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Rem

Jurado Marcos, Cristina

Existen rostros que nunca reflejaron la verdadera edad de sus dueños. No se trata de semblantes artificialmente esculpidos por el bisturí o vigorizados a fuerza de ungüentos. Son caras atemporales que podrían corresponder a un veinteañero de igual forma que a una persona añeja.

Las líneas que los atraviesan son trovas que festejan andanzas pasadas, informantes callados de innumerables conflictos. Son marcas que registran hasta el más mínimo de los olores advertidos, de las apariciones filmadas, de los sonidos capturados, de las especias saboreadas.

La cara de Rem encaja en esa categoría. Se hace llamar así últimamente, pero ese no es su verdadero nombre. O quizás siempre lo fue y solo ahora supo reconocerlo como suyo. Ha portado nombres que ya no recuerda y vivido experiencias que olvidó en cuanto sucedieron.

Su aspecto no resulta especialmente turbador: al contrario, invita a la generosidad y a la cortesía. Las puertas se abren ante ella, se le arriman los sillones más mullidos, viandas y bebida nunca le faltan y lechos confortables le son ofrecidos donde detiene su camino.

Viaja sin equipaje. No lo necesita porque corazones sensibles y manos caritativas le procuran. Atrae las miradas que se posan sobre ella con una mezcla desigual de simpatía y pena.

La carga.

Su carga.

Le acompaña desde el principio en que la luz se divorció de las tinieblas. A falta de maletas, se podría decir que forma parte de su equipaje personal e intransferible. Con el paso de los años, debería haberse acostumbrado a su peso, a la deformidad que provocaba en su cuerpo, a la falta de resuello en el andar, al dolor.

Pero al dolor nadie puede habituarse, ni siquiera si se dispone de siglos para hacerlo. Es un compañero devoto que nunca se despista, que no da tregua y cuyos efectos no se atenúan con el paso del tiempo.

Rem ya camina poco. Ahora que los vehículos automotrices proliferan, la gente se detiene para llevarla. Esos medios de transporte tan modernos apenas  le impresionan. Ha conocido animales de carga, literas de mano, carretas, veleros, carruajes, coches, furgones, yates y aviones de todos los tamaños y banderas.

Siempre contesta desganada, cuando los espasmos se lo permiten, para dosificar mejor sus fuerzas y no levantar sospechas entre sus benefactores. Hablar demasiado le costó caro en otras edades y no desea añadir más sufrimiento al que ya padece de manera perenne. Del polizón que la acompaña, sumergido en un sueño eterno, apenas sabe nada. Ni siquiera si es uno o múltiple, cosa que no la extrañaría a estas alturas.

Recurrente como la metamorfosis cíclica de la luna, Rem provoca sentimientos de desazón que difícilmente te abandonan. Cuando la reconoces, reparas de inmediato en el lastre que te acecha desde las esquinas profundas del subconsciente. Su carga cancerígena se vuelve tuya y procede con eficacia militar a apoderarse de tus pensamientos, inundando los meandros de los recuerdos, infectando cada reflexión y revistiendo tu vida de una viscosidad densa que te frena y te somete.

Moria la visita con frecuencia. Caminan con las manos entrelazadas, ésta vaporosa y dejando caer post-its a su paso; Rem, desfigurada y torpe. Los trozos de papel que se desprenden recitan el pasado, aunque nunca de la misma manera, porque el pasado no es inmutable -como nos han hecho creer- sino fluido. Su plasticidad reside en las múltiples versiones que la realidad invoca. Su nombre completo es Memoria.

Hace siglos que no se hablan. A Rem le molesta la presencia de la otra, tan etérea. Envidia su suspensión invisible y neumática, su autonomía de vuelo, la ligereza de su porte. Comprende que la comparación es inevitable, que siempre saldrá perdiendo en el cotejo involuntario. Si puede, la despista y se abandona a su invalidez permanente.

Mírala.

Ahora está sola.

No me acercaría mucho si fuera tú. ¿Quieres atraer su atención? ¿Sabes a lo que te expones? Acarrearás otro okupa, un parásito que te encadenará a tu desdicha. La criatura dominará tus recuerdos, invadirá tu vigilia, trastocará tu ciclo de sueño, paralizará tus afanes. Te roerá la médula de las vísceras, te aislará de tu generación y tiznará tu memoria de imágenes envenenadas.

¿En verdad deseas eso?

No te fíes, pues realmente no es una mujer embarazada. ¿Quién podría estar preñada desde el inicio del comienzo? Lo que ella sufre, son los dolores de su parto crónico. Es la encarnación de la pesadumbre que no cesa. Su nombre podría ser Rémora,  pero es Remordimiento.

 

 

Cristina Jurado Marcos

Escritora española (Madrid, 1972). Reside en Dubái. Es licenciada en ciencias de la información por la Universidad de Sevilla y tiene un máster en retórica de Northwestern University (EUA).  Su relato breve “Papel” fue seleccionado en el 1r Concurso de Relatos Breves de la Editorial GEEPP para dar título a la antología que recoge las obras ganadoras. Mantiene el blog Más ficción que ciencia, sobre ciencia-ficción y temas relacionados ( http://masficcionqueciencia.com/ ). Autora de la novela Del naranja al azul.