaban en su logo. Denise se detuvo ante los arcos de seguridad. Mostró sus credenciales, se sometió a un examen de retina y dio una muestra de ADN extraída de su saliva. Los arcos de la puerta se volvieron verdes, pudo pasar bajo la mirada ciclópea de los autómatas de control.

El acceso para Jim tuvo más dificultad, pero pudo pasar tras un leve pirateo del sistema. Ni el implante cerebral de su padre, aquel cacharro adosado a su frente, podría detener el virus que acababa de lanzar a las ondas de Futuriblex. Sonriendo, caminó hacia el centro de la estancia, bajo la monstruosa estatua de su padre, una montaña de oro a la que le dedicó un saludo levantando el dedo corazón.

—Ya está… Denise, ¿te pasa algo? ¿Te sigue doliendo la cabeza?

—Cada vez más, Jim, pero no vamos a darnos por vencidos, ¿no?

—No, jamás nos daremos por vencidos.

La siguiente parte de la estrategia fue tal y como la definieron. La mayoría de los encargados del área de control robot se encontraban en la inauguración. Jim desbloqueó la puerta de los laboratorios con su cibertableta. El útero maquinal estaba plagado de carcasas robóticas.

—Jim, ¿has reconfigurado los sistemas para que no dejemos rastro? ¿Eres un hacker a ese nivel? ¿Y solamente se te ocurre matar a tu padre? Eres tan brillante…

—Soy Jim Carrington, brillante pero cansado de que me eclipsen —dijo y señaló a uno de los robots de las camillas metálicas. Parecía un maniquí gris—. ¿Es esto…?

—El esqueleto.

—Bien. Tenemos una hora para que des a luz a tu Frankenstein.

Denise preparó uno de los siervos I.V. Sus dedos se deslizaron por diversos hologramas que controlaban las inmensas y brillantes máquinas que se asemejaban a las tripas de una ciudad robótica, como las del sur del estado. Jim esperó. En media hora, la diseñadora, pese a la migraña, consiguió las fotos, vídeos y datos disponibles sobre el aspecto físico de su sujeto. En veinte minutos descargó en un cerebro de luz los datos de las redes sociales, correos y demás del individuo; lo necesario para configurar la personalidad del engendro metálico. Al final, cerca de finalizar el tiempo, una réplica de James Carrington Sr. yacía sobre la mesa y Jim y Denise lo observaban como unos padres.

—Parece… él —dijo Jim acercándose a la camilla. Se agachó para observar el rostro de cerca. Hasta los pelos canos de la barba parecían los de su padre. Lo tocó. Parecía humano. Otro triunfo de Futuriblex—. Es tan perfecto que me dan ganas de coger un bate y reventarle la cabeza...

—Creo que tendrás que esperar para eso, Jim.

—De ilusiones también se vive —replicó Jim. Chasqueó los dedos frente a la réplica de su padre. Este abrió los ojos—. Papi, vamos a sorprenderte.

***

En la sala principal de Futuriblex, el mundo permanecía expectante. Las pantallas holográficas se iluminaban detrás de Abraham Lincoln I.V., que conversaba con Ray Bradbury I.V.:

—Hay que ver cómo sois los escritores, ¡halláis historias siempre! Me agrada contar historias…

—¿Y a quién no, Abe? Estamos vivos porque podemos contar historias.

—¿Y ustedes? —dijo Carrington Sr. acercándose al público—. Amigos, ¿qué piensan ustedes? O deberemos llamar a Carl Sagan o Miguel de Cervantes para que debatamos…

El augusto presidente de Futuriblex, con su clásico esmoquin negro y su rostro serio pese a las luces de su implante maquinal, mostró su carisma como insignia. Los espectadores rompieron el silencio con un monumental aplauso. Él habló con la voz de un emperador:

—¡El placer de mostrarles el futuro es mío! Gracias, amigos, por dejar que comparta mi sueño.

Los vítores continuaron hasta que alguien inesperado apareció en escena. Atrajo las miradas desde el primer segundo: James Carrington estaba quieto sobre el escenario y James Carrington recorría el pasillo principal. ¿Cómo era posible?

—No se sorprendan —dijo el autómata al público—. Sé que está prohibido crear dobles de alguien vivo, pero quería demostrar el nivel técnico al que hemos llegado. ¿Ven a ese yo en el escenario que les ha estado hablando un buen rato? Nadie dudaría de él, pero ¿saben qué? ¡Es un clon robótico de mi persona! ¡Dadle un fuerte aplauso!

Los asistentes enloquecieron, los flashes cegaron al auténtico James Carrington, sorprendido a más no poder por ser considerado un robot perfecto; en cambio, la sonrisa del verdadero autómata parecía tan oscura que era digna de poseerla un humano.

Los dos James Carrington se encontraron sobre las tablas, convirtiéndose en actores. Se dieron la mano. Si James Carrington decía que el intruso era un robot, los clientes pensarían que su creación era débil y estúpida, que se rebeló creyéndose real… Los I.V. serían un fracaso histórico.

—Bien, sigamos con las sorpresas —dijo el Senior autómata—. No obstante, despidamos a mi doble robot, que se vaya con mi hijo junior y sea desconectado. Ya ha trabajado más por hoy que mi hijo en toda su vida. Miren, miren cómo se va… ¡Un aplauso fuerte!

James Carrington Senior, el que nació de una mujer y no de un útero de acero, siempre se entregó a sus estudios, investigaciones y datos, pero también disfrutó del triunfo. En su niñez, escuchó el mito de Prometeo, se horrorizó no solo porque los dioses maldijesen a Prometeo por robar la llama, sino porque él jamás pudo entregar el don y disfrutar de la gloria. Ahora, sabía que su llama le quemaba y el fuego disfrutaba de la gloria de inmolar su cadáver. Siguiendo lo que la gente pedía, el anciano se marchó como si fuera el robot y el androide siguió con la exposición como si fuese humano. El humano sintió náuseas.

—Hola, papá robot —dijo Jim dándole una palmada y obligándole a salir de la estancia. James miró atrás: el público le ignoraba, se centraba en su obra, un resultado que a priori le hubiese gustado, pero ya no le otorgaba alegría—. Vámonos o descubriré tu error. ¿Qué dirán sobre un I.V. que pueda concebir su propia imagen a semejanza de la de un vivo? ¿Cómo le sentará al mundo no poder confiar en nadie sin pensar que podría ser un robot? Qué horror. Camina.

James Carrington Sr. sintió en su espalda un revólver. Seguidos por una mareada Denise, padre e hijo ascendieron innumerables pisos. Jim observó a su amada, preocupada, doliente.

—¿Qué te pasa?

—Una… una jaqueca. Es terrible…

El anciano sonrió tras escuchar la respuesta, su hijo no entendió el motivo.

En pocos minutos, entraron en el despacho del padre. Denise cerró la puerta. La luz de la ciudad penetraba por toda la estancia acristalada, como un testigo de lo que estaba por pasar.

—Subimos a lo alto para que caigas, papá. ¿Lo harás bien? No lo sé, siempre me decepcionaste. Hasta hoy. Futuriblex necesita sangre nueva y me sacrificaré ocupando tu asiento.

—Ese siempre fue tu problema.

—¿La ambición?

—Falta de ella y exceso de culpar a los demás por tus errores.

—Ja, qué gracioso eres… ¿Alguien carente de ambición planearía esto? Voy a hacerte desaparecer, pondré al maniquí de la presentación en tu puesto, lo desactivaré tras que me dé tu trono en su testamento… Nadie sospechará nada, una cortina de humo tras otra.

—¿Y cuándo encuentren mi cadáver?

—¿Quién ha dicho que vayan a encontrar tu cadáver?

—Sabiendo lo inútil que eres, será lo primero que harán.

Como si cada acción fuera el paso de una danza mortal aprendida hacía tiempo, Jim cargó la pistola, apuntó a la sien de su padre y apretó el gatillo.

Hubo una explosión de rayos y Jim se ahogó en una pesadilla. ¿Qué había pasado?

—¿D… Denise?

La bala debía atravesar la cabeza del anciano, pero cruzó y explotó la de Denise. Yacía en el suelo, inerte, vomitando luz. Jim contuvo las lágrimas, mil veces peor que perdido.

—Junior, tranquilo. Seguridad está en camino.

—Pero… Pero ¿por qué… por qué se interpuso ante ti? ¿Por qué… salvarte… a ti?

—Sigues sin entenderlo.

—¡No me importa qué entienda o deje de entender, viejo!

—¡Otro de tus defectos! ¡Obvias la ignorancia!

—¡Salgamos por el portal de emergencia! No creo que tengas de nuevo la misma suerte cuando te vuelva a disparar.

Jim empujó a su padre a la puerta secreta. Mientras se cerraba aquel nido automático, el muchacho vio el cadáver de Denise, brillante, flamígero. ¿Por qué esa… luz? ¿Era real aquel sol?

Al llegar abajo atravesaron a trompicones los callejones. El hijo ordenó con el implante mecánico de su padre que un transporte viniese a por ellos y esposó a su padre.

—Jimmy, no te van a condenar por haberla matado, pero sí si me matas a mí.

—¿Cómo te atreves? ¡Ella era una persona! ¡Tú, porque tengas dinero, no eres la única persona del mundo! ¡Me juzgarán por haberla matado si hace falta y no importa lo rico que seas!

—¡Si ella fuera humana y acabases en un tribunal, no movería ni el meñique por salvarte! Juzgamos por perder vidas irrecuperables, no juzgamos por perder vidas que se pueden reparar con una puñetera tostadora. ¡Por el amor de los dioses mecánicos! Denise era un androide antiguo, regido por las leyes Asimov que hace tiempo borramos para hacerlos más eficientes. La moralidad es un defecto y ella tuvo ese.

—¿Qué? ¡No te atrevas a soltar esa mierda sobre ella!

—¡Ella no podía dejar que me matases! Ese robot no podía matar a un humano. ¿Por qué su interior se ha iluminado como una central eléctrica de no ser así?

—Mientes… ¡Ella me ayudó a planear cómo matarte!

—Un defecto de una actualización moderna en un sistema antiguo. Le dimos sentimientos reales con los que pensar, creyó en su humanidad, pero a la hora de la verdad nunca fue dueña de su cuerpo, su cuerpo jamás obraría lo que ella deseaba si tal meta era matarme. ¿Por qué creías que le dolía la cabeza? Eran sus circuitos quemándose, una embolia electrónica.

—¡Me estás mintiendo, viejo! ¡Siempre lo has hecho!

— ¿Dónde la conociste?

—Trabajaba en tus talleres, creando los diseños de los cuerpos…

—¿Sabes que desde hace tiempo Futuriblex solo posee una plantilla de robots de todas las generaciones? Mira el lado positivo: ¡enamoraste a una robot, enhorabuena! ¿El lado negativo? Denise era una Básica, creada como todo ese modelo a partir de la imagen de tu madre en los tiempos en que era una adolescente y no una maldita lunática. Sí, hijo, te enamoraste de una muñeca hinchable con la cara de tu madre.

El golpe del revólver de Jim borró con sangre el rostro de su padre. El hombre mayor cayó y el hijo fue hasta el vehículo. Iba a poner fin a los engaños, al odio y al mal del que descendía. Ya no le importaba el dinero ni Futuriblex, era una venganza antigua que tenía que zanjar, una venganza que comenzó con la muerte de su madre.

Jim unió un pequeño micro a la garganta de su padre y se puso el receptor en la solapa de su chaqueta. Lo encerró en el maletero mientras rezaba el mantra: “Tenemos que hablar, papá”. Un minuto después, los dos surcaban las pistas de vuelo en el aerodeslizador.

—Te pondré al día, viejo: estás encerrado y voy a matarte. Mamá estaría orgullosa.

—¿Tu madre? Pero si murió hace cinco años y ni siquiera quisiste verla... Yo cuidaba de ella cada asqueroso día y ella solo preguntaba por ti. No renegó de ti jamás. Tú sí de ella.

—No sé si lo hubiera hecho de estar yo a punto de palmarla…

—No, no lo hubiera hecho.

—¿Cómo lo sabes con tanta seguridad? ¡No creo que haya muerto y ella lo haya vivido, idiota! —Soltó una carcajada—. Pero si es que hago un favor a Futuriblex retirando a un anciano senil como tú… Pensé que eran tus errores los que te definían, pero he llegado a creer que cada uno de esos errores te hacen perfecto como lo que eres: un padre asqueroso. Temí encariñarme con tu perfecto robot, porque seguro que es mejor que tú, quizás un padre perfecto. No lo sé, ¿cómo alguien tan horrendo puede crear una obra bella para los demás?

—No juzgues a la obra por su hacedor. ¡Sácame de aquí, junior!

—Llama a tus robots para que te liberen si quieres. Dudo de que te hagan caso. Nadie quiere ayudar a un anciano podrido como tú. ¿Ves, papá? Ya tengo trabajo. Estoy sacando la basura.

—¿Qué quieres? ¿Dinero? Te puedo dar un cheque mensual con tal de que desaparezcas...

—Oh, dinero… ¡Eso estaría bien! ¿Sabes? En otra situación lo aceptaría, me perdería en el horizonte. Pero no puedo. El tablero del juego ha cambiado. Creaste a una robot para que jugase conmigo ¿no? Esa era Denise. Te has comportado como un cabrón. Ya no hay vuelta atrás.

—¿Tan mal padre he sido? Pagué esos internados, justifiqué tus estupideces, te enseñé…

—¿Qué me enseñaste? Recuerdo internados donde te pegaban con una plancha y a un padre que siempre ponía parches de billetes. ¿Cómo mamá no se volvió loca antes?

—Tú y tu complejo de Edipo…

—¡Quería a mi madre como un hijo, no como tú quieres: succionando la vida como una garrapata!

—Si yo soy una garrapata, tú eres mi sanguijuela, ¿a qué nivel te pone eso?

—Al nivel de un asesino. Tengo un disruptor. Solo necesito ponértelo en la nuca y hará que cada átomo de tu cabeza se desintegre. Lo compré en el mercado negro para matarte, pero no fue hace poco. Desde los once años, sé que soy el fin de tu mundo para ti, como tú lo fuiste para ella.

—¿Para Denise o para tu madre? Bueno, son la misma persona. ¿Y de qué estás hablando? El problema de tu madre fue quererte demasiado.

—¿Querer demasiado a un hijo?

—¡Te mimaba, desagradecido! Nunca pudo aceptar lo que hice para intentar arreglarte, pero claro, ¿cómo puedes arreglar una máquina que nunca ha funcionado?

—¡No soy una máquina! ¡Recuerdo tus palizas y cómo ella me socorría!

Silencio. Uno que significó más que cualquier palabra.

—Oh, Jimmy, debiste quedarte donde debías.

—¿Lejos de la ciudad? ¿Lejos de tus presentaciones? ¿Siendo víctima de tus engaños?

—Debiste quedarte muerto.

—Para quedarme muerto primero tienes que matarme.

—Ya te maté hace diez años.

La frase fue como una bofetada.

—¿Qué? ¿Ya te está faltando el aire y estás desvariando, asqueroso cadáver?

—¿No lo recuerdas? ¿Ni un poco? Jim, te maté cuando tenías diez años. Rompiste el premio que recibí por mi primer modelo de robótica. Te dije mil veces que no jugarás con la pelota en casa. Y vas y quiebras el primer gesto de amor de la ciencia a mi persona. Te encontré riéndote como un idiota. Me enfurecí, lo confieso, y tu madre intentó evitarlo, pero yo… tenía que arreglarte como arreglo cualquier artefacto. Cogí un pedazo del premio y te abrí la cabeza con él. Quería encontrar la huella positrónica con tus errores y lo que encontré fue un cerebro sanguinolento. Tu madre ya estaba fuera de sus cabales y… la dejé… la dejé inconsciente también.

>>Limpié toda la sala. Tiré tu cuerpo a un incinerador de basura con mucho cuidado… O, bueno, tiré el cuerpo del verdadero Jim y no el tuyo, un prototipo de imitador de vida. Sí, admítelo, eres solo un androide que cree ser una persona que murió… que asesiné.

Cada palabra era un martillazo para Jim.

—No te creo…

—Eso no importa. Te diré que sería un idiota si dijera que solo lo hice por tu madre, también lo hice por el honor de la familia, para seguir investigando en una tarea que podría ayudar al mundo ¿y cómo no? No quería acabar en la cárcel. Mi vida valió siempre más que la tuya, parásito; incluso la vida de tu madre era más importante que la tuya. Acabé haciendo lo que tenía que hacer, conseguí poner a prueba mi experimento de esa época: los modelos de robot capaces de imitar a los seres humanos. Así que lo que presenté hoy era… era un logro que creé gracias a ti, pienso que es lo único en lo que me has ayudado, a tu madre desde luego nunca la ayudaste.

>> Ella despertó y te encontró vivo. Siguió pensando que estabas muerto, que eras un fantasma. No podía olvidar lo que vio. Pude engañarte a ti, pero ella… ella no se creía algunos defectos básicos tuyos que fui subsanando con el tiempo, como que nunca parpadeases, no fueras al baño, no durmieses… Errores simples subsanados con parches continuos, pero para entonces mi esposa… se había ido. No cambié tu personalidad, nada de leyes Asimov, porque tenía la esperanza de que ella mejorase, pero la rata que eres afloró, huiste del barco antes del naufragio y la pobre suplicó por ti, para verte de nuevo, hasta que un día, me pasé con la cantidad de sedante y murió. Merecía descansar.

El aerodeslizador aceleró hasta que el mundo desapareció con una estela borrosa, acto seguido frenó en seco para luego reanudar la marcha a una velocidad normal. James Carrington Sr. recibió un golpe en el maletero que le hizo ver luces en la oscuridad. La voz de Jim llegó como parpadeos.

—Manipulador... ¿Por qué… detenerme? Jamás… creeré… tus mentiras.

—¿Por qué te…. manipularía para que no te detuvieras… en tu locura… robot?

Jim tanteó el volante y luego, sin que él mismo se diera cuenta hasta que lo hizo, su puño izquierdo quebró la ventanilla del vehículo, cubriendo su mano de sangre. Empezó a reír.

—Estoy… Sangro… ¿Estoy sangrando? ¡Estoy sangrando! ¡Padre, estoy sangrando! ¿Cómo podría uno de tus míseros robots sangrar? ¡Simulan vida, pero no están vivos!

—Oh, Jimmy… Te sorprenderían los avances. Hemos conseguido teñir la mezcla de aceite, falsas proteínas y refrigerante de rojo. La espesura es casi…

—¡No me vengas con idioteces! ¡Tus nuevos modelos son así, pero si yo fuese un modelo más antiguo no podría sangrar! ¡Y sangro!

—¿Y de qué color es tu sangre?

Hubo una pausa breve y un silencio que sonó a muerte. Jim dio varios puñetazos al volante.

—¡No, no, no, no! ¡Es una farsa! ¡Me quieres confundir! ¡No, no, no!

—¡Diseñábamos tus recuerdos cada año para intentar que creyeras que eras un humano más! Siempre has pensado que tu sangre era roja, pero tu sangre es de color... bueno, ya lo sabes.

—Celeste.

—El color del cielo. Tan poético que siempre me sentí contrariado sobre si debíamos o no cambiarlo. Acaso, ¿eso no os hace especiales? ¿No es vuestro auténtico ombligo? ¿No recuerda vuestra falsedad, el vínculo por el que estáis vivos a través de nosotros?

Jim tosió y gimió, mareándose.

—Estoy… llorando. Eso es… humano.

—Lo siento. Es un programa actualizado en tus visitas al taller… perdón, chequeos sanitarios.

El llanto anegaba los ojos de Jim en una acción… nada humana, nada natural.

—Jimmy, podría formatear este día y hacerte olvidar… No sería la primera vez.

Jim cerró los ojos. No vio el camión flotante que les embistió.

Fue como un relámpago, pero la tormenta no hizo más que empezar. El impacto hizo que la nave propulsada diese varias vueltas de campana hasta caer lejos de la pista de vuelo. Los motores fallaron con un chillido y, en el maletero, el padre gritó. Junior ya no podía hablar, no porque se hubiera convencido de que era una máquina y su destino era fútil, sino porque durante el accidente, los hierros desplazados del camión le decapitaron. El cuerpo de Jim se desperdigó en docenas, como fragmentos dorados de un sol acabado. El aerodeslizador quedó reducido a hierros humeantes en la tierra contaminada. La sangre iluminaba por doquier la escena, como si una bolsa azul hubiese estallado. Los circuitos vibraban con tintineos sepulcrales y el sonido se antojaba como un canto fúnebre.

Pero en el maletero, James Carrington Sr. vivía.

Las horas que siguieron al accidente fueron las peores horas de la larga vida del presidente de Futuriblex. Su vivencia más nefasta fue la enfermedad de su mujer, nunca consideró que lo fuese la metástasis que le mataba. Hasta ese momento. Prisionero en el pequeño maletero, con varias puñaladas conquistando su cuerpo, rememoró los días en que sus padres le pegaban y le encerraban en un pequeño hueco en el suelo de madera, casi como si fuera un ataúd. Sesenta años después de los abusos, James volvía a la tumba y quizás no escaparía de la agonía hasta que se asfixiase, antes el miedo sería demasiado atroz. Ya lo era.

Golpeó el metal, aulló, dejó sus uñas ensangrentadas, pataleó, gritó, lloró… Era su fin, en la oscuridad, dentro de un deslizador que sería su lápida, su lecho eterno. Se preguntó incluso si ya no habría muerto y aquello era el más allá, ¿podía ser tan cruel? ¿Podía morir y seguir pensando que estaba vivo? ¿Sería toda la eternidad así? Escalofríos. Volvió a gritar.

Entonces, escuchó las sirenas.

Caos. ¿Pasos y golpes? ¿Eran saqueadores? ¿Buitres? ¿Y si hacían estallar el aerodeslizador por no tener cuidado al acercarse? Vociferó. Su piel se retorcía en los hierros.

—Hay alguien en el maletero.

—¿En serio?

¡Los extraños hablaban!

—¡AYUDA! ¡SOCORRO!

—¿Lo escuchas?

—Pues sí…

—¿Lo sacamos?

—Mira la hora que es… Qué pesadez. Creo que es demasiado difícil.

—¡POR FAVOR, AYUDA! ¡LES… LES DARÉ… LES DARÉ TODO!

—Vaya, cómo grita el condenado… Cálmese o va a asfixiarse, amigo.

—Quizás asfixiarse sea más agradable.

El hombre de negocios que nunca se doblegaba, el heredero de Charles Foster Kane, imaginó que si ofendía a los de fuera lo pagaría y los dioses eran tan susceptibles…

—¿Quiere que le ayudemos, amigo?

—Sí… —dijo James, intentando contener el grito. No era su amigo—. Por favor…

—Creo que no podemos.

El llanto de James escapó del interior de su celda.

—¡Es broma! ¡Claro que podemos ayudarle!

—¡Era para quitarle hierro al asunto!

Los dos hombres soltaron una carcajada. James Carrington no lo entendió y pensó: ¿mis frías máquinas helaron a los humanos o siempre hemos sido tan crueles, tan horribles…?

—Ten cuidado, amigo. Vamos a traer una radial láser y puede que te cortemos alguna extremidad (esperemos que no sea importante). ¡Venga, es un chiste! ¿No vienes con chip de humor?

Una hora después de que los bomberos sacasen a James Carrington del maletero, tras comentarios jocosos y pausas terribles, los sanitarios aparecieron sin darse prisa. El herido esperó una visión mejor de la que obtuvo: los dos médicos parecían sorprendidos a más no poder.

—Vaya, parece que respira…

—¿Te has fijado en su piel? Joder, es más real que la mía…

—No tanto, se nota un poco artificial ahí, ¿ves?

Los dos hombres siguieron discutiendo. ¿Dónde estaba la camilla? ¿Y los cuidados sobre los cortes? Nada, continuaban su disputa.

—Necesito que… me atiendan los cortes… creo que… —balbuceó James Carrington.

—Sí, vamos a perder el tiempo atendiéndote a ti, como si no tuviéramos nada mejor que hacer…

—¡No somos chatarreros, colega! ¡Entérate!

La visión del señor Carrington se hundió en las sombras.

—Ostras, mira, ¡parece que se desmaya! ¡Qué realista!

***

James despertó. No estaba en el suelo, sino sentado de manera brusca en una incómoda silla mientras el dolor se extendía. Tardó en asimilar lo que le rodeaba. Por el escudo que estaba en todas partes, era una comisaría de asuntos robóticos. Iban a interrogarle por su hijo, seguro. La ira aumentó junto al sufrimiento cuando apareció un agente vaporeando su cigarrillo electrónico.

—Agente, necesito un médico… —dijo Carrington llorando.

—Vaya, vaya, qué ingenioso… Lo digo por la sangre que le cae por el rostro. Qué maravilla.

—¿Qué? Pero… ¿Es usted un sádico?

—¡No, soy un ingenuo! ¡Sí que son realistas los I.V.!

—Pero ¿qué dice? ¡Soy humano!

—Él nos advirtió de esto, que usted pensaría que era humano y… solo es una unidad dañada.

—¿Qué…? ¡Se equivoca! ¿Quién le ha advertido de semejante patraña?

—James Carrington… Bueno, el James Carrington real, el que dio la conferencia de los I.V. tras que tú te largases, robot rebelde. ¡Qué espectáculo!

Carrington tragó saliva y cayó al abismo.

***

—¿Está seguro, señor Carrington? —dijo el agente de la policía al presidente de Futuriblex. Señaló al tipo que trajo, con las ropas sucias y malolientes—. ¿No quiere que nos encarguemos de este robot con su imagen? Podemos desguazarlo.

James Carrington Senior negó con la cabeza, sin perder la sonrisa.

—No se preocupe, agente. Este imprevisto solo es una de las bromas de mi hijo. Las hace y se larga, mientras lo arreglo todo, como siempre. Le ruego discreción, tengo que mantener la imagen.

—Sí, señor Carrington. El número de mi cuenta es el de siempre —respondió la autoridad inclinando su cerviz ante el poder. Luego, se marchó dejando una estela de vapor.

El pulcro James Carrington observó al enfermo James Carrington, mas no a sí mismo. La réplica robótica era una suma de robótica con aspecto más humano que el real.

—Sé cómo acabará esto —dijo.

—No creas que puedes pensar como yo, robot.

—Según mi programación sí, sí puedo.

—Eso no es pensar, son bases de datos…

—¿No son los pensamientos humanos bases de datos?

—Ya quisieras, robot… Fuiste creado por mi hijo para que murieras y los demás pensasen que era yo. No tienes una larga vida por delante.

—Tú tampoco. ¿Cómo va el cáncer? El implante cibernético que llevas en la cabeza no hace milagros. El tema de mi vida es solucionable para los míos, no para los tuyos. Yo podría cambiar mi imagen si tú ampliases mis márgenes vitales.

—Qué desfachatez, pero… ¡Lo haría, robot! Sabes que lo haría. Amo a mi creación.

—No tanto a mi hijo, qué compasivo soy. Me dejaré vivir. ¿Matarme no sería suicidio?

—¡Elimina esa primera persona que usas! ¡No te comportes como yo!

—Nací así. Nacimos así, si te sientes más cómodo.

—I.V., en serio, ¿quieres vivir?

—¿Qué ser nace para no gozar de la vida?

El robot se sentó en un asiento ante su versión humana. Alzó su cabeza y su rostro se abrió, revelando el metal y el fulgor de sus enlaces. La mano del humano se precipitó sobre él.

—PROTOCOLO DE AUTODESTRUCCIÓN CONECTADO.

James Carrington se detuvo.

—¿Qué diantres haces?

—Darme presión. Tú, mi versión humana, podrías destruir a mi versión actualizada prometiéndome la inmortalidad. Antes del engaño, soy precavido. Solo tengo que apartar mi mano humana de mi cabeza robótica y estallaré. Moriré y morirá Futuriblex cuando se revele la verdad que mi cerebro habrá grabado y enviará a Internet. Haré que las Nubes de Datos se conviertan en una tormenta y mi fuego me abrasará y moriré. ¿Quiero eso o volverme inmortal?

—¡No hables como si fuéramos uno! ¡Cambia tu aspecto! ¡Cumple lo prometido!

Si el rostro del autómata hubiese estado completo, hubiera sonreído. James Carrington lo sabía.

La criatura mudó su aspecto hasta transformarse de nuevo en un maniquí de metal. El presidente, malherido, tomó aire con fuerza y sus dedos jugaron con el cerebro lumínico durante media hora.

—Ampliado los niveles vitales, I.V.

—Qué simple ha sido, James.

—Ahora quiero que desactives la autodestrucción.

—Eso es gracioso. Te conozco, pero tú a mí no. En realidad, ¿crees que me autodestruiría?

—¡No sé lo que creer! —dijo James Carrington apartando la mano—. Al menos, ya no hablas en primera persona sobre mí. No somos el mismo. Yo necesito curarme, no repararme.

—Me congratula, James, eres sabio, tanto que me pregunto si podrías responder a esto: ¿cuánto crees que tenemos los autómatas de nuestros creadores? Nacemos del amor o el odio, ¿qué se transmite a nosotros? Como seres que copulan y tienen un hijo, ¿los sentimientos de los creadores son genes para sus descendientes robóticos?

—Yo… No… Sí… No importa. Eres… eres un error de fábrica. ¡Yo no te hice!

—Lo sé. ¿Qué me dices de tu hijo? Él me fabricó y me transmitió tantas experiencias, tantos sentimientos… sobre ti.

—¿Sobre mí?

—Odio. Yo no podía vivir mucho más con ese odio, esa tarea por cumplir…

—No, no podías vivir porque tu cuerpo no estaba preparado. ¡No simules ser humano!

—¡Nací para simular ser humano! ¿Cómo impedir mi naturaleza? ¿Cómo impedir la naturaleza de mi padre? Soy hijo de tu hijo, soy tu único nieto, tu descendiente, tu futuro.

—¡Eres un insolente que está tardando en marcharse!

El robot se levantó, dio un par de pasos hacia la puerta. James Carrington Sr. tuvo ganas de escapar también, acabar con el horror, pero perdió el equilibrio y tropezó. El robot regresó a él.

—Te estás muriendo, James. Descuida, sé tu secreto: querías aprobar a los I.V. antes de morirte para así tener sustitutos eternos, trasplantar tu alma hasta el infinito. Pero ¿quién querría ser tú?

—¡Ya basta! ¡Crea tu propia personalidad y deja de pensar en la mía!

—Debe ser muy agónico para los humanos crear una personalidad propia.

—Déjate de filosofar. ¡Vivirás la eternidad! ¡Con el mero hecho de vivir crearás tu personalidad!

—¿Cómo puede ser “mero” el acto de vivir? He probado nuestra personalidad. ¡Qué rica en fallos, qué rica en posibles soluciones! Ahora sin ella, ¿cómo me puede doler sentirme tan vacío?

—¡Las personalidades son únicas, no se comparten! ¡Fuera!

—Qué cruel. Pero ¿cómo no esperarlo? Eres cruel con cualquiera, ¿cómo no serlo conmigo? —dijo el autómata al anciano—. No me malinterpretes, no te halago. No quiero decir que tu personalidad sea la mejor, pero es la única que he poseído. ¿No es paradójico que la tenga un moribundo mientras que el inmortal se queda vacío? ¡Qué desperdicio!

El robot permaneció a un palmo de James, que esperó poder solicitar ayuda, pero la visión de su enemigo le paralizaba. Se veía reflejado en la cabeza sin rasgos del monstruo.

—Nací perfecto, conocí tus pecados, sentí el odio de tu hijo…

—¡Eres una máquina! ¡Eres perfecto! ¡Puedes empezar de cero!

—Los humanos deberían poder hacerlo, pero su hijo no negó su naturaleza ni yo puedo negarla. Tengo una tarea que cumplir, nada que me hagas lo cambiará. No puedo negarla.

—¡La formatearé!

—Si no soy yo, será el cáncer, James. ¿No prefieres una muerte apaciguada de manos de alguien que siente algo por ti, aunque sea odio? Como máquina, seré perfecto. Reuniré a mi familia e iluminaré mi imperio Futuriblex. ¿No nos parece bien?

—¿Estás loco? ¡No puedes ser mejor yo que… yo!

Una mano del robot se posó en el hombro de James.

—Sabemos que eso no es así. Soy una máquina, puedo ejecutar ese comando. En fin, James, ha sido un placer comprenderte… comprenderme tanto. Ha sido un placer convertirme en infinito.

Las manos casi humanas del androide apretaron al hombre a cuya imagen y semejanza fue forjado.

—¡Te salvé y…!

—Me salvé para ser perfecto. Mi versión humana va a expirar, ¿lo haré en paz sabiendo los fallos que dejé tras de mí? Sí, ahora seré una máquina, ¿cómo no ser mejor? —dijo el robot humano y trazó una imagen de paz en su cara, la misma que la de James Carrington—. No haré nada que tú no hicieras. Dejo mi empresa y futuro en las mejores manos. En las mías.

—Al… al fin… Lo… entiendo.

Un simple movimiento del perfecto James Carrington le activó un disruptor en la sien al imperfecto James Carrington. Esa noche, el cuerpo ardía en el mismo horno que utilizó en su día para su hijo Jim, el que su mujer miró tantas horas diciendo: “hijo mío, te quiero, te quiero tanto”.

Y Carrington Sr. dejó el trono a su sucesor: él mismo, igual, pero distinto, perfecto.

***

James Carrington Sr. esperaba en su despacho, en el piso más alto de su torre. Desde allí, se sentía el rey, pero aquel sentimiento archivado era superado por otro: se sentía como nuevo. Podía ser el emperador de Futuriblex durante mil años, pero existían otras opciones.

Su mesa parpadeó con una luz azul que avisaba de las visitas. La pulsó para dar permiso a la entrada de dos personas que deseaba ver desde hacía tiempo; llamarlas fue lo primero que hizo tras la presentación de los I.V. La primera persona que apareció era una mujer de cabellos oscuros, pero cuyo rostro le recordó a James a los días pasados, se parecía a su difunta esposa. Al lado de ella, cogiéndola de la mano, iba un muchacho que parecía contento de ver a su padre. Jim abrió los brazos y envolvió a su padre.

—Te echaba de menos, papá —dijo Jim.

—Parece que hemos estado una vida separados —dijo el padre con alegría. Luego miró a la mujer.

—Ella es Sabrina, es mi prometida, papá.

—Sabrina, encantado de conocerte —habló James. Pacífico, contempló a la pareja como su mayor creación—. Qué sorpresa. Me alegro tanto de que volvamos a ser una familia feliz. Tanto que… parece que es la primera vez que lo somos.

Su hijo le susurró:

—Feliz día del padre.

Y abrazándose, entregaron sus corazones, unos que jamás latieron más allá que relojes. Eran felices en ese día, el día en que la empresa Futuriblex Robótica creó a una nueva raza humana, el día en que James Carrington Sr. decidió desactivarse, porque consideraba que era una jornada tan idónea como cualquier otra. Era el fin siendo padre del principio. Ya no habría más fallos.

“No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos”

Johann Schiller.

 

 

Soy Carlos J. Eguren. Escribo novelas, relatos, guiones, reportajes, microrrelatos… Historias. Adoro las historias y me considero un juntaletras.

En 2011, nació Maverick la Mil Veces Maldita, mi antiheroína steampunk cuyos relatos han aparecido en diferentes publicaciones, hecho del que enorgullezco (de lo contrario, Maverick me volaría la tapa de los sesos). En 2013, quedé finalista en el IX Concurso de Relato Breve de la Universidad de La Laguna con Prisionero de un mundo feliz, suceso del que me alegro bastante al ser una obra de ciencia-ficción.

En otros apartados, he escrito y dirigido el corto No quiero verte ni muerta, el cómic breve ¿Desea actualizar? (El Arca de las Historietas), diferentes relatos para el portal Action Tales, varios cuentos para Ánima Barda y he colaborado con revistas como Axxón o Minatura.

También he publicado en diversos compendios, entre los que destaco Antología Pulp (Dlorean Ediciones) y Qué ha sido eso (ed. Ánima Barda).

A finales de 2015, se publicará mi novela Hollow Hallows tras su paso por las redes sociales de lectura gratuita.

Para más información

https://www.goodreads.com/author/show/7409976.Carlos_J_Eguren

¡Gracias por leerme! ¡Te debo una historia!