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Hogar de papel

Dolo Espinosa

 

Gualberto Torralba nació de la pluma o, por mejor decir, de las teclas de Arcadio Lozano, escritor con su poco de fama y su mucho de egolatría que se creía mejor literato de lo que en realidad era; dato éste que poco hace al caso de nuestra historia pero que nunca está de más aportar.

  Era Gualberto personaje terciario de una novela costumbrista de nuestro autor. Uno de esos personajes grises que el lector tiende a olvidar por lo poco que aporta al relato. Uno de esos personajes, en fin, que el autor pensaba llegaría a mucho y, misterios de la creación literaria, se quedó en casi nada; cuestión que poco o nada preocupaba a Gualberto (Berto para los amigos) que era de carácter poco ambicioso y que gustaba, en realidad, de pasar desapercibido.

  Otra cosa, sin embargo, preocupó a nuestro amigo Berto casi desde su nacimiento y era ésta la posibilidad de acceder al mundo que dicen real. Gualberto había visto atisbos de este mundo mientras Arcadio escribía su novela. En esos momentos en que su personaje no tenía nada que hacer, Gualberto, aprovechando la ventana abierta en ese instante entre ambos universos, se asomaba al mundo exterior (o interior, que esto no se sabe, o puede que alguien lo sepa pero no la que esto cuenta) e intentaba curiosear lo que en él había.

  Pero desde esta atalaya, estaba claro, poco podía descubrir. Como mucho, la pequeña habitación donde Arcadio escribía y que él llamaba estudio en un intento de darle un aire intelectochic a lo que no era más que un minúsculo dormitorio habilitado como despacho. Así, Berto llegó a conocer a la perfección el bonito (y un poco cursi) cuadro de margaritas colgado tras la silla de Arcadio, las fotos de la familia del mismo sujeto al lado del ordenador, una ventana siempre entornada que apenas dejaba pasar un rayo de luz y sonidos amortiguados del exterior y un ficus a punto de palmarla por deshidratación galopante pues nadie se acordaba de echar ni medio vaso de agua a la pobre planta.

  En fin, demasiado poco si tenemos en cuenta que uno de los principales rasgos de Gualberto era su insaciable curiosidad, la cual le había transformado en una auténtica enciclopedia andante, una Wikipedia parlante que de todo sabía y de todo opinaba.

  Llevado, pues, de esta inagotable sed de saber, o hambre de conocer o, si se prefiere, afán de descubrir, nuestro amigo Gualberto no paró hasta encontrar no ya una minúscula ventana, sino una puerta, portón, pórtico o simple portillo que le llevara de su mundo novelesco a nuestra realidad.

  Y lo hizo.

  Encontró su entrada a este lado del espejo.

  Le bastó con hallar, entre los múltiples lectores de la historia de la que formaba parte, uno capaz de vivir tan intensamente lo que leía, con una imaginación tan vívida y potente, que al leer se viera arrastrado y sumergido en el relato. Uno que, sin apercibirse de lo que ocurría, abriera el camino entre ambos mundos. Y aprovechó Gualberto cierta tarde en que este uno se quedó dormido mientras leía, momento idóneo por dos razones principales: primero, porque el sueño permitía que la puerta permaneciera abierta aún cuando el leedor hubiera abandonado la lectura; segundo, porque el encuentro vespertino entre el susodicho interfecto y Morfeo hacía más discreto su paso de un mundo a otro (Berto, como ya se ha dicho, odiaba ser el centro de atención, y tener que responder a las preguntas del señor gordo que roncaba con el libro en la panza, no era algo que le entusiasmara especialmente).

  Salió Gualberto a toda prisa de la casa del durmiente, cerró con sumo cuidado la puerta, aspiró hondo el aroma de la realidad… y recibió en plenas narices el aliento petrolífero de un todoterreno que, justo en ese momento, arrancaba a toda velocidad.

  No fue la mejor de las bienvenidas pero Berto estaba encantado.

  Paseó por toda la ciudad comparando colores, olores, sabores, sonidos y el tacto de las cosas reales con las cosas ficticias. Notando cuanto más intenso era todo en este mundo que en el suyo. Ya había imaginado él, allá en su mundo novelesco, que no era lo mismo construir un paisaje a base de palabras que verlo con tus propios ojos. Las palabras pueden ser muy bellas, pensaba Gualberto, pero nada es comparable a la experiencia real de las cosas.

  De modo que Berto decidió mandar a paseo la novela de la que había salido y quedarse en el mundo real; a fin de cuentas, su personaje era tan insignificante que nadie, ni tan siquiera su creador, se percataría de que había desaparecido de la novela.

  Y comenzó nuestro anodino, ficticio, curioso y osado Berto a construirse una nueva y real vida.

  No alargaré este relato narrando todas las peripecias de Gualberto para conseguir alojamiento, trabajo e identidad, pues prefiero dejarlo para otro momento y lugar en que, tanto los lectores como yo, dispongamos de más tiempo y espacio, pero dejo constancia de que las andazas que llevaron a Gualberto hasta lograr eso que llaman una vida normal, fueron múltiples y dignas de ser narradas.

  El caso fue que, a medida que pasaba el tiempo, Gualberto comenzó a añorar más y más su mundo de ficción. No es que llegara a odiar la realidad como la odia aquel a quien la vida maltrata, es que echaba de menos lo que había sido su hogar.

  Al principio no era más que una pequeña punzada de nostalgia cuando veía un libro; algo que casi no percibía y que no le impedía disfrutar de todo lo nuevo que vivía. Luego fue una necesidad casi física de pasar horas y horas en librerías y bibliotecas, hurgando entre los libros, buscando aquel del que había salido para leerlo una y otra vez. Poco a poco, la añoranza fue ganando en intensidad, la novedad de la realidad fue transformándose en normalidad y el deseo de regresar a su mundo de ficción ganó terreno en detrimento del de vivir en la realidad.

  Así, mientras continuaba con su vida real, sus amigos reales, su trabajo real.. Gualberto decidió iniciar la búsqueda de alguien que le abriera la puerta de regreso.

  Pensó, en primer lugar, que tal vez él mismo podría lograr encontrar el camino si leía la novela de donde procedía con la suficiente intensidad y concentración. Pero, por mucho que lo intentó no logró abrir ni un pequeño agujerito en la cortina que separaba ambos mundos.

  Buscó, luego, al lector panzudo sin saber muy bien cómo iba a hacer para convencerle de que él, Gualberto, era un personaje de ficción y que debía volver a leer aquella novela para, de esta manera, abrir el pasadizo entre los dos universos y que él, Gualberto, pudiera regresar. Se pasó días y días preparando cuidadosamente un discurso que a él le pareció lleno de fuerza, muy convincente y extremadamente conmovedor. El pobre Berto trabajó en balde: el señor panzón hacía tiempo que había dejado su casa, la ciudad y el país para irse a trabajar a los U.S.A. donde daba clases de historia española en una famosa universidad de aquel país.

  Sin desanimarse, pensó en dedicar sus esfuerzos en la localización de alguien que tuviera la misma poderosa imaginación y la misma pasión lectora que el hombre que le había abierto las puertas a este mundo, pero pronto se dio cuenta de que era una empresa demasiado gigantesca para llevarla a cabo él solo.

  Más tarde, se decidió a ir en busca de Arcadio Lozano ya que, a fin de cuentas, él era su creador y, sin duda alguna, alguien con la imaginación suficiente como para abrir una brecha interuniversal que le permitiera el regreso. Pero cuando, tras arduo trabajo, Gualberto logró contactar con Arcadio Lozano, éste dio muestras de no tener la mente tan abierta como en principio pudiera pensarse. El escritor le escuchó con gran atención para, a continuación, sufrir tal ataque de risa que Gualberto creyó que iba a contemplar en directo la muerte de Arcadio ahogado en sus propias carcajadas. Era evidente que su creador no se había creído nada de la historia de Berto y si alguna duda le cabía, esta se disipó cuando Gualberto fue “amablemente acompañado” por dos enormes gorilas fuera de la presencia del afamado escritor.

  Intentó a continuación Gualberto dedicarse él mismo a la escritura pensando que, quizás, si se sumergía en la creación de relatos, su fuerza creadora sería bastante para hacer posible la ingeniería mágica que daría como resultado un hermoso camino hacia su hogar. Lamentablemente, resultó que su fuerza creadora estaba falta, por así decirlo, de unas cuantas sesiones en el gimnasio y no era lo bastante poderosa para hacer realidad su sueño.

  El pobre Gualberto se iba hundiendo, lentamente y sin remedio, en las ciénagas de la desesperanza. Pasaba las tardes paseando por la ciudad sin rumbo fijo. Cuando se sentía cansado de este vagar, se metía en alguna biblioteca, cogía su libro, su hogar, y, entre suspiros de nostalgia, leía una y otra vez aquellos pasajes en que él aparecía.

  Y fue ahí, en la biblioteca a la que ambos acudíamos casi a diario, donde conocí al pobre Berto. Una tarde me preguntó por el libro que estaba yo leyendo y acabamos charlando animadamente sobre literatura. A los pocos días, trasladamos la conversación a una pequeña y acogedora cafetería. Y allí, animado quizás por el reconfortante aroma del café, la nostalgia de los días otoñales que vivíamos, el calor acogedor del local y la confianza que, al parecer, yo le inspiraba, Berto me contó toda su historia.

  Y yo no tuve la menor duda de que todo era tal y como me lo había contado.

  Y tampoco tuve la menor duda de que debía ofrecerle mi ayuda.

  Fuimos a casa y leí para él. Leí la novela de la que había salido. En realidad, la leímos juntos, en voz alta. Paladeando las palabras, intentando darles vida, dejándonos arrastrar por la historia. Concentrándonos, aislándonos de la realidad. Y cuando íbamos ya por la mitad del libro, y nuestras voces estaban enronqueciendo por el esfuerzo continuado y yo estaba a punto de sugerir un descanso, en ese preciso instante, noté que algo cambiaba en mi salón, percibí un aroma a tinta y a papel, escuché rumor de voces extrañas y vi un como a modo de desgarro en el aire que Gualberto miraba con una sonrisa arrobada.

  ¡Habíamos conseguido abrir la puerta! ¡Berto podía volver a casa!

  Nos abrazamos, lloramos de alegría por su regreso y pesar por la despedida. Nos dijimos adiós mil veces y, finalmente, Gualberto Torralba atravesó la abertura entre realidad y ficción y volvió a su hogar.

  Escribo esto después de tantos años con la esperanza de que se abra un poco la ventana, lo suficiente para que Gualberto reciba mi mensaje y sepa que no le he olvidado y que ahora me ha llegado el momento a mí.

  Que yo también me cansé de este mundo real.

  Que encontré alguien dispuesto a ayudarme.

  Que muy pronto yo también volveré a mi hogar.

  Y que tenía razón cuando me decía que los personajes de ficción no estamos hechos para este mundo real.

 

 

Dolo Espinosa

He publicado relatos y microrrelatos en revistas y antologías. Participo en varios libros de lecturas infantiles de la Ed. Santillana. Formo parte de la red de escritores Netwriters, colaboro de manera habitual con la web de cuentos infantiles EnCuentos y con la revista digital miNatura ( http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/minatura/ ). He publicado un álbum ilustrado infantil en Amazon: Pinocha y la poción mágica y un libro de relatos con la editorial Atlantis: Testamento de miércoles. Y, además, mantengo dos blogs: Testamento de miércoles ( http://testamentodemiercoles.blogspot.com ) y El cofre de los cuentos ( http://cofrecuentos.blogspot.com ) (este último de cuentos infantiles).
He escrito tambien una coleccion de cuentos de zombis "Mis queridos zombis". ( https://lektu.com/l/dolo-espinosa/queridos-zombis/5692 )