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Todos somos mercancía

Salazar Maciá, Malena

 

La clientela se movía como abejas en una colmena; daban trabajo a sus bocas, salivaban, troceaban las empanadas de carne, se manchaban los dientes con el café.

 

No era uno de los mejores días en mi criterio, pero daría lo suficiente para abrir mañana. Con el aumento de los precios se dificultaba encontrar mercancía aceptable. Sin embargo, si no conseguía algo pronto, tendría que abandonar por un tiempo mis famosas empanadas de carne y mis mejores clientes desaparecerían antes de que me percatase.

 

Y en ese momento me fijé en él. Era alto, robusto, moreno de tanto sol. No tengo memoria fotográfica, pero lo recordaba vagamente de días atrás, en que intentó ofrecerme carne de cerdo fácil y barata, la cual rechacé por estar abastecida. Lo vi acercarse al mostrador para quedar entre dos vecinas que conversaban a viva voz.

 

—¿Todavía la policía no la encuentra?

 

—Nada, ¡y nadie sabe, Juana no estaba esclerótica para perderse! Ya van tres días… ¿Qué crees, Lily?

 

—Seguro se fue a Matanzas a casa de su hermana —respondí por cortesía—. ¿Otro cafecito?

 

—Yo quiero uno —intervino él—. Y una empanada.

 

Lo observé los minutos en que las vecinas dejaron de especular sobre la desaparición de Juana y se marcharon. Ahora estábamos solos. Lo dejé hablar primero mientras dejaba el cambio sobre el mostrador.

 

—Traigo lo mismo de hace tres días: carne de puerco, picadillo del bueno, queso y jamón de la tienda, ¿te cuadra?

Volví a mirarlo de arriba abajo. Sus brazos eran fuertes, fibrosos…

 

—¿Y los precios? —me interesé.

 

—No encontrarás más baratos en La Habana —se mojó los labios, no dejaba de mirarme—. ¿Vamos a mi casa por la tarde? También tengo algo que te cuadraría mucho más…

 

Hizo un símbolo de cuernos con la mano derecha. Arqueé una ceja, ¿carne de res? Procuré asentir con disimulo, ya que una inspectora de Salud Pública se acercaba tablilla en mano y bolígrafo al frente como si fuese un sable. Él dio unos golpecitos en el mostrador.

 

—Vengo a las seis —dijo, y fui atacada por la inspectora.

 

En contra de mi pronóstico mañanero fue un día con bastante clientela, lo cual confirmó mi idea: necesitaba mercancía con urgencia. Un par de policías se acercaron a hablarme; querían saber si había visto a Juana antes de que desapareciera. No les di muchos datos pero parecieron satisfechos. Eran las cinco. Esperé paciente a que dos hombres se terminaran las empanadas y cerré el toldo en cuanto me dieron la espalda. Corrí a la casa, me di un buen baño, alimenté las ganancias de ese día con ahorros y bajé a esperar. Cerca de las seis y diez llegó él. En cuanto se acercó lo noté un poco ansioso.

 

—Vamos, son un par de cuadras.

 

Lo seguí sin preguntar. Andaba a grandes pasos, me era difícil ir a su ritmo. No dejaba de mirar alrededor casi como un paranoico.

 

—¿Cómo te llamas? —apenas gruñó.

 

—Lily, ¿y tú?

 

—Yosvany, por fin, ¿qué vas a llevar?

 

—Lo veo y te digo.

 

Yosvany asintió brusco. Después de más o menos la distancia que me había anunciado se detuvo en una casa de dos plantas. Subimos por una escalera externa, me invitó a pasar primero. Todo estaba oscuro, apenas podía distinguir los muebles. Las ventanas cerradas, cortinas encima de ellas, las puertas de las habitaciones trancadas, un espacio reducido. Lo único amplio era la cocina, al fondo. Sentí caer el seguro en la puerta principal y me produjo un escalofrío.

 

—Entonces… —su mano se posó sobre mi hombro—, quieres ver lo mío.

 

—Sí, ¿podría ser rápido? Tengo un compromiso —inventé en un murmullo apagado.

 

—¿Por qué tanto apuro, Lily? —su aliento caliente en mi oído me puso la carne de gallina—. ¿Qué te parece si nos divertimos mientras ves lo mío?

 

Me zafé de su contacto en mi hombro con un manotazo y me volteé a la defensiva, sin dejar de buscar una salida entre tanto encierro. Yosvany se relamió, tenía los ojos como puntillas de luz, igual a los de una fiera.

 

—Tranquilita, Lily, sólo vamos a divertirnos, ¿eh? ¡Divertirnos, puta!

 

Se me abalanzó encima y de un golpe me rasgó la blusa, grité con la esperanza de que me escuchara algún vecino, pero él hundió una mano en mi boca a la vez de hacerse con todo el dinero que tenía encima. Caí sobre una butaca, él se echó sobre mí, arañaba mis mulsos a través del pantalón, intentaba dominarme con una mano mientras con la otra me ahogaba. Yo golpeaba su espalda, me debatía, pero sus músculos y tamaño jugaban en mi contra.

 

Él emitió un alarido: mis uñas habían dado en sus ojos. Rodé fuera del butacón, tropecé con la mesa del centro en un intento por huir, ponerme en pie. Yosvany medio ciego, lanzaba las manos al aire para atraparme de regreso. Corrí a la puerta y forcejeé porque había olvidado el horrible sonido del seguro puesto. Me di vuelta para quedar aplastada contra la madera, el sudor bañaba mi cuerpo, la presión de las manos de Yosvany me dejaron entumecida la boca, un sabor agrio.

 

Él se acercó lento, los ojos llorosos, rojos, sus movimientos de oso me hipnotizaron unos instantes.

 

—Eres una perra —rumió. Crispó los dedos—. Pero ahora vas a pagar por quererte hacer la simpática…

 

Se abalanzó sobre mí con un bramido pero sus manos quedaron a milímetros de mi cara. Yo le sonreía sensual.

 

—¿Q-Qué…?

 

Sin darle tiempo a más fui a su encuentro y lo besé, hundí la lengua en su boca, palpé sus brazos, sus muslos, sus nalgas… sí, sí… él… él era…

 

Yosvany emitió un sonido ahogado contra mis labios, paralizado en un espasmo. Me despegué de él y volví a sonreírle.

 

Él cayó sobre sus rodillas, su expresión denotaba que apenas podía creerse el agujero en su estómago, la sangre que manaba a torrentes, manchaba el suelo de granito gris. Con un ronquido se desplomó a mis pies. Pasé sobre él, fui a la cocina, escogí el cuchillo más afilado y me dispuse a rasgarle la ropa. En cuanto di el primer corte en un brazo de Yosvany, comprobé las conclusiones de mi examen visual: poca grasa, mucha fibra.

 

Esta carne estaba mucho mejor que la de Juana; ya había recibido algunas quejas de que las empanadas estaban sosas. Sonreí complacida.

 

Nunca había encontrado mercancía tan buena.