«Cuatro meses después de su primer encuentro con el niño en Walmart, a Phil Pendleton se le cayó el último diente».
A primera vista, cualquiera diría que Phil Pendleton y su hijo Adam son un padre y un hijo de lo más comunes, que no difieren de cualquier otra familia.
Dedican su tiempo a pasear juntos por el parque, visitar ferias, museos y zoológicos, y comen uno al lado del otro disfrutando de las vistas al lago. Algunos dirán que el padre es demasiado complaciente dada la falta de disciplina de la que hace gala el niño, que es proclive a las rabietas en público. Algunos incluso asegurarían que malcría a su hijo al permitirle que coma caramelos cuando le apetece. Hay quien podría llegar a decir que tal indulgencia está empezando a pasar factura en el semblante del padre, dado el evidente deterioro de salud que padece.
Lo que nadie sabe es que Phil es un prisionero, y que hasta hace unas semanas y un encuentro casual en un supermercado, no había visto al niño en su vida.